Cuando comenzó el día nada nos hizo presagiar cómo iba a terminar. Nuestra rutina vacacional empezaba con un buen desayuno en el hotel para después seguir visitando la ciudad, la cual desde primera hora de la mañana estaba en plena ebullición.
Pero todo cambió cuando llegamos a nuestro destino: ¡el puerto de Miami estaba cerrado! Los empleados recomendaban agitadamente a todos los turistas que abandonásemos la ciudad, nadie nos proporcionaba más información y el pánico se contagiaba rápidamente. En esos momentos nuestro corazón nos dio un vuelco y se activó el instinto de supervivencia, por lo que nos dispusimos a seguir a la masa que corría sin un destino claro, sólo escapar y esperar a tranquilizarnos para poder tomar una decisión.
Fue ese instante cuando divisamos una multitud empotrada ante los escaparates de un gran almacén, nos hicimos un hueco y pudimos entender, ¡por fin!, qué estaba ocurriendo. Noticiarios de última hora explicaban que un huracán de nombre de mujer “Erin” iba a llegar en unas horas a la ciudad de Miami. En ese preciso instante pasaron por nuestra mente todas las películas de desastres naturales; resulta increíble como todo puede cambiar en un instante: unas vacaciones idílicas pueden convertirse en una pesadilla en una milésima de segundo.
Sin mayor dilación corrimos al primer supermercado que encontramos en el camino de vuelta al hotel, pero nuestra esperanza se desvaneció cuando fuimos conscientes de que ya estaba completamente vacío, era como si hubieran saqueado únicamente los productos valiosos; parecía ser que todo el mundo nos llevaba ventaja en esta carrera de supervivencia.
Mientras tanto, cientos de coches huían de la ciudad y los ciudadanos que aún quedaban tapiaban puertas y ventanas de sus casas y negocios. Nadie sabía la fuerza con la que atravesaría la ciudad, ni el daño que pudiera provocar, todo eran incógnitas y dudas.
Aunque lo peor del día estaba por llegar, el hotel debía ser nuestro refugio, pero en cuanto atravesamos la puerta giratoria, los recepcionistas nos indicaron amablemente que debíamos huir hacia el norte para evitar el paso del huracán. Nuestra suerte estaba echada.
Nunca pensé que podíamos ser tan rápidos en hacer una maleta, pero las circunstancias obligaban a ello. Nos dispusimos a meterlas a prisa en el maletero de nuestro coche de alquiler, aún recuerdo cuando decidimos alquilar el coche tras la insistencia del agente de la agencia de viajes que era un medio más seguro el avión, menos mal que no le hicimos caso y el destino estaba de nuestra parte.
A pesar del caos de la situación, la circulación por las autopistas se llevaba de un modo organizado y respetando las velocidades, lo cual nos ayudó gratamente a serenarnos mientras nos acercábamos a nuestro nuevo destino: Orlando.
En cuanto llegamos a Orlando, nos dimos cuenta que nuestro plan no iba a salir como lo habíamos imaginado, ya que todos los hoteles estaban cerrados e indicaban que nos trasladásemos al aeropuerto, el cual había sido elegido como el punto seguro de la zona por las autoridades.
Tras más de dos horas de fila, pudimos desprendernos de nuestro vehículo, pero la espera no había hecho más que empezar. 48 horas encerrados en un aeropuerto mientras se oye un intenso ruido en el exterior y se nota la fuerte vibración de la terminal por el viento huracanado puede volver loco a cualquiera. No obstante, en esta ocasión, pudimos salir airosos de esta situación y regresamos a España sanos y salvos con unos días de antelación a lo planeado.
Realmente se convirtió en un viaje inolvidable, pero por otro motivo a los que normalmente la gente alude, ya que Erin alteró el rumbo de nuestras vacaciones.
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