La cinta rodaba lentamente mostrando un desfile de cajas interminable, en una jornada eterna de diez horas nocturnas. Después giraban sin fin esperando a ser completamente envueltas con un vestido film ajustado en una plataforma giratoria, donde finalmente brillaban como divas, para luego ser llevadas en un palé a un camión donde las colocaban delicadamente, y partirían a un destino incierto. Era repetitivo y cansado, pero cobraba un sueldo decente. No me pareció mal trabajo, era honrado y arduo, cobraba bien, no había queja. Puse mi esfuerzo en ello, a pesar de que trabajaba a diario y a veces me ponían a hacer turnos extra. Solo nos dejaban quince minutos de descanso, ¿pero que mas daba?, lo importante era llevar dinero a casa.

Llegaba destrozado al piso, pero tenia tanto dolor que solo se me ocurría encender la TV y tomar un poco de leche caliente con miel, algo que me calmaba e inducía al sueño, dibujos animados estúpidos peleaban coloridos en la pantalla. Prefería ponerme eso que graves noticieros matutinos, con mi mente destruida en esos instantes, tampoco podía pensar. Los niños ya estaban en el colegio a esas horas, mi esposa tenía hoy su trabajo alterno de limpiar portales y casas, este variaba según la época, era media jornada tres días de la semana, en el barrio “Cool”. A veces también cuidaba de bebés o ancianos. Nunca se quejaba, pero yo sabía que los “niños bien” le hacían comentarios despectivos y jugarretas, eso no estaba pagado, pero ella aguantaba como leona. Ojalá pudiese encontrar algo mejor, para que ella no tuviese que sufrir tanto, pero era complejo.

Al mes de mi inicio, mis heridas estaban curadas y mi cuerpo se había acostumbrado perfectamente a todo, horario, movimientos repetidos, ya no necesitaba las vendas que me soldaban los músculos y huesos que se abrían constantemente a causa del esfuerzo. La prueba de fuego ya estaba pasada, supongo que pasaría mucho tiempo allí.Vino el encargado a verme a la hora de la salida, estaba ya hecho a recibir sus insultos o comentarios poco amistosos, pero yo simplemente me ceñía a mi trabajo y pasaba de el como podía, con gran sonrisa maliciosa me tocó el hombro y dijo que fuese al despacho del jefe. Supongo que era para recibir mi paga mensual, por fin.

Una amplia estancia con vistas al patio trasero de la fabrica y un suelo cristalino como el agua me llamaron la atención, “Siéntate”, ordenó mi jefe, acto seguido enseñó un puñado de papeles y me dijo que los firmara, distraídamente lo hice, pues solo deseaba llegar a casa con el dinero y dárselo a mi mujer para cotidianidades y tapar algunos agujeros. Mi jefe firmó también y arranco una hoja ofreciéndome una y quedándose con un resguardo.

-Ha sido un placer tenerle aquí, te llamaremos cuando podamos.

Me quedé blanco, el jefe se quitó una pelusa imaginaria al ver mi asombro y no dijo nada más.

-¿Cómo?

-Si, recién terminó su campaña aquí.

-¡Pero necesito el trabajo y el dinero!

-Usted no trabaja bien, no han salido las cajas que debían…es muy lento. Por eso solo puedo permitirme contratarlo para cortos plazos.

Quedé asombrado de tal tontería. Todos allí trabajamos al ritmo de las maquinas, incluso recuerdo una compañera que desfalleció de cansancio por no estar acostumbrada a este tipo de tareas y velocidad. Mi jefe no se inmutó, le llamaron al teléfono y lo cogió, atendió la llamada sin prisas y sin disculparse de que yo estuviera allí,a quien debía tratar seriamente. Me removí incomodo, no sabia que decir ni hacer. En su conversación, que oí como un trasfondo de radio, se quejaba de que no le iban bien las ventas y culpaba todo lo que tuviese que ver con su empresa que no fuese él mismo, hablaba prejuicioso sobre ello, con tono sarcástico. Yo seguía sumido en mi pozo del dolor onírico. Después de la llamada me miró a la cara y volvió a repetirme “Le volveremos a llamar”. No dije nada, me levanté y salí. Antes de irme el jefe me dijo que dejara el uniforme, la tarjeta para fichar y lo que Samuel (el encargado), me hubiese dado para trajinar, en mi taquilla del cambiador. Lo hice, y con mucho gusto además.

Ese mismo día y con los ojos llorosos esperé a que mi mujer llegara al hogar para contarle la novedad fuera de la vista de nuestros hijos. Volvería a estar en paro de nuevo, con opciones de coger otro tedioso trabajo temporal hasta que saliese otro fijo, sin embargo, por alguna razón, ninguno duraba demasiado, de hecho este ultimo fue una jugosa trampa manipulada. Un mal trabajo pero bien pagado, lo que no te decían era que no se iban a molestar en tenerte, sino que iban a echarte a la calle con la mínima excusa con tal de no renovarte un seguro, o contratar alguien por menos dinero, cosas por el estilo. De nuevo a pasar los días echando CVs de puerta en puerta, en Internet, o aprendiendo cosas en cursos presenciales o MOOCs, lo que pudiese hacer para ganarme un nuevo puesto.El dilema de siempre, «vivir para trabajar, o trabajar para vivir» cobraba vida continuamente.

Era una cadena, como las cajas, parecía un proceso interminable cual Ouroboros. Elegías, a veces alternando, experiencia o estudios u otros requisitos, pero ni con lo uno, ni con lo otro, ni con ambos se conseguía nada a largo plazo. Así hasta el día que llegase a viejo, si es que llegaba. Sin descanso en esta época cruenta, cientos de batallas como la mía seguían erguidas en el tablero que era el mundo donde danzaban los peones y los cabrones, a manos de dioses poderosos que sin pudor jugaban a su antojo manejando los hilos de vidas que se entrelazaban unas con otras.

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