Fue un viaje común y corriente. Iba dispuesto a contemplar el paisaje por las grandes ventanas del metro-tren de la Quinta Región y pues, venía muy cómodo en uno de los confortables asientos de éste. Entonces y luego de unos segundos de extravío del mundo, recordé que no iba solo, sino que en compañía de un buen amigo, el cual estaba acostumbrado a viajes aún más largos en bus y sin compañía, o por lo menos sin una conocida. Luego de aquella pequeña reflexión pude darme el permiso de abstraerme del entorno en cuanto a las personas que me rodeaban, incluido mi amigo, para poder disfrutar el viaje a mi manera. Así fue como el metro-tren partió de la estación Limache con destino a Valparaíso.
Inmediatamente comenzó a tocar un artista en el vagón. A diferencia del metro de Santiago, este artista logró conectar con mis sentidos de manera sublime, entrando en una grata sintonía. Lastimosamente no recuerdo qué tocaba ni qué estilo de música tocaba, inclusive puede que sea un medio invento que el artista tocaba un instrumento, porque también es muy probable que sólo haya cantado con alguna pista musical de fondo elaborada con anticipación. Sin embargo de lo que estoy seguro es que de alguna manera, el o los sonidos provenientes de él, provocaron en mi una sensación realmente placentera y complementaria al bello paisaje que visualizaba por la ventana.
Eran tierras en donde jamás había estado, y si bien mis pies jamás pisaron los suelos de, por ejemplo, Quilpué, pude apreciar a las gentes que sí lo hacían, de manera diaria y sin una pizca de sorpresa por aquello. Y yo, que estaba de paso dentro de un tubo de acero mirando a esas gentes, a sus posibles problemas y viendo tan sólo una fracción de segundo de la inmensidad de sus vidas, me sentía un quilpueíno. Y es que como no sentirme parte de todos los lugares que tocó mi vista, si luego de verlos mi mente me llevó a algún hogar de por allí y me hizo vivir en los zapatos de alguien, en algún lugar de Quilpué.
Luego de un largo rato, luego de varias estaciones ya pasadas, giré mi cabeza y mis ojos se clavaron en mi amigo, mi buen amigo que al igual que yo pero, quizá, con otras y lejanas perspectivas, se dejaba impresionar por el paisaje, y también quizá, por el sonido que emanaba del artista. Luego de unas cuantas risas, cada uno siguió navegando por sí solo.
Minutos antes de que llegáramos a la Estación Barón, vi como una pareja de novios se bajaban en la Estación Portales, parecían disgustados el uno con el otro por algún motivo que jamás sabré. Junto a ellos se bajó una señora de edad avanzada, tenía en la mano una bolsa de nailon azul con columnas verdes, como esas bolsas que se utilizan para ir a la feria. La señora probablemente iba a ir a comprar algo, como lo debiese hacer seguido, y me di cuenta que ella al igual que la pareja solamente estaban viviendo sus cotidianidades al igual que las gentes que vi por Villa Alemana, Quilpué y todos aquellos lugares por los cuales estuve de pasada, en donde me limité a observar. ¿Cómo puede ser posible ser tan diminuto y pertenecer a un mundo tan grande?, entonces me desesperé, sentí como las gotas tibias de sudor pasaban por mi cara, tal y como le pasaba a mi padre siempre, y entonces esas gotas de sudor tibio dejaron de serlo, ahora eran heladas, como el primer chorro de agua que cae de la ducha al centro de la coronilla. ¡Sentí asco!, asco de no poder multiplicarme, de no poder ser todo el mundo al mismo tiempo, vivir todas las experiencias, tocar todas las texturas y dormir arriba de todos los suelos y abajo de todos lo cielos, entonces las gentes comenzaron a mirarme, ya no estaba ni la pareja ni la señora pero sí habían más personas, haciendo sus cosas personales y ajenas a mi pero que a la vez se daban un tiempo para mirarme, para compadecerme, para preocuparse de mi.
– ¿Te pasa algo, hueón?- preguntó mi amigo, urgido por verme la cara
-No, hueón, tranquilidad que estoy bien, sólo me mareé un poquito pero ya nos vamos a bajar
-Ya, pero ¿de verdad te sentís bien?
Mi mente estaba aún abrumada, no sabía que expresión tener en el rostro, es que no podía cambiar el asco que sentía, no podía sentirme igual que como cuando subí al vagón. Un lindo paseo se había transformado en una visión desilusionante de lo que era yo, parte de todo, parte de todo.
Cuando salí del vagón junto a Felipe, mi amigo, volví a sentir mis humedades tibias, mi cuerpo nuevamente lo sentía cálido como una estrella, entonces recordé que habíamos ido a Valparaíso a hacer un trámite a la Facultad de nuestra carrera, y que después íbamos a fumarnos un cañito en el muelle. Fue un buen día en la Quinta Región.
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