Si alguna vez has estado frente a un tablero de ajedrez, sabes que las primeras piezas, las que juegan el papel de barrera y primera protección son los peones. Son el primer flanco antes de acceder a las piezas de mayor valor, como las torres, los alfiles o el caballo.

Toda la estructura está hecha para que los primeros que se sacrifiquen sean ellos, esas pequeñas piezas, todas iguales. Así pues, de alguna manera funciona el periodismo en Guanajuato. Los grandes periódicos se erigen como enormes tableros, los reyes están dispuestos lo más lejos de la zona de acción y sólo interceden cuando es el final de una partida, pero los reporteros, los peones en la zona de guerra sabemos sacrificarnos por el bien de la noticia, por el ganar de la partida. Por la protección del rey y sus intereses.

Los reporteros somos esa multitud ruidosa y silenciada, llevada en cada movimiento del tablero con el único fin avanzar una casilla a favor del juego del jefe. Salimos en la mañana cargados con una agenda, formados en hilera, esperando la dirección de la mano experta y pensativa. Y avanzamos, al principio para ganar campo, luego para bloquear, por último para recuperar alguna de las piezas caídas.

Lo que sea que nos ayude a ganar la partida y llevar hasta los lectores la noticia de primera mano, como la taza caliente en las mañanas. Ser los primero en decir, lo que varios medios van a decir, pero diferente. Poner muy en alto el estandarte de nuestro medio y «coronarnos» con la victoria.

Pero hay historia más allá para los reporteros, además del juego incesante. Existe el desafío y la entrega, la pasión por sacrificarse. Este trabajo, este oficio es necesario ese sacrificio. Comienzas como el peón, poco a poco y de abajo, saliendo todas las mañanas con un puñado de esperanza, cargada con una rudimentaria grabadora digital, una cámara, un celular y una libreta. Y caminas, llenas tus zapatos de distancias, de historias, de frustración y de lágrimas.

Hay veces que te cuestionas si vale la pena hacerlo, si el dinero, el tiempo y la inevitable renuncia a tu vida personal no son un costo muy alto y entonces recuerdas alguna anécdota y sonríes, te levantas y te sacudes, vuelves al camino y te encuentras a otros como tú, que han decidido ponerse al frente del tablero. A ser los primeros en salir y sabes que no estás solo y que no eres uno más.

Te sientes validado, acompañado y empujas porque no existe en el mundo una razón para no hacerlo y te sacrificas, porque sabes que al final de la partida saldrás vencedor. Puedes escuchar de cualquier otra persona que tu carrera no es carrera, que te desgastas demasiado y que no es lo suficiente para vivir cómodamente. La verdad es que los reporteros, los de campo, no estamos hechos para vivir así, en una zona de confort, nos llama la guerra intensa de afuera, la historia del vecino, del accidente, del político corrupto al que le dedicamos horas, días y meses.

Nos encanta llegar a la zona de guerra y ensuciarnos en el lodo, si con eso se honra la verdad y se gana la partida. Las esperas interminables por alguna información, los calambres en el estómago cuando tienes hambre, pero que soportas estoico, porque sabes que si te vas o te descuidas, pierdes la jugada. El cansancio de las horas de pie, de las nalgas adoloridas de estar en el suelo al no encontrar otro lugar donde descansar. La revisión caótica de los datos en la libreta, de los audios, la programación de la nota en la cabeza. ¿Cómo empezar?, ¿Quién?, ¿Qué?, ¿Por qué?

Y luego la recolección de la información, ese dulce momento en el cual sientes que todo ese tiempo muerto por fin dará frutos, sonríes de oreja a oreja sabiendo que ya tienes todo para coronarte. Vas que vuelas a la redacción, movimiento maestro en mano, sabes algo, una ventaja y te posicionas, avanzas una casillas, pero ya has sacado del juego a ese alfil odioso. Avanzas más, sólo a una sola jugada, un movimiento bien pensado y desbancas, el tablero se inclina a favor de tu medio y respiras aliviada.

Escribes frenética ante la computadora, vertiendo en pocas palabras el esfuerzo de todo un día, tratando de sonar concisa en cada idea, una coma aquí, un punto allá. Recortando, editando, reescribiendo, cualquier cosa para ganarle al reloj y seguir disfrutando de esa ventaja. Las torres y los caballos se acercan, expectantes, también quieren jugar, reclamar el espacio en el tablero, es su hora. Pero el peón aún no ha dejado el lugar, aún no está listo para desaparecer de la partida.

Dejas todo en la cuartilla virtual, como un collage que esperas refleje la lucha y todo lo que no puede describirse en una sola nota, sonríes por décima vez en el día cuando das fin al remate, estás listo para sacrificarte. Respiras profundo, haz terminado la partida.

Cedes el lugar a la siguiente pieza, que sin corazón no se lleva sólo una, sino varias piezas del contrincante, deja el tablero con unas pocas piezas apenas. Es el turno de la reina, suma protectora del rey, la de los movimientos rápidos, la que domina todos los espacios, solo hace falta que extienda la mano, que quite del camino una pieza y es entonces cuando de lejos, a un lado, oyes pronunciar «Jaque Mate».

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