Nunca he viajado en un globo aerostático, pero es algo que me encantaría hacer: elevarme y, sin ventanas, paredes o estructuras de por medio, ver cómo se hacen chiquitas todas las cosas que se quedan abajo… Yo creo que es algo así como andar en bicicleta. Por cierto, tampoco sé andar en bicicleta. Pero cuando era adolescente, un chico que era mi novio empezó a enseñarme. En una ocasión logré mantener el equilibrio poco más de media cuadra, y por unos segundos experimenté esa emocionante sensación de libertad al sentir el aire en la cara … hasta que recordé que no sabía frenar.
Conocí a Miguel hace poco más de un año. Es guapísimo, pero lo que más me atrajo de él fue la inteligencia y sensibilidad que descubrí en sus textos. Tuve acceso a uno de ellos – erótico, bello- en la casa editorial donde trabajo, y me gustó tanto que compré sus libros. Descubrí en ellos a un hombre inteligente y sensible. ¡Vaya combinación! Luego de varias lecturas de media noche y alguna charla casual en los pasillos de la editorial, comencé a enamorarme.
Por esos días aún me sentía segura de mí, valiente, bonita, capaz, joven. Todavía no se hacían patentes muchas de las consecuencias de mi decisión, y todo parecía ir a mi favor. Quizás había que resolver algunos desacuerdos, dejar claras ciertas cosas. Pero tan sólo pensar en eso me producía una enorme incomodidad, y llenarme la cabeza de fantasías con Miguel era una forma muy gratificante de evitarlo. Así que poco a poco, el globo de mis ilusiones se fue elevando, despegando(me) del piso, de la realidad, de las aflicciones.
Un paseo en globo es algo que haces con la finalidad de distraerte. Pagas un boleto para divertirte un rato y alejarte de la rutina, y ver tu vida desde arriba, como si no fuera tuya, como si pudieras quedarte en ese estado de felicidad y asombro. Sabes que es una alegría efímera, pero no por eso dejas de entregarte al placer de vivir ese momento. ¿Qué sentido tendría subirse sino dispuesta a disfrutar, sin pensar en que al bajar terminará la diversión? De vuelta en el piso, quizá todavía puedas sentirte distinta -feliz- durante un rato más, y hasta verlo todo más colorido y brillante que de costumbre. Sin duda, vale la pena atesorar experiencias así. Pero es un hecho que no puedes vivir así.
Luego de algunos meses de andar en las nubes, me di cuenta de que mis ilusiones con Miguel no iban para ningún lado. La vida real interrumpía mis fantasías, boicoteaba mis intentos de encontrarme con él, y se confabulaba con el hecho -contundente y claro – de que yo no le interesaba. Me subí al globo de mis ilusiones a pesar de que él dio señales muy claras que no quise ver. Hasta que tuve que aceptar que el paseo había terminado. Tuve que reconocer que, en el fondo de ese dulce enamoramiento, también anhelaba que Miguel me rescatara.
La barquilla tocó tierra, y me encontré en medio del áspero camino que, dos años atrás, decidí tomar. A mi alrededor había pura desolación, y aquella incomodidad que tanto evité, se hizo presente día y noche, sin descanso. El largo el viaje -el verdadero viaje- comenzó, pero durante meses no pude dar más que uno o dos pasos tambaleantes. Me sentía sin fuerzas para emprender la marcha a paso firme, y el hecho de verme parada sobre el mismo punto de aquella vía reseca, me desanimaba aún más.
Empecé a andar, porque la vida no te permite quedarte mucho tiempo en el mismo sitio, pero el paisaje a mi alrededor no cambiaba, como si moviera las piernas en una banda sin fin. Cada tantos pasos me encontraba frente al espejo: esas situaciones que me obligaban a descubrir en mí actitudes que no me gustaba ver, y eso hacía más doloroso el camino. En algún momento me quedó claro que, por primera vez, estaba enfrentando la vida sola, sin poder culpar a nadie y sin tener quién mitigara las consecuencias de mis actos y mis decisiones. Antes, siempre había dependido de alguien más.
Una sensación de fracaso me oprimía el pecho y no lograba salir de un círculo vicioso de autocompasión y culpa. Había dado un primer paso, emprendí un viaje hacia un destino desconocido, fuera de lo que siempre fuí, sólo para que, más temprano que tarde, mi antiguo yo me inmovilizara como un lastre. Mi vida entera comenzaba a parecerme un completo error; como si cada una de las decisiones que tomé en el pasado fueran incorrectas sólo porque la suma de ellas me trajo hasta aquí. ¿Dónde quedó la mujer que se sentía tan valiente y segura? ¿Quién era yo realmente; aquélla o ésta, llena de dudas y temores? ¿O es que me estaba juzgando con demasiada dureza?
En momentos en que el trayecto me parece muy amargo, pienso en Miguel. Imagino que de pronto descubre mis virtudes y se enamora de mí. Me pongo a fantasear mirando su foto en la contraportada de su libro, como si mirara al cielo con la esperanza de dar un paseo en globo, con tal de escaparme un rato de esta sensación de que no estoy haciendo nada bien.
A pesar de esas recaídas, estoy en marcha. En algún momento llegaré a un paraje sombreado y verde.
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