I
Me arranqué
las venas
el otro día.
Por las que tus recuerdos
se atrevían a correr.
Disparatados y locos,
no consiguieron acabar con mi cordura;
me los arranqué antes.
También arranqué
el coche
en aquel parque
de árboles de parquet francés.
E intenté salir de aquí
sin pensar en tu boca.
Pero por más que aceleraba,
me quedaba en segunda.
Me desangré.
II
Tengo el corazón nublado.
No le sirve un billete a la soledad;
ni aunque le pagaran se iría a Flandes.
Tampoco a Francia,
ni a Canadá
ni a las Bermudas.
No se iría a las Cíes,
ni a Noruega
ni a Sydney.
Tampoco a la China,
ni a Sri Lanka
ni a Taiwán.
Visualiza las aguas de Portugal,
las del Cairo
y las de Nigrán.
Pero no le sirve.
Pa’ qué moverse
si la nostalgia está dentro
y no se escapa en un billete.
III
Un beso es
un beso.
Y un abrazo es sólo eso,
un abrazo.
Yo lo tenía todo
con tu guitarra y tus dedos.
Quería que me tocaras
un jazz blues
al azar,
al compás de los dados.
Y ahora quiero que me sigas tocando.
Pero no te voy a escuchar.
Porque en los dados salió un adiós.
Y tú no hiciste nada
porque volviera a tirarlos.
IV
Te tumbas.
Noto cómo se hunde
el colchón
con la silueta de tu cuerpo.
Te giras.
Me acaricas, a bote pronto,
hasta el culo.
Y vuelves a subir.
Recorriendo las curvas
que te vas encontrando.
Al ritmo de mi vello en punta.
Hasta mi nuca.
Hasta mi pelo.
Tocas mis labios.
Te encantan.
O al menos, eso solías decir.
Tu voz acaricia mis oídos.
Te contemplo en éxtasis.
Como si fueras un ángel.
Me miras.
Me miras intentando descubrir
que hay dentro de mí.
Y,
sin esperarlo,
me despierto.
V
Estoy borracho de años.
Llevo 40 casados con mi segunda mujer
(la única y la de mi vida),
50 respirando y amando el Redbreast
y 75 pensando en cuándo voy a cumplir lo que me prometí a los 10.
VI
Y yo que pensaba
que el dolor humano
(el emocional)
era pasajero…
Resulta que al final
la pasajera
soy yo,
que por humana
(por emocional)
no puedo evitar
viajar probando dolor
de corazón en
corazón.
VII
Lo nuestro duró
lo que duran dos cigarros
ahogándose en un río.
Lo que dura un polvo
en el recobejo del parque
a las cinco.
Lo que duran dos amantes
que se esconden tras el grito
del engaño.
Lo que dura una botella de Readbreast
en manos del
viejo de antes.
Lo que dura una copa de limón
en la boca de un niño
sediento.
Aunque pa’ sedienta,
la mía.
Pa’ sedienta,
mi boca.
Te daría un beso
repetido tras otro
si en vez de apostar por ella,
por la soledad post-culpabilidad absurda,
hubieras apostado por mí,
y por unas buenas disculpas.
VIII
El único por el que perdí la calma.
El único por el que perdí contra la tempestad.
El único que me hizo sentir delicada
haciéndome el amor.
El único al que admiré por su sano juicio.
El único que me hizo sentir esencial.
El único que me enseñó qué es lo bello
de cada parte de todo.
El único por el que yo hubiera dado medio mundo más…
Fue el único
que me vio abrir la puerta
mirando atrás.
Fue el único
que me vio querer quedarme
y no frenarme al marchar.
IX
Soy una muerta de hambre.
De tus caricias.
De tus cariños en mis vértices.
Que tan muertos están
como un presente en plural.
Mi cuerpo ruge,
muerto de hambre
por una mirada tuya.
Que me muero,
mi vida,
por una migaja de tu apego.
Por tus manos moldeando
mis caderas.
Tengo mono.
Voy mendigando amor
por la calle,
y sin pedir permiso al ayuntamiento.
Y, como es obvio,
la multa me llega.
La multa me llega porque
ninguna de esas manos
son las tuyas.
Pero el arrepentimiento
siempre se esfuma
porque ese vacío
no se va.
Busco las sobras
que vas dejando por las redes.
Si no es en este sitio,
es en aquél
y cómo le jode a mi estómago
pensar que no piensas en mí.
Parece que mi instinto
de superviviente nato
muere
puesto que yo,
así,
muerta de hambre,
te sigo buscando.
Te sigo buscando
sabiendo con certeza que
no voy a encontrarte
porque tú ni siquiera
te has planteado
si salir a buscarme.
Excepción.
Llevo décadas
intentando escribir sin pesimismo
un poema.
Pero
la realidad amarga
es incapaz de edulcorar mis letras.
Sólo hay una emoción
presente y futura
que es capaz de darle color
a este poema.
Y esa es tu labia.
Tus versos.
La ilusión de
aprovechar cada instante pa’ vernos.
Y así oír tu risa.
Y ver a tu mechero
libidinoso por darme
más conversación.
Volver a sentirte cerca.
Si no existieras,
tendría que inventarte.
Pero como ya respiras,
prefiero inmortalizar tu alma
escribiéndote
con delicadeza.
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