Ya nunca volveremos.
Caminando solos bajo el cielo blanco
se alarga la mirada hasta las entrañas.
Ya no volveremos a ser los mismos
tras tu sonrisa perpetua,
tras los días pesadísimos sobre el rostro.
Quizás mismo sea el viejo viento
susurrando la palabra primigenia
que, tristemente, hoy relata bajo tierra
el color de aquella sangre cercenada,
la esperanza materna que vive en la plegaria.
Ya no seremos los vivos
muriendo de a poco sobre la tierra:
valle perpetuo de impresiones repetidas,
esperanza marchita (y pisoteada)
de un «adiós» que nunca se va.
Ya no seremos los mismos
y el mundo será mejor,
ya no seremos vil promesa pasajera;
ya no seremos al despertar,
por nuestro bien, Dios así lo quiera.
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