La renta per cápita de Tailandia es de 2000 $ al año. Con una extensión similar a la de España, el país de las sonrisas es el máximo exportador de arroz del mundo, gracias sobre todo al desarrollo de avanzados métodos de cultivo, como el riego por anegación. Camboya es el país más pobre de Asia. Su renta per cápita es de 350 $ al año. No resulta exagerado decir que pasar de Tailandia a Camboya es saltar de casi el primer mundo al tercero, sin paracaídas.
El desconcierto y la turbación de la frontera thai-camboyana quitan el hipo a cualquiera. Los viajeros lo percibieron nada más llegar allí, en el mismo lado tailandés: adolescentes en moto buscando con la mirada y haciendo el gesto de estampar un sello con las manos; niños mendigando (la primera vez que los viajeros palpaban la mendicidad en Tailandia) o cubriéndolos bajo un paraguas para cobijarlos del sol, y que por mucho que estiraran el brazo no llegaban a aupar el utensilio por encima de sus cabezas; y policías impertérritos apostados en una caseta de información turística, ajenos a lo acontecido, de aspecto siniestro y, por lo que parecía, afásicos.
Polvo, mucho polvo en las calles, miles de carros rudimentarios de madera tirados por gentes que ya no sonreían. Esto era la zona tailandesa. Lo peor para los aventureros estaba al otro lado…
El viajero que acude sin visado tiene que estar muy atento de dónde conseguirlo, pues una vez cruzada la oficina de inmigración tailandesa, dónde normalmente son amables, se llega a una especie de terraza del chiringuito Manolo, a mitad de camino entre ambas fronteras, donde unos polis camboyanos, con cara de perro y que no hablan inglés, tramitan el visado. Gracias a un chavalín que hizo de intérprete y que les condujo hasta allí, se pudo arreglar el asunto, si no quién sabe lo que les hubiera ocurrido a los incautos viajeros. En la oficina camboyana, asombrados, estos pagaron, sin rechistar, 25 $ más una foto carnet, cuando se supone que eran 20 $. Acto seguido, cruzaron un insólito paraje lleno de casinos de lujo (los juegos de azar están prohibidos en Tailandia), intercalados entre ambas fronteras. Todo aderezado con ese polvo en suspensión brotado de caminos desecados y agitado por carros repletos de mercancías tirados por jóvenes a menudo despojados de calzado.
Escalofriante es poco para reflejar el tránsito de un mundo plácido a otro tétrico. Y en estas, los aventureros, estupefactos y colapsados, lograron cruzar a Camboya. Seguidamente, dieron una propina al chaval-intérprete que los ayudó en los trámites y que después los dirigió a un coche-taxi para llegar a Angkor. donde les explicaron que serían unas tres horas para recorrer 150 kilómetros por una carretera complicada, en la que un bus solía demorarse más de 5 horas. Lo sorprendente fue que previamente, sobre el mapa, parecía tratarse de una carretera muy recta y sin pendientes. La duración extrema del viaje parecía inaceptable, y por qué no decirlo preocupante, hasta que los viajeros comprobaron cómo era la carretera y comprendieron.
Aún amedrentados por lo visto y vivido previamente, la negociación para conseguir ese transporte resultó delirante: les pedían 1500 bahts (30 €) por barba para llegar a Siem Reap, pero gracias a un cuarto aventurero, rebajaron el precio inicial a 1200 bahts. Esos minutos de espera hasta que apareció el neozelandés Richard, el cuarto incauto que los acompañaría, clausuraron para siempre el verbo pestañear. A su alrededor, niños descalzos que no sonreían, motociclistas en fila pasando en mano billetes a los polis camboyanos (los viajeros nunca supieron el motivo), casas desvencijadas y las miradas duras de la gente sobre nuestras espaldas. Duras miradas a la espera de algo…
La carretera de 150 kms, una pista de polvo y arena que llega hasta Siem Riap, estaba en obras y resultó espeluznante: socavones, charcos como lagunas, barro y más barro debido a las copiosas lluvias de la zona, y tan solo 20 kms asfaltados ¡y encima de noche! Nada más comenzar el recorrido, el taxi se dirigió a una especie de casa particular para llenar el depósito con una bombona de gas, lo cual resultó estrambótico.
Después de 3 horas agotadoras, la carretera de repente comenzó a brillar, asfalto firme en buen estado y un espejismo: una zona de hoteles y restaurantes de lujo próximos al aeropuerto de Siem Riap. Esplendor en el lodo. De nuevo, todo parecía ciencia-ficción. Una vez cruzados esos dos kilómetros de lujo y parafernalia, los viajeros llegaron a la zona céntrica, más mundanal, despertando de la pesadilla.
Casi media noche y aún quedaba el transporte que al día siguiente les conduciría a Angkor y buscar un lugar para pernoctar. Tras un duro regateo por aquí y por allá, ni Laudrup en sus mejores tiempos hubiera salido tan airoso, cerraron con Rogelio, el orondo conductor del tuk tuk, el traslado a Los templos de Angkor. Como colofón, los tres viajeros, extenuados, encontraron un lugar decente donde acabar esta pesadilla por 25 $, breakfast included por supuesto.
OPINIONES Y COMENTARIOS