El coche en el que viajaba hacia Kramatork, un pueblecito al pie de los Cárpatos orientales, seguía por un pedregoso sendero lleno de curvas afiladas y precipicios infinitos. Ya estando cuesta abajo, después de atravesar bosques lúgubres, me asome a la ventana y vi al borde de la carretera, unos abedules que danzaban sobre una manada de perros famélicos, que merodeaban las casas esparcidas a lo largo del camino.
Al entrar al pueblo, escuché el relinche de los caballos después que el cochero les ordenara que detuvieran la marcha. Antes de bajarme del coche, me asegure de estar suficientemente abrigado y tras poner los pies en el cascajo eche una lenta mirada al pueblo que aparentaba dormir una siesta. El cochero, que parecía tener bastante prisa, trajo mi maleta de inmediato y la puso sobre el peldaño que rodeaba la plaza. Lo único que sabia de mi padre, era que después de abandonar a mi madre y a mi, había construido un horno de pan en este pueblo. Mis ojos buscaron una panadería que tendría que estar en cualquier esquina, pero no la vi, no vi ni un rastro de vida a mi alrededor, solo unas casas revestidas con piedra traída de una cantera cercana, revelaban algún pasado digno de recordar. Quise preguntar al cochero si sabia de alguna panadería, pero cuando volteé a verlo, él ya estaba listo para continuar. Cogí mi maleta y seguí por un camino empedrado, el viento gélido soplando en mis oídos aumentó la sensación de soledad, sin embargo el invierno parecía darnos una tregua y el sol se asomo para encender los cristales de la nieve que cubrían el suelo. Caminé hasta llegar a una de esas casas y tocar la puerta, saque de mi bolsillo una tarjeta con el nombre de mi desconocido padre, como nadie acudía, volví a tocar la puerta y asomándome a la ventana, pude ver entre sus rendijas que la casa estaba abandonada.
Continúe hacia el centro de la plaza cuadrada para distraer la vista con la pileta que lucía envuelta por un hielo solido que le daba una apariencia alucinante, de pronto, escuché las voces de unas mujeres que salían de lo que parecía una bodega. Crucé la callejuela y entré en aquella bodega de sucias paredes, donde un robusto hombre trataba de sintonizar la radio que estaba en una esquina. Después de verme continuó buscando, tuve que toser y preguntarle si conocía a un tal Bojtek, me miró con extrañeza y después de rascarse la nuca, me dijo— No recuerdo a nadie con ese nombre, ¿sabe a que se dedica?— Le respondí que solo sabia que era panadero — Muchos vecinos han abandonado el pueblo últimamente, al paso que vamos, de aquí a pocos años no quedara ni un alma en Kramatork, es una lastima— y mirando su mercadería continuó —este pueblo es tan bello en verano, los lirios y las peonías abundan en cada rincón y las abejas que— esta vez fui yo quien lo interrumpió para preguntarle por la panadería —Cerró hace muchos años, se fue a la quiebra, estaba por demás, aquí todos horneamos nuestro pan en casa— quise contarle que el panadero era mi padre y que hace mas de quince años que no lo veía, pero me callé.
Salí de la bodega y me metí por una calle angosta, desde donde entra en procesión, la imagen de San Constantino al final del verano. Desde esa misma calle unos antiquísimos arcos de piedra se balanceaban sobre mi cabeza y tenían una inscripción que no logre descifrar por lo alto y deteriorado que estaban. Esa misma calle me llevó hacia un puente de madera que por debajo pasaba un rio medio congelado, al pisar el puente, la madera soltó un largo crujido que me acompañó hasta el otro lado, de pronto, unas nubes invadieron el cielo y cubrieron al sol, camine en ese ambiente gris hasta llegar a una casa con paredes de piedra que parecían esconder un secreto, que solo revelarían si yo me atrevía a llamar a su puerta. Toque y de inmediato la puerta se abrió, una pequeña mujer con un paño en la cabeza, salió de la oscuridad en la que habitaba. Se extraño al verme, aunque fue bastante amable. le conté la razón de mi presencia y sin comprender el motivo, la calma desapareció de su rostro, sin embargo me dijo que conocía a mi padre y me indicó el camino hasta la casa de él.
Seguí cuidadosamente las indicaciones que me dio la mujer. Al final del pueblo me toparía con una colina donde se encontraba una capilla negra, que tomó ese nombre después que un incendio dejará las paredes de ese color, pensé en entrar y agradecer a Dios por su misericordia, pero entonces, mis ojos se distrajeron al divisar a Kramatork en todo su esplendor agónico, en los últimos años de una larga vida, donde sus dominios no eran algo mas que reliquias humeantes. Continúe cuesta abajo y justo antes de llegar al bosque vi una casita con un pino enorme en el patio, así como la mujer me lo había descrito. Me detuve delante de la puerta pensando en qué le diría a mi padre, pero en eso escuché que unos pasos se aproximaban, voltee a mirar y vi un joven mas o menos de mi edad con una carga de leña a sus espaldas. Cuando descargó, se acerco tranquilamente hacia mi, preguntándome lo que buscaba, le dije que buscaba a Bojtek ¿quien eres tu? Me preguntó él,— Soy su hijo— le respondí, pero él, llevando la mirada hacia los Cárpatos me dio la espalda para decirme que Bojtek también era su padre y que hace casi una década que había muerto.
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