Verseando en Jotabé

Verseando en Jotabé

Jotabeí del verano

1

Suele ser harto habitual

cierto declive estival.

No es infrecuente ni vano

ver en el cerebro humano

un electro casi plano

por culpa de su desgano.

Es un cambio de compás

de la conducta, quizás.

La función intelectual,

en cuanto llega el verano,

puede actuar a medio gas.

2

Suele cerrarse la puerta

que la mente tiene abierta.

Esos conceptos diversos,

controvertidos, perversos,

de brillantes universos

suelen hacerse dispersos.

Conceptos que la cabeza

manipula sin destreza.

Datos que una mente alerta

cuando se trata de versos

mueve con mucha pereza.

3

Es la poesía una nave

de metáforas con clave.

Es amor, presentimientos,

es entrega, pensamientos,

es pasión, es juramentos

y es también duros momentos.

Poesía es la noche entera

de una silenciosa espera.

Por eso tiene la llave

que abre aquellos sentimientos

que brotan en primavera.

4

Nacen los versos geniales

en las gestas colosales.

Habrá poesía en el prado,

en la reja del arado,

en las corzas y el venado,

en el arpa y el teclado.

Existe el verso dogmático,

el estoico y el fanático.

Más versos no hallé entre tales

al aire acondicionado

que me jodió el nervio ciático.

5

En vano busqué en la caja

de mis neuronas de paja.

Solo supe hallar boñigos,

algunos crueles castigos

y pintorescos ombligos

de mis dolores testigos.

Poco amor entre las gentes

con sus críticas mordientes.

Ni siquiera en Fuentetaja

Donde tengo a los amigos

que me hacen crecer los dientes.

6

¡Cuánta diferencia hallada

en esta grey camarada!

¡Cuánta dicha repentina!

¡Cuánta alegría genuina!

¡Cuán cercana y argentina

hallé la lengua lorquina!

¡Cuán cerca vi a los que están

dando todo lo que dan!

Tan malito como estaba

sentí una envidia cochina

y me dije: «yes, ¡you can!».

7

Vi que nada me costaba

pues mi mano funcionaba.

Medité algunas cosillas,

rimas un tanto pardillas,

apoyadas mis rodillas

sobre dos robustas sillas.

Así me puse a escribir

estos versos del sentir.

Y en tanto que me frotaba

con árnica las costillas

decidí contribuir.

8

Muy pronto me vi soñando

Y con la lira sonando.

En mi mente con ardor

logré vencer el terror

de que mi espalda, ¡Ay Señor!

perdiera todo vigor.

Y con sin igual contento

comencé a versear atento.

Y me alimenté verseando

pues sentimiento es dolor

y el dolor es alimento.

9

Algunos poetas fueron

hombres que mucho sufrieron.

Hombres que grandes verdades

cantaron a sus edades

en las distintas ciudades;

sin pensar en nimiedades.

Hubo sufrientes dispersos

que escribieron universos.

Así que mis ojos vieron

en esas calamidades

una luz para mis versos.

10

Y mientras así pensaba

mi tormento se agrandaba.

Es la musa una deidad

que actúa con impiedad

y en su extrema cortedad

solo admite su verdad.

Así fue hasta que en el suelo

me vio rodar sin consuelo.

Y cuando nada esperaba,

accedió a mi voluntad,

y descendió desde el cielo.

11

Amplias alas de bramante

desplegó ante mí danzante.

Con su alegre proceder,

una verdad me hizo ver,

que casi logra encender

mi alma y todo mi ser.

Fue como el genio del lago

haciendo pases de mago.

¡¡Poeta!!, gritó, ¡Importante!

¡Tú no puedes componer

pendiente de tu lumbago!


Una noche de abril

El Siroco caliente de salitre impregnado,

de un navío que avanza con el aire enfrentado,

enardece las jarcias y las velas rebosa.

Nada teme del viento cierta sombra borrosa

que sumida en la bruma de su historia fragosa

con la pipa en los labios y la mano nudosa

en su bolsa de cuero, ve la noche de abril.

De su recio equipaje, sostenido a un pretil

cuentan cien cicatrices en idioma callado

una vida galana, pintoresca y brumosa

que ha vivido su dueño misterioso y gentil.

Guarda el bulto en el vientre que una llave acerroja:

veinte piezas de oro y en su vaina la hoja

de un puñal de Toledo con el mango tallado.

Tiene un cofre de alpaca primoroso, lacado;

un mechón de cabellos, con un beso sellado,

y el pañuelo de seda que una dama ha dejado

en el cuarto prohibido de un discreto burdel.

Lleva un fajo de cartas, que en lujoso papel

y palabras ardientes, mil romances deshoja

con mujeres hermosas que por él han pecado,

y ahora guarda reunidas por un simple cordel.

Ya avanzada la noche, gigantesca la luna,

desde el cuenco del cielo, sobre el mar la fortuna

de sus bucles de plata, generosa despliega.

Infinito es el manto del lugar donde juega

con las olas la espuma; donde el aire se pliega

como las caracolas y se enrosca y navega

su bordado de escamas derramado al azar.

Y es tan vasta y brillante la acuarela del mar,

que el destello confunde de una daga moruna

que amparada en las sombras por la espalda doblega

al que en viejos amores se entretiene en pensar.

En tan solo un instante, cruel, el filo revierte

al magnífico amante que transita a la muerte

sin que nadie lo sepa, sin que nadie lo advierta.

Y su vida mundana deja así la cubierta

con el alma aterrada que en las aguas despierta

arropada de peces y corales, ya muerta

entre Ondinas que entonan su postrera canción.

Y la bolsa de cuero que quedó en su rincón

sin saber que el destino la ha dejado a su suerte,

con sus cien cicatrices, desgarrada y abierta

en las manos acaba de un vulgar polizón.

Estrella (jotabeí)

Se acalla el grillo entre la hierba verde

que bordea la alberca y se pierde.

Quieta la brisa, las hojas no mueve.

Una miríada de estrellas llueve

en el estanque reposado. Breve

momento en que la blanca luna bebe.

Veloz traspasa el cielo una centella

cual anuncio fugaz. ¡Celeste huella!

No habrá mayor silencio que recuerde

ninguno como aquel instante leve

en que al mundo llegó la hermosa Estrella.

Sale del vientre en la caliente aurora

como fruto del amor; tiembla y llora.

Brota cual semilla al cálido arrullo

de la mano sabia. Nervio y orgullo

de una flor, otra flor en su capullo.

Frágil brote del sin igual bandullo

es un tesoro de promesas lleno

que el hogar colma cual amado estreno.

Recién llegada y ya el silencio atora

y ante su voz, con singular murmullo,

se encoge el prado con amor sereno.

Comienza la mañana, el sol asoma

y habla cada color, su propio idioma.

Retorna el jilguero empedernido

a cantarle a su amada. Encendido

el aire, un puñado colorido

de mariposas suelta divertido.

La brisa, mientras tanto, silenciosa,

fino tamo sobre el camino posa;

mece el lirio que de la alberca aroma

y repeina la hierba. Prevenido,

el prado todo, de color rebosa.

Sale a jugar Estrella; la campiña

feliz la acoge. La graciosa niña

agita el polvo con su paso leve

mientras corre. En su mano de nieve,

un muñeco de trapo que ella mueve

con gracia singular. Su risa breve

bota en cada rincón y su alegría

renace a cada instante. Con porfía

de cada flor atenta se encariña

aunque no las arranca. No se atreve

porque dolerlas, su dolor sería.

Promedia la jornada, se desploma

inclemente el calor. Una paloma

arrulla con tenaz monotonía.

La oculta el ramaje, es mediodía.

La araña se recoge en su sombría

cueva, en tanto, la voraz porfía

de la colmena, en las bellas flores

se entretiene libando. Los olores

que cada fruto madurado toma

se trasmiten al aire y la alegría

de Natura se esparce en sus favores.

A la sombra de un árbol la más bella

flor suspira y sueña. ¿Puede ser ella

la que descubra al príncipe soñado?

¿La que de labios de su bien amado

el néctar beba del imaginado

beso de los cuentos? Inesperado

el sueño de la siesta llega y cierra

sus ojos, su mente deja la tierra

cabalgando la luz de una centella,

y cruza el mar, que imaginó dorado,

más allá del prado y de la sierra.

Y mientras duerme, el cielo precavido

vigila que en el prado no haya ruido

que interrumpa el momento, que la brisa

no llegue a despertarla; que sumisa,

se calle la paloma o que la prisa

de la araña en volver a su precisa

tela se disipe. Quiere que Estrella

siga siendo la idílica doncella

del cuento, donde el príncipe atrevido

llegue y audaz le bese la sonrisa

por ser, de todas, la mujer más bella.

Nubla la tarde la campiña toda

un presagio de lluvia. Se acomoda

un perro indiferente en la vecina

alberca. Cada tanto arremolina

el polvo, una brisa vespertina

que entristece. Monótona rechina,

en los pastos, la voz de una chicharra.

Las abejas se esconden. La tabarra

de algunas hojas secas incomoda

el extraño silencio que ilumina

el gemir irreal de una guitarra.

Mira Estrella por la ventana abierta

el horizonte. La mirada alerta

busca a su amor en cada polvareda

que arremolina el viento en la vereda

que lo devuelve a casa. Solo queda

del sueño adolescente: la arboleda,

la sombra encubridora y el travieso

despertar con aquel ansiado beso

en los húmedos labios. La incierta

tarde los recuerda, en tanto rueda

el angustiante tiempo del regreso.

La luna se encamina nuevamente

a beber de la alberca. Se presiente

entre los pastos otra vez el grillo.

En el cielo, un misterioso brillo

la bóveda ilumina. Un pajarillo

se recorta fugaz sobre el sencillo

perfil del horizonte. Y parece

que hasta la brisa más sutil fenece

cuando cae la noche. El relente,

lustra el prado con singular cepillo

de fina seda y todo resplandece.

Crepita en el fogón la dura leña

que calienta el hogar. En lapequeña

casa, un hombre solícito se afana

por atender a la mujer ufana

que por parir aguarda. ¡Tan cercana

ve la ansiada llegada! y ¡tan lejana!

que por momentos tiembla, desespera

y le brillan los ojos. Más, la espera

ha de durar aún porque se empeña

en nacer aquel sol por la mañana

como cualquiera flor, en primavera.

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