Vine a ti, escondiendo el fracaso;
llené mis huecos contigo.
¡Pobre de mí!, siendo feliz abrazada a tu pecho,
nadando al infinito entre tus aguas,
dependiendo tanto… pensando en eternidades.
Luego te moriste, ¡infeliz! ¿cómo pudiste hacerlo?
Tuviste el descaro de anunciarlo;
lo dijiste mil veces y de muchas formas:
cuando tu hambre se fue, y te invadió el sueño profundo,
cuando ya no me amaste a mí, y tampoco amaste a nada ni a nadie.
Me negué en silencio tu urgencia de partir,
respiré por ti, viví mi engaño hasta que me gritaste tu extensión.
Vino el velo negro y te cubrió,
Yo grité, chillé como un animal herido, compungida, loca, desesperada,
tu necesitabas que sujetase tu cabeza … yo fui tan poca cosa.
Lo siento mucho,
creí que tú, estabas confuso,
yo era la perdida en confusiones.
Sabías que te irías,
lo supiste desde niño, lo dijiste mil veces, yo fui sorda y ciega, creyendo en eternidades…
No moriste.
Te mudaste a vivir en mi interior,
tu cuerpo no es una urna con cenizas:
¡yo soy tu cuerpo!
Ahora, piensas con mi mente y te manifiestas con mi espíritu.
Nunca moriste.
Tú y yo somos la misma persona,
con la misma carne y sangre.
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