Abro los ojos y me preparo. Los próximos días mi destino es mío y mis pasos me pertenecen, no tengo que transitar el mismo camino de siempre al trabajo, puedo caminar y conocer a mi antojo.

Despierto con una fuerza desacostumbrada y deambulo por calles estrechas que cuentan historias costumbristas y reales de sus gentes, de sus preocupaciones y de sus deseos. Como en tascas llenas de gente del lugar, lejos de zonas turísticas en las que la esencia se pierde y se diluye en la inmortal (no es eterna pues seguro tuvo un inicio) disyuntiva entre el soy y el esperan de mí, el hago y el quiero hacer, el me ofrezco y el me aceptan.

Formo parte de la marabunta que se mueve en masa a lugares emblemáticos cuya energía nos conecta directamente con la Humanidad y acudo solemne, sola e introspectiva hacia la sensibilidad de rincones desconocidos cuya belleza diferente no nos conecta a los demás sino a uno consigo mismo. Grito y susurro, soy prudente y me adentro, soy la dualidad.

Aprendo relatos al conversar con la gente, intento su idioma y en su sonrisa cómplice hay más de nosotros dos que en las palabras que se dicen, se escuchan y se interpretan: hay comprensión y armonía.

Vivo, viajo y escribo. En ocasiones el viaje me elige a través de un buscador, a través de un recuerdo compartido o de una señal, en otras, lo persigo con fruición y sin desanimarme pues eso también forma parte del camino: el esfuerzo, la búsqueda de información, la preparación, todo ello es una liturgia que, muy gustosa, asumo y llevo a cabo; Ulises pasó por numerosas pruebas antes de llegar a Ítaca, algunas cosas hay que ganárselas.

Al conocer nuevos sitios vislumbro vidas que fueron y vidas que son, a veces, ponerte en la piel del artista es tan enriquecedor como admirar su obra si ésta es capaz de transmitir su alma y su objetivo al planificarla, escoger los materiales, esbozarla y ultimarla. Pintores que consagran su vida a la religión del artificio, del impacto y del simbolismo y escultores que danzan, embelesándonos, con arcilla y mármol, con vida y muerte.

Admiro leyendas que viajaron caminos escabrosos asfaltados por la ignorancia y el miedo de quienes manejan el conocimiento desprovistos de valor para mirarlo cara a cara escondiéndose tras los argumentos vacuos de la justificación moral. Pero en el arte no existe la moralidad pues no pretende ser referente de decisiones que pertenecen al mundo real sino que en su lugar aboga por asombrar o hacer conscientes de un hecho sensible. En los ojos vacíos de una estatua encuentro los sacrificios del héroe para llevar a cabo su destino, para ejecutar su misión y encontrar un sitio en su mundo, tan real para él como lo es para el hombre de hoy encontrar un buen trabajo y medrar.

Destilo el significado de las palabras que leo mientras me pierdo siguiendo caminos, buscando enclaves y disfrutando de las hazañas de nuestros antecesores, pienso y formulo al tiempo que percibo y desecho. El viaje es introspectivo y geográfico, cognitivo y emocional, interno y externo.

Ése es mi viaje: perderme y encontrarme en las miradas de los otros.

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