LAS GRANDES MENTIRAS DE LA CIENCIA
Vivimos, dicen los científicos cognitivos,
en un mundo de incertidumbre.
Nuestro cerebro necesita entonces
algoritmos probabilísticos,
inventarse la mitad de las cosas
para sobrevivir.
(Mi madre no conoce a Celia Cruz y se pensó
que era la vida un caracol.)
Desde su laboratorio, como el que se lamenta un miércoles
en que cierra el mediterráneo:
¡mañana es sábado!,
porque se había metido ya comida en la tartera,
mienten también los científicos
niegan que existe el tedio,
que el despertador suena invariablemente a las siete de la mañana,
que la comida se ha quedado seca
y que heredamos las nostalgias.
CALCETINES
De adolescente me deprimían los calcetines
estirados, perfectos del director
de la sucursal del banco.
Lo hacía también la arruga desganada
del empleado azul marino
y las medias demasiado oscuras de la vieja
–siempre colándose
qué avaricia por morir
pensaba–.
Y ahora de joven
detrás de una pantalla igual de negra
me miro los pies y ojalá
no lleve los calcetines emparejados.
¿También para escribir se me ha hecho tarde?
A producir, a zapatear, a morir
ya siempre llegaba tarde.
U6 O EL EFECTO DEL CALOR EN LA ELASTICIDAD DEL TIEMPO
Hay una niña que chupa la nariz de un aerosol
un extranjero brinca frenético al borde del andén
intentando arrancar de su oreja cualquier atisbo de Danubio
el vagón se ha quedado suspendido en el esquema
los pasajeros entran y salen y salen y entran
desoyen de los asientos los chicles colgados
como el tiempo
se dejan subir
caen por las escaleras
y aunque ninguno tiene alas
es agosto
nadie quiere morir en este furgón sin playa
además del oxígeno
a mi se me ha acabado la novela
y tendría un pie ya fuera de la ventana
si no estuvieran sacando la tarta
pasajeros perdieron sus apuestas
la niña ha cumplido treinta años
y fuera de este horno es invierno.
48A
Dios viaja en autobús,
en el de los tarados
y el mío.
En definitiva, el autobús de Dios,
que tiene el día libre
y se va de paseo al Volksgarten
contando las monedas.
Le gustaría ir al Prater, subir a la noria,
ser el enésimo tercer hombre.
Trece cincuenta no alcanza
para multiplicar los panes y los peces.
Dios tiene que comprar calcetines,
un Powidltascherl,
hablar con Freud de sus manías.
En el colegio le enseñaron
que Dios todo lo puede,
que es omnipresente
y le encantaría averiguar si también
puede ser en dos instantes distintos:
el de antes de las guerras
y al que nunca se le hace tarde
para regresar al manicomio.
Tal como ha dejado los periódicos,
el Señor es esquizofrénico, pero no idiota:
nadie lo va a invitar a follar a casa.
Ni me hables de la alegría que no
puedo estrujar con las manos, no grita.
No mentes el alma o el amor libre.
Todos sabemos que hasta en el más fútil
de los idilios hay ciertas normas:
si no dragones matar extenuados
a los amantes, lavar las bragas,
no ser tan necio, no mezclar las flores
con los muertos y aunque te creas un ángel
cállate a Dios, si enciendo una vela.
DELIRIO NOCTURNO SOBRE TUS COSTILLAS
Sobre tu pecho he dormido como sueñan los pájaros
en las ramas esqueléticas de los árboles,
por la ilusión ignorante del riesgo de levantarme,
sola y estrellada,
decidida a seguir derrochando oxígeno y papel
a quitarme los zapatos para andar vestida
sobre el asfalto mojado
y a mecerme en tu costillar
como los pájaros que duermen en pleno vuelo.
EL DRAMA DE DORMIR UNA NOCHE DE INVIERNO FUERA DE CASA
Si vamos a morir, no sea de frío
en esta habitación extraña, solos,
cada uno en un abismo de la cama.
Si hemos de abandonar esta pensión
por la ventana, que sea de robarnos
uno a otro el aliento, de arrancarnos
la piel por relamernos, y aunque queden
sólo estos, de hacer fuego para el otro
con nuestros propios huesos.
VIDA EN COMÚN
En la cocina esperan un montón de platos
por lavar y un pingüino
que nada en la taza de té que he dejado a medias.
Hay también un futuro casi cierto
que he olvidado en alguna esquina de Viena
-puedo pasar a recogerlo de 8.00 a 18.00-,
pero como sigas tocándome en esa dirección
voy a perder también el autobús de mañana
y despedirme en el trabajo alegando
que estoy harta de congelar y etiquetar mis besos.
DAHEIM
“Lo bueno y breve, dos veces bueno”
se le ocurrió a alguien como a mí
que conoció el sol
de Viena en febrero de camino al supermercado
huido en una esquina de una nube
tan escueto,
tan calato,
y, sin embargo, con fuerzas para bailarme
que ni él ni yo somos foráneos.
DERMATOLOGÍA
La piel es el órgano de mayor extensión del cuerpo humano.
Su espesor varía entre cuatro milímetros en el talón
y la celeridad de un abrir y cerrar de ojos.
Apaga la luz.
La piel es la barrera física primaria que nos protege
de organismos potencialmente patógenos,
de la brutalidad de las entrañas,
de morirnos de frío.
Abrázame: mi piel esta noche muere en la tuya.
TARDE DE MIÉRCOLES
Me llamas nube y me dices: “Mira
Hokaido en otoño. Se disfrazan los árboles
con pasiones enfriadas, y en invierno es tu cuerpo
la nieve y las sombras del bosque no son el mar,
pero se marcharán como sus olas.
Quiero derretir ese suelo que otros pisan
sobre mi pecho y con cada latido que resbala
pintar para que lleves contigo este deseo.”
WANNABE haiku
Bajo pleamar
vuela alondra tu risa,
se ancla a mi ombligo.
GENITIVO
A mi madre,
que insiste en que debería leer a Garcilaso.
Sobre la necesidad de escribir en castellano,
sucumbir a las pulsiones de sus cuerdas,
dice Aramburu que se reafirmó en Alemania.
Me lo cuenta mi madre.
Me lo comenta como si corriese el riesgo,
como si encontrase vicio
en juntar palabras extrañas.
No se lo dije,
pero desde que salí de casa
no hago más que nadar por las calles,
echo sal en la bañera
y mi diccionario
insiste en señalar el suroeste
cada vez que busco la flexión del caso.
Atrapados en guantes de látex, voces de otras,
versos raídos y palabras cansadas,
contra un idioma que no es el mío
y unos acentos que no son mi casa,
estos dedos están urdiendo,
–a pesar del vienés, a costa de ti y de mí–
un poemario.
Llevo atrapado en una aplicación el libro de Elena Ferrante
A veces lo acaricio con la piel tierna
que se escapa de la uña, lo aprieto
como se estrujaban las cartas en los bolsillos
las cartas que mandaban amigas
amigas más ricas, todavía casadas,
amigas que seguían vivas
y no escribían qué tal,
no, amigas que nos decían
¿te acuerdas de lo lejos que quedaba el mar,
de tus traducciones de latín?
(No los amores, no,
lo que importa del mediterráneo es lo desaforado.)
Acababa sé que tú tampoco
eres feliz porque conoces
la violencia de las tardes espesas.
Desbordándome, agarró el móvil
como se aferraba una a las amigas,
a las amigas geniales.
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