Me duele la espalda, los brazos y las manos. Sobre todo las manos: me arden. Me saque los guantes porque se me resbala el mango del hacha. Hace un frío de re cagarse en este pueblo. Me sale vapor por la boca y el aire que me entra por la nariz casi que no me deja respirar. No hay ni un alma afuera. El patio esta silencioso y oscuro. El hacha pesa el doble que un hacha común porque tiene mango de hierro. En casa las cosas son así: parecidas a lo normal pero diferentes. Adentro mi vieja prepara la cena (seguro café con leche y torta casera) y mis tres hermanas menores hacen las tareas del colegio. Papá no llega hasta tarde y solo nos queda un tronco demasiado grande para la salamandra. Así que tengo que partirlo. Pero no puedo. Para que entren los pedazos en la estufa tengo que lograr que ese tronco se divida en tres. El filo del hacha esta mocho y doy una y otra vez contra un nudo. Cada vez que le pego el hacha rebota y me hace temblar todo el cuerpo. ¡Puta que lo pario al tronco de mierda, al frío, y a la salamandra! ¿Por qué mierda no podemos tener calefactor a gas? Que mierda todo, estoy podrido de esto. Hace frío y no puedo dejar a mis hermanas sin calor. Soy el segundo hombre de la familia y lo menos que tengo que hacer es partir un puto pedazo de árbol. ¿Qué carajo tiene este tronco? Me invade una rabia insoportable contra el tronco, el frío, la vida y el mundo. Entonces le doy un golpe con todas mis fuerzas y logro que el filo se clave en lo más profundo de sus entrañas. Pero el hacha queda atascada y no puedo sacarla. Suspiro mordiendo un grito de rabia. Levanto hacha y tronco, y le doy contra el suelo una y otra vez hasta que los brazos empiezan a temblarme, tanto que tengo que largar todo. Me largo a llorar en silencio. En las manos las ampollas se rompen y me duelen como el carajo. Yo no soy como el viejo, que tiene las manos llenas de cayos duros y curtidos. La comida se recorta, la guita dura menos, mi viejo labura el doble para comprar la mitad de lo necesario, mi vieja parece un pulpo de mil brazos con tantas cosas que hace. El frío es más frío cuando pasan estas cosas. Cuando hay que recortar troncos y comida. De la nariz me cae agua, tengo los labios paspados y estoy harto. Pero no importa: ni el frío, ni este puto tronco me van a poder. Me seco las lágrimas con el antebrazo, agarro el hacha más pesada del mundo y le doy y le doy y le doy hasta que la espalda se me pone tensa, tanto que creo que tengo un calambre. ¡Tronco forro, no me vas a ganar! Le grito con bronca. Entonces siento que cruje y se parte. ¡Tomá la puta que te pario! Le refriego la victoria a mi enemigo de madera. Recojo los tres pedazos y entro. La cara me arde por el calor y por el frío. Me siento un héroe, un héroe de quince años que acaba de vencer al más grande de los villanos: el invierno. Al menos por esa tardenoche. Meto los troncos en la estufa y deseo que este 2001 termine de una buena vez.

Hoy, tres de julio del 2006, llego la encomienda, estoy feliz porque eso significa una sola cosa: comida. Abro la caja, saco las milanesas y la carta. Mi vieja me cuenta que pudieron comprar los calefactores. «Pero si queres sacar espalda te guardamos unos tronquitos» aclara y sonrío. Después de cinco años lograron conquistar un paso más hacia el derecho de vivir mejor. Doblo el papel y lo guardo adentro de un libro. “Buenos Aires a veces te hace sentir solo”, pienso mientras me acomodo para seguir estudiando. Ya no hay salamandras ni hachas. Ahora me rodean un departamento y apuntes, muchos apuntes de la carrera que elegí. Espero que si no saco las materias aunque sea salgamos campeones en Alemania. Seria lindo ser campeón mundial con veinte años.

En la oficina me llenan de papeles y órdenes. Con mis treinta años esto de tener jefes se me hace más pesado, nunca me gustó pero lo acepto. Estoy cansado. Dentro del cuerpo de un falso mail laboral yo escribo y escribo, asqueado de la rutina. De pronto mi jefe se aparece por detrás espiando mi pantalla: “¿Qué es ese mail tan largo que estas escribiendo? ¿Es del trabajo?”“No Alfredo, la verdad que no” “¿Y que estas haciendo entonces en vez de trabajar?” “Estoy fabricando un hacha” respondo antes de poner este punto final.

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