La broma de la vaca

La broma de la vaca

Enrique Carro

06/09/2017

¿Qué hay en esas bolsas? – Preguntó el joven hostelero de Jaisalmer.

La pareja, cansada por las numerosas preguntas a las que la habían sometido durante dos meses viajando por el norte de la India, abordó aquélla con una sonrisa socarrona.

– Es una vaca cortada a pedazos – respondió la mujer, sacudida por una rabia transgresora. No olvidará el lector que en la India la vaca es sagrada.

El hostelero, que apenas contaba veintiún años y gustaba del humor de la dama, lejos de enfadarse, miró al marido que llevaba en brazos una bolsa azul aún más grande que la de su ocurrente mujer.

– Te dejaremos unos trozos de recuerdo por ser tan preguntón – agregó el marido abrazando la bolsa.

El hostelero entornó los ojos, mostrando una ligera incomodidad. Después de todo, matar vacas en la India no solo era un crimen sino también un sacrilegio.

– Mira – continuó el viajero –, todavía está caliente.

El dueño del hostal tocó la bolsa, no tanto para verificar si era una vaca, por supuesto, sino porque entre los indios la curiosidad es un rasgo irremediable. “Serán bolsas de piel – se dijo – y éstos que decían que no tenían dinero”. Entonces su sonrisa, más que de complicidad fue de complacencia: no dejaban de hacerle sentir bien las miserias de los extranjeros.

Unos minutos después, se despidieron viajeros y hostelero porque, además de irse a dormir, la pareja zarpaba a su país a la mañana siguiente. Efectivamente, al alba, el hostelero despertó con el ruido del taxi marchándose al aeropuerto. Cuando volvió a quedar todo en silencio, pensó en la broma de la noche anterior. «Gente loca», se dijo y estuvo reflexionando allí hasta que el calor le mojó la cara.

Unas horas más tarde, desde la puerta del hostal vio un avión cruzando el cielo. «¿Serán ellos?» Se preguntó y subió a limpiar la habitación de la jocosa pareja.

Y no sabemos si fue sorpresa o espanto, lo que emanó su rostro aquella mañana soporífera, al ver la cabeza, las patas y el torso de una vaca colocados sobre las sábanas de la cama, que entonces ya eran más rojas que blancas. Sólo sabemos que el hostal en mención es, desde entonces, muy concurrido por turistas extranjeros, ya que, como bien apuntan las guías, es un lugar apacible donde reina el silencio y el misterio, gracias al mito formado tras aquel suceso; donde el viajero descansa de la curiosidad de los nativos, ya que allí nadie hace preguntas. Sabemos además, que en las puertas de las habitaciones cuelgan sugerentes carteles advirtiendo que están prohibidas las bromas sobre vacas.

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