Madrigal burlesco
Caísteis del caballo
pese a ser un buenísimo jinete,
por poco no os partisteis el ojete.
No hubo daños mayores,
tenéis, por suerte, la mollera dura:
no os causasteis fractura,
lesión o cardenal, sólo dolores.
Cazando con ardores,
caísteis del caballo
y siquiera volvisteis con un gallo.
Sextina despechada
Os escribí mil veces una carta.
Escribíala y rompíala con mis manos,
servíala luego como almuerzo al puerco
que pastaba en la esquina envuelta en yedra,
que observaba extrañado vuestras aves
y la nieve cuajando lenta en hielo.
Yo sospecho que vos también sois hielo
porque no leeréis jamás mi carta,
pagado sólo con mirar las aves
e indicarlas con gestos de las manos,
notando como la mullida yedra
trepa en la cuadra donde vive el puerco.
Dudo que poseáis un solo puerco,
los nuestros se murieron por el hielo,
los otros, no el que pace por la yedra.
Mas volvamos a esta mi preciosa carta
que escribo con la pluma y con las manos
heridas por los picos de las aves.
Descubrí, no sin daño, que las aves
son malas, son peores que mi puerco
que, por lo menos, deja en paz las manos
y aborrece solamente el hielo.
Mas desvíome de nuevo de la carta
porque enrédome en la perversa yedra.
Estrangula vuestra alma la vil yedra,
sois más desagradable que las aves.
Tampoco sé si enviaros esta carta,
quizás haré que se la coma el puerco
o espero a que el invierno, con su hielo,
me sane las heridas de las manos.
Si en verdad no veis que mis pobres manos
intentan arrancar la indigna yedra,
que os asfixia con torzal de hielo,
si en serio os interesan más las aves,
entonces no sois hombre, sino puerco
y se acabaron aves, yedra y carta.
Las aves que mis manos laceraron
por vos ensogaré con hielo y yedra.
Nutriré, en tanto, al puerco con la carta.
Trabajar cansa
Sentado en el despacho,
son tristes y aburridas mis funciones:
escribo, borro, tacho.
Somos como peones,
según ellos, los dueños ricachones.
Llamo a mi amigo Nacho,
le hablo sincero, sin contemplaciones,
del jefe, el mamarracho,
de todos los patrones
que forman esta empresa de ladrones.
La jefa, un marimacho
que sólo viste blusa y pantalones,
y el novio, un falso macho
que charla a borbotones,
sólo sabe llenarla de atenciones.
Voy a comer gazpacho
y me olvido de mis tribulaciones.
Tomo un café borracho
de anís, con dos terrones,
y un helado de nata con piñones.
La crema de pistacho
llena el mantel de sucios lamparones
y me provoca empacho.
Ya con retortijones,
vuelvo al lugar de mis lamentaciones.
Bach y las patatas
Escucho nuevamente las cantatas.
Un hombre dijo en tiempo ya lejano:
«No mezcles nunca sacro con profano»
musito mientras pelo unas patatas.
Con hambre me he quedado, abro unas latas,
me sirvo una cerveza: almuerzo insano.
Encima se me escapa de la mano
el cazo que se cae entre las patas
de la mesa y me agacho mientras viene
un trueno de tambor luego del salmo
y en mi pecho el latido se detiene.
Soy presa del terror, casi la palmo
y pienso que ese tío razón tiene
mas gracias a la música me calmo.
En el metro
Me cago en el alcalde y su alcaldía
que me espachurran como un kiwi pocho,
o como un rancio y fétido bizcocho.
La gente va alocada, la jauría
me empotra en una puerta sucia y fría.
Ya estoy cansada y sólo son las ocho.
Nos cuentan más mentiras que Pinocho:
los regidores dicen, cada día,
que nuestro metro es el mejor del mundo.
«Con ganas se lo creen los simplones»
me digo mientras en la masa me hundo.
Una mujer se apoya en mis riñones,
quiero gritar un ¡no!, un ¡no! rotundo:
me tiene el metro ya hasta los cojones.
En el fisio
El muro miro desde el agujero,
y las baldosas de granito falso
me esperan como un lúgubre cadalso,
me empujan a sentir que valgo cero.
El fisio actúa como en un madero,
mis huesos crujen con rumor de clavo,
mis músculos no valen ni un centavo.
El tío este se cree un carpintero.
Me vuelvo a casa triste y renqueando,
me duele el cuerpo, el alma está afligida.
Un baño quiero, pienso mientras ando,
para curar mi pobre espalda herida.
Mas en la tele dan una parida:
me siento en la butaca y cojo el mando.
En el taller de poesía
Querida compañera de escritura,
te quiero dedicar este soneto
que dice, en el estilo más escueto,
que impávida me deja tu hermosura.
Pacientemente tejes la conjura,
dibujo inteligente y muy discreto,
que, no lo disimules, es tu reto:
que nuestro profe te ame con locura.
Se clava tu mirada, que es de acero,
en él, lo estudia y sube a su cogote
y el vate te declara amor sincero.
La vista alza sin que se le note,
intenta hacerlo con prudencia, pero
sus ojos van directos a tu escote.
En el dentista
Me siento en la butaca con el miedo
de cuando me decían: «Ven, cariño,
ahora acaba con el otro niño».
Como consuelo, me chupaba el dedo.
Sé que parece que me importa un bledo,
incluso, a la enfermera un ojo guiño,
mas mi temor es que me saque un piño,
entonces al doctor voy medio pedo.
Abro la boca y él escarba en ella,
la habitación me gira alrededor.
Con pesadumbre pienso en la botella
de ron que me he pimplado, en el olor
de la anestesia y echo la paella,
que he almorzado, encima del doctor.
Por la nariz muere el amor
Lo quiero con locura y bien lo sabe,
quisiera honrarlo como se merece.
Si tiene la garganta que le escuece,
allá que acudo más veloz que el AVE.
Creía en esto y más aún si cabe,
pensaba entonces que el cariño crece,
me cae ahora como un martes trece
y ya no aguanto su ronquido grave.
(Peor que doble pata haber metido,
peor que un chiste malo y revenido,
peor que el sexo hacer con calcetines.)
Te pido, por favor, que no rechines
los dientes de ese modo tan jodido.
Con este amor que queda no termines.
Cuando es de noche
Cuando es de noche, cuando el sol se ha roto,
llegan las sombras y mi cuerpo sueña.
Quimeras libres –no soy su dueña-
se hacen imagen, se hacen viva foto.
Es el estanque donde nada un loto,
es el blanco de plumas de cigüeña
o de un niño la cara tan risueña.
Es visión, es placer de nombre ignoto.
Mas a menudo se hace pesadilla,
como escuchar la música del grupo…
¿cuál es su nombre…? Ah sí, Mamá Ladilla.
Mirarme andar desnuda por la villa,
o tragarme un ratón que luego escupo:
los sueños son absurda maravilla.
Me manda escribir versos el Urceloy
(homenaje cutre a “Un soneto me manda hacer Violante”)
Me manda escribir versos el Urceloy,
de memoria me sé todas sus odas.
En sueño se aparece y, ¡no me jodas!
me llama con la mano y allá que voy.
Con la cabeza contra la pared doy
¿por qué me habré metido en estas modas
que son las más difíciles de todas?
Tan mal me siento que ya no sé quién soy.
Un fulgor de mi juicio fatigado
me recuerda que por tener ni tengo
ese soneto a mí no dedicado.
Después de muchas pruebas ya me abstengo:
quería escribirle un soneto alado,
pero me sale sólo un verso rengo.
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