El lunes de ciudad industrial amanecía pesado, atornillado a un reloj tortuoso, al parecer adscrito a cierta inercia cósmica cifrada en lentitud amarga. Los asalariados despertaban de pie, aun desenredando del cerebro la soñolencia pertinaz del domingo recargado de malos vinos de barriada y expansiones afectivas desgarradas. Luego salían a la calle como vomitados por la vida. Y, allí, en un mundo desnudo, anónimos, anodinos, desconectados de toda identidad humana, apenas atinaban a convergir en filas silenciosas, amarradas a residuos sensoriales devenidos de alguna psicología de masas condenada a la inanición. Entonces, se diría, que se trataba de una comunidad de zombis de ciudad forzados a trabajar, contra natura.

Todas las sensibilidades del domingo, cual si se tratara de maluqueras en cadena, se conectaban punzantes a la perspectiva dominante de las fábricas erigidas mediante paredes y techos de pan negro, allí, en las escalas escabrosas de toda la semana laboral. Ello, de algún modo infiltrando el alma colectiva, establecía una sensación de pesadez en toda la cuidad; algo hacía solevantar los nervios y los ácidos en las entrañas de todas las malas energías; la gente, achaparrada en sus adentros, asistían a sus plazas de trabajo arrastrando inercias y agonías, a la manera de taras encapsuladas en alguna encrucijada de la sangre.

En consecuencia, ciudad adentro, el estamento laboral sometido a cargas y cargas masivas de pereza, sistemáticamente tenaz y expansiva, apuntaba a convertirse en un enfermo social capaz de infestar con sus flemas todos los sectores de la economía y precipitar un desastre financiero de impresionante magnitud. Fue cuando la prensa local comenzó a desplegar, en letras de escándalo, titulares que fueron derivando, agudamente, de la alarma a la emergencia. Cualquier mañana un gran editorial fijó en primer plano de grito grande: “¡Cierto canceroso “síndrome de desaliento laboral colectivo” amenaza con penetrar todos los músculos de la producción regional!” Luego se supo que el grueso de la industria, a nivel de dueños y directivos, aun siendo los directamente afectados ante el detrimento incidente en sus escalas de producción, extrañamente, tolerantes, parecían sometidos a cierto estado de relajamiento modorroso, de algún modo alineado con el comportamiento enfermizo de los trabajadores. Pero, el Estado Nacional, atento a los brutales bajonazos de captación de impuestos en sus bolsas fiscales, si entró, autoritario y ejecutivo, a intervenir la problemática del caso. Durante 90 días, una comisión multidisciplinaria de amplio espectro, en la que figuraban lumbreras nacionales e internacionales del campo de las ciencias comprometidas con el orden laboral, se empeñaron en desentrañar la psicología del problema. Sin embargo, de manera desconcertante, el estudio no acusó ningún resultado positivo, dando paso a la intervención maestra de una disciplina rara.

En efecto, un connotado parapsicólogo, acompañado por su equipo de mentalistas prácticos y médiums habilitados para reunir grupos de almas conversadoras en mesas espiritistas, en una sola noche detectó a lo ancho de toda la ciudad los focos energéticos en los que los Restrepo, una ralea numerosa, dispuesta en tres generaciones de asalariados, solían soñar inocentemente interconectados entre sí, registrando los mismos contenidos oníricos, en focos o cuadros similares, a las mismas horas.

Aquello, como objeto de estudio parapsicológico resultó particularmente interesante y, mientras en la mente popular el sentido folclórico apuntó a la esfera de lo macondiano, la parte profesional de la comisión investigadora, encontró, de plano, el terreno de naturaleza psíquica que buscaba.

Tras varias semanas, una vez que el censo acerca de los Restrepo, estableció en el organigrama del Estudio los debidos datos de genética con sus correspondientes rangos de consanguinidad entre los diversos miembros de la familia y el domicilio de los mismos quedó establecido, el equipo de investigación se conectó a trabajar de noche sobre un mapa electrónico cuyos sensores astrales conectados a un muestreo selecto de los Restrepo desarrollando, al unísono, sus sueños en familia, revelaba digitalmente, mediante micro vatios desdoblados en señales luminosas, la escala de voltajes cerebrales o espirituales importantes a la cabeza del programa.

Dados los altos niveles de privacidad del Estudio en su base oficial, jamás se filtró al público el material onírico de los Restrepo alineados cerebralmente en aquellos circuitos cerrados de la fantasía susceptible de revelar “intrigas dañinas” al laboratorio parapsicológico. Fue, ya, al final de la investigación, cuando, ésta, al determinar los resultados, dejó fluir por los medios de radio y prensa el grueso de la carga onírica que los Restrepo-asalariados diseminados en la vasta ciudad industrial solían soltar sobre las electricidades del mundo subyacente en sus almohadas.

Entonces se supo que estos Restrepo, exclusivamente tratados en calidad de almas o unidades espirituales básicas, independientemente de sus muchas generaciones en otras existencias, épocas y territorios, concretamente, en los tiempos envueltos en el descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo, sus esencias se hallaban encarnadas en hombres de mar y, consecuentemente abiertos a profesiones y oficios altamente productivos, cuales eran, en esa época, las empresas de “negreros”. Así, todos los Restrepo actuales, dentro del circulo de soñadores integrados a una misma red cerebral y/o espiritual, en aquellos nuevos mares de Cristóbal Colón que irrigaban las rutas comerciales de oro a partir de América y de esclavos saliendo de África, para tal caso convertidos en “negreros”, desde cazadores de seres humanos en los sagrados territorios nativos, hasta trasportadores marítimos en los tales denigrantes y vergonzosos barcos cargueros de “triste mercancía humana” y vendedores de la misma en las plazas de feria de las costas isleñas y continentales de la nueva tierra prometida, se encauzaron espiritualmente con la excelsa dignidad humana impresa en cada uno de aquellos seres de piel negra y alma blanca, históricamente -para maldición de la misma historia- trasladados al reino animal de las bestias.

Finalmente, se entiende claro, que los Restrepo, al soñar, en esa unisonancia de su tara espiritual repartida para el karma del caso a lo ancho de la sangre de una misma estirpe, a la vista de la parapsicología en cuestión, se ocupaban, simplemente, de cultivar y difundir, cerebro adentro, el virus del cobro espiritual, traducido en desaliento laboral.

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