En flamante carro alado por dos caballos tirado uno bueno, otro malo y por auriga guiada cubierta de capa y casco, se traslada el alma humana por universos lejanos antes de ser encarnada.
Al mandar el buen caballo sobre el malo y su pereza, el auriga conduce raudo en busca de la belleza, memorizando en su canon la percepción y certeza de insignes patrones altos antes de bajar a tierra. Cuando el alma ya en el cuerpo contempla una muestra perteneciente a este mundo relaciona su lindeza con el del anterior curso, pues fácilmente recuerda el arquetipo absoluto asentado entre las estrellas.
Mas si manda el mal caballo sobre el bueno y su grandeza apenas rellena el saco y enseguida cae a tierra apuntando hacia el fracaso pues tosquedad y destreza las interpreta al contrario, cosa que a dioses no afecta al tener caballos sanos.
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