Decir las cosas con franqueza, de frente, sin titubeos y con la firme convicción de ser útil a quien fuera sin importar su jerarquía, redituaron en mi aquella tarde de enero de 1.986, una sorpresa inesperada.

Estando en mis actividades diarias como supervisor general de planta en una Empresa convertidora de plásticos, el señor Perna, dueño de la misma, vino hacia mí diciéndome: José, ¿te sientes capaz de asumir la Gerencia de Relaciones Industriales?, sí, fue mi respuesta inmediata; continuó diciéndome: entregue este sobre a Dávila –a la fecha el gerente- dile que prescindo de sus servicios, que te transfiera todo su trabajo y que luego pase a mi oficina.

Mi primera tarea resultaba agridulce, despedía indirectamente a un compañero de trabajo para ocupar su cargo, pero así era la vida, algo no anduvo bien y ahora Dávila perdía el empleo.

Dicha oficina era la más grande de la compañía, contaba con un área acondicionada para reuniones de personal y todas las comodidades imaginables… Me permitirá hacer algo distinto en un local siempre vacío, pensé.

Tocando el timbre me anuncié en el lugar; sonó el interruptor electrónico de desbloqueo de la cerradura y entré al recinto. Hola José que pasa, pregunto Dávila; el Señor Perna te envía este sobre; ¿Y eso? respondió; deduzco por lo que hablé con él, que te está sustituyendo por mi persona, de hecho, tengo la orden de recibirte todo lo concerniente a esta área de trabajo. Sonriendo abrió el sobre y mientras leía, la palidez se reflejó en su rostro.

Una vez posesionado en mi flamante cargo, consciente de la realidad y responsabilidad que había asumido, solo, y ante mi decisión, sintiendo un gran vacío en el estómago, pedí a Dios tres deseos: sabiduría; facultad que dependía de mi entereza. Humildad; cualidad que habitaba en mis genes pero que ocasionalmente perdía de vista, y el tercero e insustituible, ¡FE en mi plan de vida!

Como paso fundamental debía empaparme de las actividades desarrolladas por Dávila en la Empresa, e internalizar a pasos agigantados la dinámica de un Departamento de Relaciones Industriales; su fundamento, sus objetivos generales y específicos, en fin, lo básico para desenvolverme de manera óptima, en algo ajeno a mis conocimientos.

Horas de trasnocho estudiando en libros especializados en el tema, (la era google no había nacido aún) me iban capacitando paulatinamente en el maravilloso mundo de la interacción Empresa-Trabajador; en el infinito de los recursos humanos.

En poco tiempo aprendí que el fundamento para un buen desempeño en dicho cargo radicaba en gerenciar; y este concepto partía de conformar liderando un grupo multidisciplinario de los más capacitados.

Paulatinamente los cambios surgieron y se implementaron satisfactoriamente.

Sintiendo la necesidad de acercarme lo más posible al personal, inicié una serie de visitas sorpresa a los hogares de obreros y empleados; primero a los supervisores de línea y obreros en general, posteriormente, jefes de departamento, oficina, y directivos; necesitaba conocer de primera mano que era de la vida de mi personal. Esto obró maravillas para todos y en todos los aspectos, enseñándome a la vez a reestructurar, entre otras áreas, el tema de vigilancia interna, evitando así “fugas” de toda índole.

Como en una tempestad imprevista, a medio año de estar al frente de mis nuevas responsabilidades, fui abordado fuera de la Empresa –en una entidad bancaria- por Juliana, obrera del área de selladoras; señor José, me dijo en voz casi inaudible; tengo que decirle algo; en que puedo servirle, respondí; acercándose aún más me dijo: Feliciano nos tiene chantajeadas, nos acosa sexualmente a todas … antes que continuara le expresé quedamente: cuanto agradezco su confianza al contarme algo tan delicado; siendo honesto, hacía tiempo conocía el caso, pero no sabía cómo abordarlo; ahora veo claro cómo proceder, la espero en mi oficina para hablar.

Recibidos los testimonios de las obreras, dije a Juliana que hiciera un escrito dirigido al Departamento de Relaciones Industriales y a mi nombre, exponiendo tal cual, el acoso sexual que sufrían; tendría que ser muy explícito y venir firmado por todas las afectadas para poder actuar. Esta recomendación la recibí del Doctor Edito, asesor jurídico de la Empresa y miembro de mi grupo de destacados; con él, nos apersonamos en el Juzgado Superior Segundo del trabajo, donde la juez, Doctora Antonella, leyó ávidamente la demanda de calificación de despido justificado incoada contra el jefe de departamento de extrusión señor Feliciano.

No podía yo dejar de mirar el rostro de satisfacción de la Doctora a medida que se adentraba en el relato; terminado, me miró fijamente y dijo: Es la primera vez que algo semejante se presenta a calificación de despido, se dignifica a la mujer con este escrito, tuviéramos más personas como ustedes, las cosas serían distintas. Cuenten conmigo. El Doctor Edito me dio una palmadita en el hombro diciendo, ahora es que viene lo bueno, a dar fuerza a tu gente para que no teman a la citación de declaración ante la Doctora en el juzgado; Dios me asista para saber motivarlas fue mi respuesta.

Ya en mi oficina, cite al personal firmante, sorprendiéndome al ver llegar a todas las mujeres de planta. Una de ellas tomo la vocería: “No creímos que fuera esto posible” y aplaudieron.

Al día siguiente, entrando a mi oficina se interpuso Feliciano queriéndome entregar una carta; lo miré sin mediar palabra y me dijo: ¡es mi renuncia irrevocable!. Le respondí inmediatamente: No la acepto, los seres humanos no somos objeto de burla. ¡Pues se la daré al Jefe!, contestó y con la misma se fue. Inmediatamente llame al señor Perna y le dije: Feliciano va a renunciar a tu oficina, yo no acepté ese juego; si lo admites, respetuosamente, cuente con mi renuncia. No te preocupes José, me respondió; es hora de sentar un precedente laboral.

El Juicio, aunque traumático para muchos, fue un éxito como caso judicial. Solo Dios conoce la alegría generada por el logro con la valentía de aquellas mujeres, antes abandonadas, invisibles, ahora reivindicadas.

José Gabriel Pinilla Gómez.

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