A mi abuelo, que fue poeta de la tierra y -queremos creer- modelo involuntario de una escultura en memoria a los trabajadores de la caña de azúcar.
Rotonda de San Sebastián
No sabías dónde estaba San Sebastián,
ni habías conducido nunca un coche.
Se te trababan las letras de las manos,
se te confundían los símbolos en los ojos
porque no pudiste -no te dejaron- aprender.
Pero te tomaste tu revancha:
sabías la relación que quería tener la luna
con tus limoneros
y mirabas sus cuernos cada noche,
para no ofenderla;
sabías que los animales sí que hablan,
que solo hace falta saber escucharlos;
sabías que las personas hablan de más,
que hace falta callar, de vez en cuando;
sabías cómo hacer crecer el azúcar,
el gazpacho,
el potaje,
¡hasta las patatas fritas!
y lo importante que es aprender
la importancia que tiene el trabajo.
Todo eso sabías,
y más cosas, que yo no sé.
Y hoy, de frente y de súbito,
-que significa de repente-
te he visto en la rotonda,
aunque no sabías conducir,
con tus arreos y tu mulo,
volviendo a casa para siempre.
Haciéndonos saber que todavía
te queda por enseñar.
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