TRABAJO Y REBAÑO
Siempre soñó con trabajar. Con apenas 12 años Juanjo perdió el interés por las rutinarias historias que escuchaba cada tarde en la Escuela Unitaria de niños de su pequeño y solitario pueblo castellano-
D. Eutimio, el maestro de toda la vida, arrugado por los años y las pocas novedades que esta le regalaba en aquel paraje frío e inhóspito rodeado de montañas, nunca tuvo gracia alguna para depertar en él interés por la lectura, es más, sentía nauseas cuando su viejo maestro leía los relatos con aquella voz ronca acompasada por el miedo y desasosiego propios de un hombre solitario y triste. Los números le parecían más divertidos o más útiles, tenían menos matices que las resecas palabras leídas o escritas.
Gran trabajo escribir y leer una redacción sobre la primavera o sobre las fiestas del pueblo; no tenía palabras para describir algo que tan sólo era necesario vivirlo, según él. ¿Por qué tenía que hacerlo público para su maestro o sus compañeros? -nunca lo entendió-. Ellos vivían rodeados del mismo color de las flores, de las mismas praderas o de las verbenas y bailoteos en la fiesta mayor del pueblo . ¿Qué necesidad había de escribirlo?
Ese desinterés por el trabajo en la Escuela, fue despertando sus ganas por llegar a los 14 años y escapar de allí con el título de Certificado de Estudios Primarios o sin él, daba igual.
Sus aspiraciones eran simples, quería trabajar como lo hicieron años atras su bisabuelo y su abuelo y como lo hacia su padre. Seguir la tradición. No perder su rebaño de 100 ovejas merinas.
Así pasó de ser un zagal acompañante de su padre que pastoreaba cada día los animales peludos por matorrales resecos y caminos polvorientos a -por azares del destino- quedarse como propietario del rebaño. Su padre cansado, desgastado y consumido de tanto contacto con la soledad, las tardes lluviosas de invierno o las calurosas tardes de Junio, se puso enfermo y no le fue posible continuar.
Juanjo, ya hombre, se encargó de seguir con el pastoreo, al principio era feliz, disfrutaba con sus animales, pero el crecer y adquirir responsabilidades le permitió experimentar en carne propia que era un trabajo más duro de lo que de chaval había pensado.
Ahora padre de familia, tiene pocos ratos para estar con su recien nacido hijo. Los momentos en la casa son escasos y de poca calidad. Llega reventado de bregar con los peludos animales, lo que menos quiere es escuchar los lloros del pequeño, ni sus sonrisas le hacen vibrar de alegría. Extenuado espera tener la cena en la mesa y «pillar» la cama con ganas.
Casi sin darse cuenta ha ido cayendo en una espiral de rutina y malas caras. Su mujer le recuerda que tiene un hijo y una compañera y que la vida no es solo trabajar. Se siente olvidada y sola.
Juanjo triste y casi impotente se va dando cuenta que ese trabajo rural, tan en contacto con la naturaleza, parece muy bonito visto desde la lejanía, desde la añoranza o desde la falta de madurez, pero cuando día tras día va acaparando tu existencia y no la entreteje de suaves colores ni de satisfacciones, se hace muy dura de digerir.
¡Tantas ganas que tenía de trabajar para abandonar la rancia escuela!. El desconocimiento hace desear aquello que no se tiene.
Sus ancestros vivieron para trabajar: Su bisabuelo, abuelo e incluso su padre habían hecho del pastoreo la única forma de vida. El tiempo no les dió un respiro ni tan siquiera para plantearse si eso les realizaba o no.
Las relaciones familiares y las tareas estaban en aquel mundo rural de los años 50 muy divididas por sexos. Ahora, – piensa Juanjo-: » las cosas han ido cambiando, tener un hijo es una opción, una ilusión y una dedicación que no debe ser sólo de la madre, de la misma manera que tener pareja es compartir, convivir, dialogar, proyectar…» Todo esto se lo dice en voz baja y lentamente cada noche cuando se desvela. Su mente tiene necesidad de una respuesta . No sabe muy bien cómo encontrar la salida al laberinto en el que se encuentra, pero si algo tiene claro es que debe seguir buscándola. Ha cambiado su visión del trabajo.
Se esmera cada minuto de sus días por compaginar la vida laboral y familiar. Crecer con su hijo, abrazar con la alegría casi de un niño el mundo compartido con su pareja y pensar cómo mejorar ese trabajo para que no le desmejore a él como persona.
Las noches son largas, más lo son si se viven desde la angustia. Sabe que debe prevalecer la ilusión y la transformación, no sirve de nada la nostalgia ni el inmovilismo. Siempre hacia adelante, transformar la realidad en el trabajo para mejorarlo y a la par para mejorarse.
El mismo trabajo de hace más de un siglo en ese pequeño pueblo, no ha cambiado mucho la manera de realizarlo, pero sí pero el protagonista actual, capaz de tener conciencia de sujeto, porque sin esa conciencia es difícil transformar la realidad. Conseguirá Juanjo ese cambio?
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