La niña-madre estrella centellea

La niña-madre estrella centellea

Salgo de este día

me desencajo de la morada de luces escapistas

que entímidecen en los rincones,

que a través de las ventanas proyéctoras encuentran su sombra y matizan.

Aquí no reconozco el tiempo en un reloj,

dentro a veces es Navidad,

pero siempre se celebra un cumpleaños

o así pareciera.

Todos tienen algo que hacer

yo solo me encuentro con la transmutación de los colores en las paredes,

en los rostros, en la ropa…

al intróspectarse el Sol en sí mismo.

¡Menuda forma tan ególatra del Sol para morir!

Desaparecer sin apagarse

el sueño de mi alma torturada por la insertidumbre

por el miedo a existir.

¿Cuánto más imposible le es al Sol despertar cada mañana?…

Para mí cada palabra desde este punto duele,

porque la estoy escribiendo con conocimiento de causa y consecuencia.

Entre estas otoñales paredes cantantes

cada ser que posee la propiedad de la vida…

que desde algún tiempo sé, no es inherente;

divaga de el abismo, a la salva orilla.

De la compasión en una caricia guardada para siempre o para ahora,

a la inconcresión de una ternura oculta,

inmaterial.

Pero cuando el equilibrio pierdo también sé:

¡Si caemos en este abismo flotaremos con los ojos fríos hacia el cielo!

Entre los presentes, ímpresente reconozco

algunas madres alimentadas por sus lactantes,

nosotros centelleantes nos dejamos ver al apagar las luces de artificio.

Tomamos parte de la tarde y la noche

para desvanecer nuestras preconcepciones

y amar con la estrella niña-madre.

Que baja a Tierra para merodear

melodiosa, sonora y enamorada

en los ojos de los niños chispeantes

y compartimos energía cósmica adorable.

En ella somos, con ella somos…

y jugamos a mostrarnos en lugar de ocultarnos,

corremos fugaces sobre un plano misterioso y milagroso

tomando la magia como un ideal.

Dulce plano localizado atemporal entre cielo y tierra

con energía que es de azúcar impalpable y grajeas esmaltadas,

usamos la antigravedad como un súperpoder

para oxigenar la ventosas de los pulmones

hambrientas de motivos para suspiros profundos.

Tiene sabor a dicha y a caramelo de estrellas

como la juventud infinita, la que propulsiona el alma.

Los infantes chispeantes se ríen junto al abismo

cantamos juntos tocando el cielo desmantelado

de estrellas que han caído de visita.

Movidas por un viento descomprimido

que alimenta los ensueños de un amor a voz alzada,

y de razones tan fuertes como justas…

En especial la razón de aquellos que cantan para amar.

Dentro de este recinto de tonalidades ocre

las estelas de luz amarela brotan del aliento húmedo

el que les dio la niña que también es madre

a sus lactantes aguardantes en la penumbra solar.

Quienes las acogimos y nos abrimos de pecho

separando las costillas una por una para dejarlas entrar

mas sabíamos que no habrían de quedarse…

Sus radiaciones se entremezclaron con la brisa que nos tragamos,

la brisa huía del vértigo

la tomamos en nuestras fauces y ella prometió volver por más.

¡Ya no tenemos miedo, ya no tenemos miedo!

He oído leyendas sobre una niña-madre estrella

que a los ojos de sus amantes, radiantes infantes

produce melodías refrescadas con la certeza

de un nuevo suspiro que vuelque las entrañas,

que devuelva el corazón…

Y ella, centellea.

/Zaría Ren //

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