Un poco de cordura

En medio de la locura rampante es difícil avizorar amaneceres

que no se tiñan de rojo o que no se escondan en la bruma

(abrigo inútil y pesado, cubierto de discordancias y pareceres)

aunque desde un rincón se vea inocente a la noche estrellada y oscura.

Es evidente que la insania referida es la que nos cobra factura

toda vez que usamos cualquier forma de violencia en la puerta contigua

creyéndonos ajenos a la virulencia cruda y dura,

que nuestro albedrío no claudica y que nuestra naturaleza apacigua.

Y si me preguntaran ¿qué es entonces la cordura?

pues mi respuesta sería tan concreta como ambigua:

no es la calidad de la entereza o el cambiar lo acerbo por dulzura,

es más bien estar convencido de que la bondad es siempre pertinente, pero exigua.

Para ser consecuente en estos menesteres

habrá que condimentar con un poco de amargo de angostura,

estar conscientes de nuestras obligaciones y deberes

y que a nuestra desazón nunca le falte compasión ni ternura.

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