Siempre es domingo


Era domingo,

siempre era domingo.

Y yo te buscaba

y te encontraba,

arrugadita,

encogida,

en tu silla.

Te alegrabas al verme,

me emocionaba al verte,

arrugadita,

encogida,

en tu sillita de ruedas.

Me dabas un beso,

me sabía a gloria.

Te daba dos besos,

te sabían a poco.

Todo sabía a poco…

Me hacías mil preguntas,

te daba una sola respuesta.

¿Cuándo volveré a caminar?, balbuceabas.

Pronto, te decía.

Me mirabas con tus ojos viejos.

Te miraba con ojos llorosos.

¡Pobre!, me apenaba.

¿Cuándo volveré a casa?, murmurabas.

Pronto, te decía.

Tu voz sonaba cansada,

mi voz arañaba mi garganta.

¿Y las plantas?

¿Y la casa?

¿Y el mar?

No quiero morir

sin ver el mar de nuevo, insistías.

Era domingo,

siempre era domingo.

Te llevé junto al mar,

arrugadita,

encogida,

en tu sillita de ruedas.

Te sentí feliz,

me supe dichoso.

Te imaginé,

me imaginé.

Tú, joven,

yo, niño.

Castillos de arena,

rayos de sol,

peces en el agua,

helados de chocolate,

menta y turrón.

Era domingo,

siempre era domingo,

y de regreso, una pregunta,

la misma pregunta,

¿cuándo volveré a verte?, susurrabas.

Una respuesta,

la misma respuesta.

Mañana, te dije.

Y mañana es hoy.

Las plantas se han secado,

la casa se vendió,

y tú, madre, te fuiste para siempre.

Qué no daría por resucitarte.

Qué no daría por tenerte.

Por decir,

Por hacer,

Por estar.

Qué no daría por tu sonrisa,

por tu brisa calma,

por tu mirada sabia.

Hoy es domingo,

siempre es domingo…

Qué no daría por resucitarte.



Mi niña

Duerme mi niña, duerme

que dormida todo es mejor.

Que despierta lloras

porque tu garganta está sedienta

y tu estómago hambriento.

Duerme mi niña, duerme

que dormida todo tiene otro color.

Que despierta

no hay consuelo para tu llanto

ni lluvia para tu sed

ni leche para tu hambre.

Ríos sin agua,

pechos marchitos,

maldito infierno,

inmensa rabia,

intenso dolor.

Duerme mi niña, duerme

que dormida todo tiene otro sabor.

Que despierta lloras

porque el frío hiela tu sangre,

porque no hay consuelo para tu llanto

ni leña para darte calor.

Duerme mi niña, duerme

que dormida todo es mejor.

¡Despierta!

¡Despierta mi niña, despierta!

que anoche llovió

y esta mañana salió el sol.

¡Despierta mi niña, despierta!

que los ríos bajan con agua

y el maná, ¡milagro!, cayó.

Despierta mi niña, abre los ojos, por Dios,

no te rindas ahora, ahora no, que otro día amaneció.

Mira al cielo,

mira el sol,

mira a tu alrededor.

Mírame mi niña, mírame, por favor.

Mi niña no despierta,

sus párpados están sellados,

sus manitas no tienen pulso

y su boca con forma de corazón

ha cambiado de color.

Y yo muero de pena,

muero de rabia,

muero de dolor

porque mi niña, mi niña querida, no despertó.


Ausencia

Ahora que te has ido,

así, por sorpresa,

aunque no lo creas,

comienzo a echarte de menos,

a sentir el vacío, el hueco,

donde solo transita el aire.

Ese aire que azota los recuerdos,

que se adueña de la casa,

esta casa, este pequeño barco

que, de repente, se ha hecho grande

donde solo se escucha

una amenazadora zozobra.

Ya, ya sé que discutíamos,

qué si tu, qué si yo,

que mientras tú guardabas silencio

yo te sermoneaba.

Tú queriendo llevar razón,

yo quitándotela.

Tú confundiendo fechas,

yo olvidándolas.

Tú y tu parsimonia,

yo y mi impaciencia.

Entonces, nos crecieron los defectos,

nos faltaron virtudes.

Palabras mudas,

miradas perdidas.

Tú ciego, yo sorda,

tú manco, yo coja.

Hubiera querido huir,

abandonar la nave,

recuperar mi tiempo.

Y, sin embargo…

Ahora, que te has ido,

así, por sorpresa,

me pregunto

qué nos sucedió

que nuestros sueños

no se encontraban.

Cuántas tardes inciertas,

cuántas noches viudas,

cuántas distancias.

y, mientras, ese desapego,

esa inercia,

ese descuido que emergía

y se prodigaba

como células malignas

mientras ignorábamos su invasión,

su irremediable conquista,

dejando correr los días,

transcurrir las noches,

tu vida, la mía,

y que fuera el destino

quien salvara nuestra deriva.

Ahora que te has ido,

así, por sorpresa,

aunque no lo creas,

comienzo a echarte de menos,

a sentir el vacío, el hueco,

donde solo transita el aire.

Ese aire que arrastra,

que araña,

que corroe por dentro.

Ahora que tu ausencia

dibuja un mar sin agua,

un horizonte incierto,

noches sin luna,

frágil amanecer,

cielo aneblado,

tardes de invierno,

pienso que, tal vez,

podríamos haber salvado

nuestras distancias,

quizás la culpa fuera mía,

tal vez nos faltaron

ríos de ternura,

agua de mayo,

palabras de amor…

Ahora que te has ido,

así, por sorpresa,

aunque tú no me creas,

aunque nadie lo entienda,

no puedes imaginar

cuánto duele este viento,

esta deriva,

esta nave sin remos,

este silencio eterno.

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