Observo la pantalla de salidas; ahí está, lo veo: puerta de embarque “20 B”. Pasado el arco; escrutado mi equipaje de mano y devueltas mis pertenencias, giro a la derecha y me encamino.

El transporte que nos llevará hasta la “T4” abre sus puertas, asciendo junto al resto de viajeros; ahí me quedo, con una mano contengo mi maleta y con la otra mi cuerpo, me sujeto.

Subo la escalerilla que me lleva a la aeronave; cruzo saludo de rutina con el auxiliar de vuelo mientras examina mi billete y me orienta hacia mi asiento, «15 C, pasillo.»

Solicito ayuda para guardar la maleta, mi metro sesenta no me permite hacerlo sola.

Respaldo recto, cinturón ceñido, instrucciones en caso de accidente recibidas. Quince minutos más tarde el pájaro levanta vuelo.


No recuerdo quién me acompañó camino a casa; tu casa, mi casa; en pretérito tiempo.

Cruzo el comedor y el resto de metros que me separan de tu dormitorio, de allí procede una luz tenue. Estás despierta, me miras; te observo, delgadez extrema, surcos negros alrededor de tus ojos opacos, aún celestes. Me acerco; abrazo tu cuerpo, tus huesos.

Tu puño izquierdo sujeta un papel enrollado, -¿Qué es eso?- pregunto. Abriendo tu mano descubro la carta… Maldigo el momento en que la escribí y maldigo el momento en que decidí enviártela. La cojo, la guardo. Vuelvo abrazarte. Me siento al borde de tu cama, como lo hacía entonces. Hablamos… El reloj marca las dos de la madrugada; te convenzo con un “Mañana seguiré contándote, descansa, es tarde». Me alejo de ti, de tu lecho.


Escala en Río de Janeiro sin cambiar de vuelo, caras que van, caras que vienen, nuevo ajetreo.

Respaldo recto, cinturón ceñido, sigo instrucciones. Aterrizamos en breve.


La familia se congrega, junto a ti velan tu sueño. Te despiertas; compartes tu tiempo, tus últimas horas.Te apagas… Custodiamos tu agonía. Respetamos tus deseos, estás en casa. Acude un clérigo, con él te confiesas, aligeras tu carga.

Tu cuerpo sigue aquí; aún continúa respirando.

Paso Aduana, recupero mi equipaje; recorro a paso ligero el espacio. Las puertas se abren. El reencuentro… Ana me espera con una sonrisa, a su lado, su hijo (mi ahijado) y su nieto. Besos, achuchones, y más besos.

Te marchas temprano, a la una y media, tres días después de mi llegada.

Retiran tu cuerpo, una bolsa negra lo contiene, te bajan en una silla de ruedas, por falta de espacio en el ascensor…

En la intimidad, féretro cerrado, me despido de ti. Lloro tu pérdida, sin lágrimas, en silencio.

Incineramos tu cuerpo, así lo quisiste… Pendiente… tu eterna morada, el vaivén de las olas, costa atlántica.


Amistad sostenida en el tiempo, en la distancia; travesía larga, riesgo de pérdida, aún se sostiene, raíces profundas, compruebo…

Entre mate y mate actualizamos historias, la tuya… la mía… la nuestra.

Desgranamos años, días, horas; la alegría del reencuentro lo impregna todo… Nos reconocemos…


Diez años de ausencia… Ciudad vieja, ciudad nueva… Hasta el nombre te han cambiado… Te vivo; te aprendo…

Reunión familiar, decisiones urgentes, días teñidos de gris… de pérdida. ¿Duelo?… Te regalo mis versos:

El péndulo enmudeció,

silenciando las campanas.

La primavera se ausentó

y el aceite tornó en vinagre,

el día que se marchó.


El río bajó sereno.

El alba se retrasó.

La brisa quedose en casa

meciendo cunas vacías,

el día que nos dejó.

DESPEDIDAS AMARGAS…

Me esperas, te extraño. Parto.

TRAYECTOS INVERSOS…

Me recibe tu aire, mi aire; tu tierra, mi tierra; tu gente, mi gente

…Madrid – Buenos Aires – Madrid – Buenos Aires – Madrid – Buenos Aires…

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