Salí de aquella habitación. No sabía si estaba segura de lo que estaba haciendo, no era consciente de los riesgos que podían suceder, pero nada me detuvo. Cuando me escapaba y por fin me subí al auto y dejé todo atrás incluyendo a las personas que me trajeron al mundo. Eso me aterraba, sabía que sí lo hacía, mas no sabía si me aterraba no verlos nunca más o que jamás me perdonaran.

Detestaba ser menor de edad en ese momento, nadie me tomaría en serio cuando me vieran sola por las calles.

No iba a dar vuelta atrás, me dije tonta a mí misma, pero, tampoco me intranquilizaba serlo. Tan sólo me quería ir y lo estaba haciendo.

Estaba tan metida en mis pensamientos que no me di cuenta que el kilometraje marcaba 180 km/h. A pesar de la alta velocidad veía todo lento y extrañamente oscuro. Mis ojos se empezaron a mojar y no me quedo de otra más que secarlos y seguir en mi viaje.

Las curvas que había en la carretera eran escasas. Me agradaba ver que no había ningún auto más que el mío. Mi concentración era mi protector para que mi muerte no llegara antes que mi destino. Mis manos si temblaron en algún momento, lo dejaron de hacer. Me estaba enfocando más en mi vida en ese momento que en la de cualquier otro.

Estaba segura de que no tardaría en llegar, si yo sabía cuál era mi destino, sin embargo, no implica que no sea doloroso. Dejaba todo, familia y amigos. Recuerdos que marcaron mi vida en esa ciudad. No me importaba, empezaría nueva vida, claro que lo haría y lo mejor de todo que era con él.

Sus ojos café claros que a la luz del sol les daba un toque de miel y una pisca de alegría en mi vida, ese hermoso café de sus ojos, mi café favorito que nunca se acaba… Estaba impaciente a ir con él.

Todo se volvía perfecto en ese instante y todo mejoró cuando llegué. Por fin me presenté al pueblo en el que tanto deseaba estar, la felicidad que sentía era tan inmensa que parecía ser mentira.

A unas cuantas casas de llegar a la correcta se podría notar que varias personas estaban en ella, en el jardín había personas desconocidas para mí. Lo único que pensé fue que serían familiares. Me dirigí a la casa de color rosa y de grandes ventanas de madera, donde era a la que tenía que ir.

Alguien, que no podía distinguir su rostro, se fue acercando a mi auto hasta que por fin logre reconocer su rostro, el primo de Emmanuel. Estacioné el auto enfrente de la casa y con una amplia sonrisa fui hacia él para abrazarlo. Desde ahí note que algo estaba mal. No quería saber qué era y como siempre mi inapropiada mentalidad pesimista pensó lo peor… Emmanuel había enfermado o peor aún, ¿murió? No sabía si entrar o simplemente irme corriendo llorando.

No quería que mi viaje terminára así.

Después de agarrar un poco de valor, entré a la casa por la cual ansiaba estar apenas unos cuantos minutos. No podría creer que lo primero que escuché fue el grito de una mujer que sólo se lamentaba y gritaba el nombre de Emmanuel.

La joven mujer estaba llorando y lamentándose junto a él, no le podía ver la cara, pues estaba de espaldas, pero, tenía su camisa favorita, la que yo le había regalado hace un año y así fue como mi viaje empezó a cobrar sentido. Pasé por mucho miedo esos últimos minutos y sólo quería correr y abrazarlo.

Cuando logré entrar a la habitación donde ellos se encontraban, vi la cama donde alguien reposaba su cuerpo y me empecé a sentirme mal por el dueño de los ojos café, por el cual estoy aquí… lo mal que lo estaría pasando. Fui para darle mi pésame, él se volteó y lo primero que quería ver eran sus hermosos ojos color café y de inmediato me di cuenta que no era él, sus ojos cafés no estaban. Eran un verde opaco, al igual que mi felicidad en ese momento.

Vacilantemente volteé a ver quién reposaba en esa cama y fue ahí donde me di cuenta que mi hermoso color café se había ido.

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