Una noche de Agosto en medio de la nada, Itchel la diosa maya de la fertilidad apareció en un cuadro color blanco y negro, con vestiduras largas, llevaba el cabello trenzado y alrededor de sus caderas salían lazos que se conectaban con hombres, cada uno de ellos permanecía sentado unidos a sus cuerdas, que formaban un circulo a su alrededor.
Parada, sobre una plataforma, los hacia girar al son de su música, todos eran sus esclavos, sus amantes y talismanes.
Recuerdo que en un segundo plano entraba en una habitación, se acercaba, parecía que no tenía paredes, todo a su alrededor era oscuro, un gran misterio aparecía detrás de esa oscuridad, daba la impresión de que existían mas recamaras, más conexiones, que no se podían abrir, ni tocar. Del lado izquierdo estaba un espejo muy grande, alrededor de el había adornos como de oro y este se podía reclinar, enfrente de el estaba una mesa encima de un escalón, parecía esa misma que hay en los templos y detrás de esta se veía una figura santa, no recuerdo como era, ni de que religión, pero si del ambiente religioso que se percibía en esa recamara, la alfombra llenaba toda la habitación, era de color anaranjado, pero un anaranjado obscuro, que le daba un toque de pintura antigua.
Entonces de pronto al entrar, el cuerpo de una mujer reposaba en la orilla de aquella barra, ella dulcemente desnuda, parecía como las mujeres hermosas de antes, las musas, era pelirroja, regordeta de su cara, chapiadita, cruzó miradas con Itchel, sus mejillas se sonrojaron y entonces sin pensarlo Itchel la poseía, se convertía en ella y mientras su ser hacia el amor una y otra vez frente al espejo en la tierra, al mismo tiempo lo volvía hacer una y otra vez en la otra dimensión.
Entraron 7 Dioses, usaban túnica y eran de color azul, de manera que al ver el cuadro de espaldas, parecía que de la mujer salían 7 brazos. Y entonces eran dos, dos mujeres jadeando de placer, dos hechiceras que gozaban del dolor, del amor, dos cuerpos inconscientes, tocándose las manos, unidas solo al amar otros cuerpos, sintiendo lo mismo, creando lo mismo, moviendo sus caderas en el mismo ritmo, en la misma sintonía y frecuencia, siendo una, percibiendo al doble de lo que el umbral de su placer era capaz de tolerar.
De pronto Itchel con su cabello alborotado regreso a la tierra y una lágrima corrió por su mejilla, era imposible dejarla, ella era parte de si misma.
Y en esta búsqueda constante por saber de ella, dejo sus ojos caer al mismo tiempo que las gotas de lluvia atravesaban su cuerpo, hasta desaparecer en el piso de aquella habitación. El sonido de las gotas de agua, el olor a canela, la voz del espacio, que era fuerte, dispersa y se difuminaba en el ambiente le susurro- buen viaje-
Entonces descubrió de nuevo una esperanza, lejos de la tierra, alguien que la esperaba, lo podía sentir en cada parte de su terquedad.
Solo bastaron 3 minutos cuando se encontro frente al sol, su túnica olgada, se desvanecia con la gravedad y la desnudez de ambos cuerpos; era igual de bella que la grandeza del sol, se paro de frente y en un suspiro se coloco de manera horizontal.
Fue más allá de su infinito, luego su cuerpo se colocó de manera vertical y a espaldas del sol, de manera que su espalda se mantenía en curva y las piernas abiertas, su boca se abrió lentamente y el color del sol se iba metiendo en el cuerpo, en cada parte de ella, desde la cabeza hasta los pies, recorría cada melodía, sentía su calor, pero no le quemaba, quizá por que para ese entonces ya era color y calor, ya no era ella, era el y el era ella.
Así de un momento a otro aterrizó en la tierra, en un bosque tan oscuro que apenas se podían ver las siluetas de los árboles, que estaban sin hojas, no había nada más que oscuridad y árboles secos, entonces observaba a su alrededor mientras daba vueltas en un círculo que la protegía, del lado izquierdo salió un conejo tan blanco, que podía verlo desde lo lejos, parecía que venía a ella, sintió miedo, ternura, algo siniestro y a la vez espiritual, como si fuese su maestro, un maestro del bien y del mal, una armonía entre lo prohibido y lo armonioso de su ser, era como si ella se viera en el, un espejo de si, que le hablaba:
-«Es tiempo de soledad»
Si, un ermitaño apareció en aquellos portales y ella podía ver como callaba, una mirada terca, sin titubeos, un fresco olor a cereza inundaban sus labios, no había nadie más en aquella pintura, más que la música que permanecía en la silueta de sus ojos.
Reía una y otra vez y de pronto el cuadro ya no se entendía, muchas manchas se podían ver, sin más siluetas, ni olores, ni colores que abrieran la percepción de los espectadores.
Y aunque no poseía una forma o una técnica, se podía mirar adentro, pero no a su yo, ni a su historia, ni a lo que fue, es o sera, sino a la incertidumbre de mirarse en un espejo y sonreír.
Su reflejo le miró fijamente, del espejo comenzó a detenerse el tiempo, se paralizaron las imágenes, el espectador no podía percatarse de lo que ocurría, todo se torno en blanco, no había pausas, ni ensayos, ni errores, un brazo le tomo la cara, la estiró completamente hasta dejarle sin rostro.
Se volvió a ver en aquel reflejo, era Itchel concibiendo a un ser humano, ella no podía verlo, el sabía que estaba dentro de ella, podía sentir su latido. Y cuando se vio sin rostro, sin voz, ni cuerpo, por primera vez escuchó los tambores de aquellos relatos de su abue, y aquello fue solo el comienzo de un lienzo sin forma.
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