Anoche levanté las manos,

ojos culpables y mirada perdida.

Quise salvarnos a las dos,

pero toda la poesía era mía.

Si las bajé fue porque lo sabía:

estaba firmando mi sentencia en vida.

Entre fatiga y gritos te recordé, Chico:

«Papá, cuéntame otra vez».

Amigo,

no querían arena de playa, sino

sangre derramada en los adoquines

y mar para limpiar el desastre,

o al menos la conciencia del artífice.

Ay, primavera de mi tierra, alma de mi Ana,

luz de vida que otras almas bañas.

Hoy sacaron los tanques,

y a la revolución pusimos tu nombre,

pero vida mía no me llores.

Cubre tu casa y esconde las flores.

Que no tiñan con tus hijas sus cañones.

No hay peor cárcel que la autoimpuesta,

ni fuerza mayor que esta nuestra.

No habrá barrote recto en la celda,

ni pájaro que no pida libertad en ella.

Madre, que los tanques los sacaron.

Y yo que creía que me podía rendir,

ya he quebrado ese armisticio.

Espero que lo entiendas, no es vicio:

necesito volver a dormir.

Hoy me declaro en pie de guerra,

con la cabeza alta

sin intención de buscar paz,

en memoria «De la Tierra».

Nunca quise haceros sufrir,

pero sé que me mataré por ellas

y por lo que nos queda por vivir.

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