Febrero «algo» de 2015

Allí me encontraba, rodeado. Sin poder alguno de escapar de nadie, ni de mí, ni de ellos. No podía salir corriendo, ni siquiera suicidarme. Deseaba tanto estar solo, que por lo mismo, no podía estarlo.


I – La historia

Mis padres nunca me permitieron la soledad. De cualquier forma, siempre he estado con alguien, con algo. Entiendo ahora que erigimos de una “sociedad” disociada, escandalosa, anormal, pobre, enferma, sin sentido, sin organización ni estructura; un tejido desordenado, resultante de una carencia infinita de cualquier noción de dirección, distribución e identidad. No obstante, al salir de mi casa y girar un poco la cabeza hacia la izquierda, tenía muy cerca una verde y empinada montaña, con un olor a pino penetrante y curandero. Por ende y contra todos los pronósticos, crecí.


II – Los antecedentes

Hoy no tengo claridad en cuanto si la vida no es lo que esperamos, o nosotros no somos lo que la vida esperaba. Es quizás un estúpido juego sustitutivo, o tal vez algo serio, aún no lo sé. Sin embargo, son sus reglas las que hacen de todo, calculadamente, una sucesión de eventos (des)afortunados. Como la existencia de ese ser.

Cruzaba todos los días la puerta de la oficina, con la humildad que envuelve almas estúpidas como la mía. Sus triunfos eran mis satisfacciones y sus frustraciones mis motivaciones. No puedo negar que desde el primer día que le vi resonaba mi escepticismo. Sin embargo, con la obstinación y voluntad de un vicioso, no sólo le contraté, sino que le adopté sin contemplaciones.

No recuerdo haber entregado tanto de mí en tiempos anteriores. Con la voz de la desconfianza que siempre logro acallar, le tomé del hombro y le guié por el surco que hasta ese punto había creído construir con éxito. Día a día, éxito tras éxito, negocio tras negocio, estaba más cercano a mi vida y todo lo que amaba de la misma. Incluso, le otorgué la confianza de cuidar la parte más hermosa de ella. Caminábamos juntos, tres entonces, por el mismo sendero. La voz de mi esposa y socia de vida, entonaba cada día canciones de júbilo y admiración hacia mí por simples actos hacia él, que ella enaltecía al nivel de heróicos y altruistas. Me impulsaba. Para aquel ser humano, más que su jefe, me había convertido en su guía, un líder y modelo humano a seguir. Fueron meses quizás en esta payasada. No recuerdo bien si alcanzó a girar la tierra completa alrededor del sol, pero ahora en retrospectiva, pesan como siglos.

III – El día

Entre líneas paralelas que van de arriba hacia abajo, de un lado a otro, y viceversa, pero ninguna transversa, me encuentro congelado entre mi verdadero yo y el yo de lo que fui y creo nunca supe ser. Tal vez eso obedezca a que nunca pedí estar ahí, hasta donde recuerdo.

A pesar de que el año no había revelado un solo día tan abierto en sus cielos como este, cada superficie que observo borrosamente está teñida de un claroscuro cuyo color no logro aún caracterizar. El escritorio, manchado perfectamente con un aro de café, los papeles estrictamente organizados como si tuviesen un consecutivo celestial y su agenda, misma en la que mis letras de amor adornaban los fríos números, guardaban cautivamente y en natural silencio todos los secretos.

Las ventanas e incluso la amplia puerta del pequeño balcón, donde tres fumábamos con desenfreno después de cada reunión, están ahora cerradas. Más el viento no deja de circundar la oficina. Navega incesantemente entre su rostro y el mío, que no desean cruzar miradas. Lo puedo sentir transportando partículas de confusión, derrota, decepción y, al tiempo, un poco de alivio. Sucumbe mi acción ante todo.

Miro el reloj que marca aproximadamente las 2:00 pm y me olvido del tiempo. Este se aprovecha para doblegarse a la longevidad de mi nueva percepción, y el muy oportunista se alía con el dolor. Siento cómo el techo sin tocarme me aplasta. El tiempo que invertí en este trabajo, sin probar bocado alguno horas antes, seguro ya no es relevante. Más lo que había hecho en toda una vida pierde ahora total importancia. Estoy con la cabeza hacia el infinito bajo, ese mismo que algunos llaman «infierno», pero que para mí solo conformaba el despacho de un traidor más.

Me encuentro gélido, haciendo deducciones, cálculos y traducciones de una simbología asimétrica que tengo en mi mente. El brillo del tablero en que exteriorizaba mi sabiduría como todo un líder, ahora ciega inexorablemente mi criterio. Tras el manto de una mala poesía intento no perderme en el rumbo de su lógica, pero ésta solo me lleva a tontas racionalizaciones. Doy vueltas sin ninguna clase de sentido ni orden a ese cubo de rubik, que tanto me servía de alivio en el estrés. Ahora ese objeto y su juego, eran una abreviación de mi vida. Y me hubiese ido mejor en una charada siendo ciego y prosopagnósico.

IV – El final

Observo nuevamente el reloj sin mover la cabeza por el peso de la desolación. Ahora marca las 2:01 pm. Con el dolor no codificable que me causa verla, levanto el rostro. Tiene la mirada fundida en el infinito. Sin dirigirse a mí, emerge un «lo siento» susurrado. Veo sus ojos, que dicen más que su boca. En medio de la opacidad de mi vista, causada por lágrimas y ceguera, veo una sombra entre los dos. Es evidente, ahí está él. Mi fiel y leal compañero. Entre ella y yo.

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