Necesito escribir mis palabras fuera. Necesito mover mis dedos sobre estas teclas para sacar, para liberar esta sensación que me carcome por dentro, que mata cada molécula mía, una por una, haciendo del proceso uno lento, y eso me mata todavía más, porque me hace esperar por mi propia muerte, y no sé si sentirme aliviada o de otro modo, aterrada.
Quiero sacar este peso de mi cuerpo que lo hace sentir tan vacío. Ya no puedo esperar más, ya no puedo seguir conteniéndolo. Soy un globo que siguen inflando a pesar de haber tenido todas las señales de que pronto explotaría. Pero siguen inflándome, como si no les importara, y yo sigo esperando el momento de mi explosión, pero ese momento nunca llega, y yo sigo aguantando el dolor.
Sufro cada día, mis ojos se abren solos en medio de la noche. Mi cuerpo se tensa y se dobla en busca de confort, un confort incansable en este mundo mío. Este mundo que no conoce la piedad y que aún así, yo sigo rogando de rodillas.
No importa cuántas lagrimas llore, este hueco que reina mi corazón nunca parece llenarse, como si satisfacerse no estuviera dentro de sus planes.
Mi grito silencioso hace vibrar mis orejas y mi cuello y mis labios se estremecen, pero para cuando al fin los abro, de ellos no sale más que un suspiro, algo leve y suave, temeroso de despertar esa bestia que reina mi interior.
A pasos silenciosos y con cuidado, camino por estos pasillos oscuros. No sé hacia dónde me llevan, no sé hacia qué trampa estoy por caer, pero sin embargo, sigo caminando, porque temo que si me detengo, esas manos desesperadas por rasgar mi espalda por fin me atrapen. Así que sigo caminando, hacia algo todavía peor.
Mi pecho se relaja, y las palabras poco a poco comienzan a desacelerar, con precaución y suavidad, para no lastimarme más de lo que ya estoy. Las palabras me consuelan y abrazan mi alma, como un puñado de bestias con plumas suaves que con su roce no me lastiman.
Mis manos comienzan a perder el interés, pierden el apetito por la expresión y la soledad que estas paredes me proporcionan con parsimonia e ignorantes de que su intrusa está a punto de someterse a quién sabe qué. Con marcas de por vida en su cuerpo, como perfectos recuerdos de pesadillas que seguirán atormentándole como si se tratase de una polilla yendo hacia la luz.
Es una perdición.
No hay escapatoria.
Y a fin de cuentas, aquí estoy, dejando mis últimas palabras que quedarán como testimonio de algo que fue, que es, y que siempre será: un tormento para alguien que ruega de rodillas por un poco de paz.
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