Era uno de esos días en los que en Inglaterra no llueve, pero el suelo sigue húmedo y el ambiente un tanto gris. Era ya de parte tarde cuando la escena se encogió hasta caber en el corazón de los que estábamos allí presentes.
Había transcurrido un periodo de más de 9 meses desde que el viento nos trajera hasta aquí, huyendo del atasco. En el avión de ida, alguien había gritado “los ángeles vuelan aunque haga frío” justo antes de despegar, lo que hizo que me agarrase fuerte al asiento con el ímpetu con el que un niño se agarra a su madre cuando siente miedo. Intenté leer un pasaje de alguna revista, ya fuera de algún tipo de propaganda o de la comida que ofrecía la aerolínea, para intentar distraer la mente de lo que se nos venía encima.
No hacía tanto que estábamos sentados buscando y memorizando las posibles limitaciones que llegarían pronto y con pocas ayudas para sortearlas.
Rabia e Impotencia se colocaron junto a la barrera del idioma, y Soledad y Desesperanza estaban en el lado humano, por lo que las sensaciones estaban a flor de piel y en guerra en tierra de nadie.
Pero en el día de ayer volvíamos de casa de un conocido del trabajo y teníamos el cuerpo de fiesta porque acabábamos de cobrar nuestros sueldos mensuales, lo que nos permitía seguir cultivando paso a paso nuestras antiguas y nuevas metas, por lo que estábamos en tregua con nuestro mundo interior. En eso que de andar quejándose uno de la suerte que le promete el viajar y aventurarse en más de una ocasión a lo incierto, y el otro del clima y de la situación política de cada lugar, no nos dimos cuanta que La Realidad nos apuntaba directamente con un arco desde una azotea, hasta que nos alcanzó una flecha entre los ojos y nos tiró al suelo.
Cuando levantamos la vista, nos encontramos dentro de un camino largo y oscuro donde estaban repartidos por el suelo multitud de cafés amargos, risas, caras conocidas y jeringuillas usadas. Encontré adornos de navidad, botellas de alcohol vacías y dinero. Y al final, en el último tramo, un pequeño muro con un agujero que escondía una sentencia:
“Las maravillas del mundo”
Era el título perfecto para describir la escena que contemplaríamos:
Un hombre dormía en la puerta de un restaurante, bajo el sotechado de su entrada principal. Tenía un animalito a su lado que también dormía plácidamente. Otro hombre que andaba por la calle de lado a lado, decidió dar cabezazos sobre aquel mendigo hasta que le sangrase la frente.
El animal huyó buscando refugio.
El hombre lloró mientras buscaba a su perro y se tapaba la sangre con la mano.
Ambos (perro y dueño) corrieron, en busca de una vida mejor.
Y la encontraron, encontraron un refugio mucho más grande y luminoso, y un poco más apartado de la calle principal en la que se encontraban cuando apareció el peligro. Ambos se chocaron durante su huida, y los dos amigos, animal y humano, se abrazaron felices. Volvieron a sentarse y a acomodarse como solían hacer, pero esta vez el hombre estaba manchado de sangre y solo tenía para cubrirse la herida un pañuelo que alguien que pasaba por allí le dio.
Aunque bastó con esperar unos minutos más para observar cómo ese hombre no estaba tan solo ni falto de ayuda, ya que encontró personas que, aunque no sabían quien era aquel que necesitaba su compasión, compraron comida y productos con los que él pudiera curarse esa herida, y a los que pudo llamar “Amigos” por unos instantes. Además, había encontrado un lugar donde poder pasar la noche y al que llamar “Hogar” por lo menos por ese día, y lo más importante, halló su bien más preciado y que creía perdido, su fiel compañero perruno.
Volvimos sobre nuestros pasos observando detenidamente las huellas del camino que habíamos dejado, y todo se veía mucho más distinto que antes, y mucho más que hace meses. Había huellas enormes y había huellas del tamaño de una canica, pero eran diferentes, nunca antes habíamos visto unas iguales. Seguía habiendo más jeringuillas, más botellas de alcohol, caras nuevas e incluso algún que otro surco de lágrimas de emoción y felicidad. A lo lejos, rodeado de cientos de huellas de distintos tamaños, había una puerta sin llave. Al abrirla, descubrimos un nuevo sendero, pero esta vez estaba vacío, no había nada a lo largo de recorrido. Descubrimos un nuevo Universo.
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