Para mi hablar de historias de trabajo es hablar de un anecdotario de vivencias sobre el cual este relato deja solo algunas trazas. Lo he tomado como un ejercicio de reflexión, albergando un sentimiento similar al experimentado por el poeta Antonio Arraiz, cuando a raíz del golpe de estado a Rómulo Gallegos, en 1948, renuncia al diario El Nacional y emigra a Nueva York con la desilusión a cuestas debido al autoritarismo reinante en Venezuela. Cualquier parecido es pura coincidencia.
Mi relato encierra parte de lo que he vivido, personal y profesionalmente, en 40 años de carrera. Y en sus últimos años lo que, -creo-, ha vivido mi generación, después del triunfo electoral de Chávez en 1998. Personas de clase media, que para ese momento contaban entre 35 y 45 años cuyas vidas laborales quedaron consumidas por esta vorágine política.
18 años después somos un país empobrecido, hambriento, inseguro con cientos de miles de carreras truncadas. Personas que han visto perder todos los logros que hicieron de Venezuela el país con mayor movilidad social en la región y que hoy vive un fenómeno migratorio digno de ser estudiado.
Se trata de una diáspora de los mejor formados, de los hijos de mi generación, a los cuales sus padres prefieren ver en otras latitudes que viviendo con la desesperanza que hoy les ofrece Venezuela. Merece estudiarse porque esa diáspora ocurre unos años en los cuales ingresan al país la mayor cantidad de recursos de su historia. Usualmente las migraciones son a causa de la pobreza no en medio de una paradoja de abundancia.
Comienzo por expresar que mi sueño de niño fue ser un médico. Crecí deslumbrado por la magia de Jacinto Convit, venezolano descubridor de la cura contra la lepra y de Christiaan Barnard, el primer cirujano en trasplantar un corazón humano. Ambos eran un ideal cultivado por mi madre. La muerte de ella lo cambiaria todo.
A los 15 años me vi obligado a trabajar y esto me llevaría a ingresar a la empresa de teléfonos de Venezuela, bajo un programa de formación técnica. Mis primeras experiencias laborales se desarrollaron en 1976, en una central analógica basada en la misma tecnología que Almon Strowger patentase en 1891.
Esa empresa me dio un oficio, que se convertiría en mi profesión, -y sería una suerte de padre y madre-, donde la seguridad que como empresa me ofrecía, vendría acompañada de vivencias que solo una corporación con ese tamaño, y en los años que me toco estar ahí, hubiese podido experimentar.
Durante mi estadía, en aquella empresa CANTV, me graduaría de bachiller, me convertiría en papá, alcanzaría mis estudios universitarios y desarrollaría una carrera por la cual atravesé con éxito su pirámide laboral hasta alcanzar posiciones que me permitieron ser actor de eventos de mucho impacto como su privatización y transformación.
20 años después partí de ella. Me atrapó la idea de emprender y desarrolle un sistema de televisión por demanda para hoteles, servicio inexistente en la Latinoamérica en 1.996. Como experiencia representó muchas cosas: fue un éxito que me llevo a ser pionero en esta área y también me dio una gran lección de vida: la empresa que había levantado desde cero me fue arrebatada por el socio inversionista. Tuve un nuevo comienzo.
Lo hice en Ecuador. En 1998 fui a trabajar a una de las dos empresas de telecomunicaciones que el estado ecuatoriano estaba privatizando. Para mi representó no solo una oportunidad de carrera, también terminó siendo una de mis mejores experiencia de vida. Crecí mucho y no quería retornar.
Un golpe de estado interrumpió el proceso y forzó mi regreso. Podría decir que mi profesión me ha permitido vivir importantes episodios regionales. En una década fui testigo vivencial de tres golpes de estado y la caída de dos gobiernos, Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Jamil Mahuad en Ecuador. Ya en Venezuela, en el 2.000, me encuentro otro país convulsionado y muy dividido. En dos años el país que había dejado había cambiado y no necesariamente para mejor.
Entre 2001 y 2008 fui gerente de tres importantes empresas que por la creciente conflictividad política abandonaron el país. Durante esos 7 años pase por drama del desempleo varias veces y en cada ocasión tuve comenzar de nuevo. Mis actividades docentes en la Universidad Central de Venezuela y escribir para el diario El Universal catalizaban un proceso muy traumático: estar desempleado te hace sentir inútil.
En 2011 empecé a trabajar como consultor para la más importante empresa de entretenimiento y televisión por suscripción de Venezuela. Era responsable de su proyecto de banda ancha y de obtener del regulador de telecomunicaciones el espectro para desarrollar una red de 4G.
Al unisonó, entre el 2012 y 2013, participe en las campañas presidenciales de la oposición, trabajando con el equipo que diseñó los programas de gobierno de sector tecnología. Creía, y sigo creyendo, que podemos tener un país posible, mejor.
En 2014 ganamos la subasta del espectro para desarrollar nuestro servicio 4G, aquello representaba no solo la oportunidad dirección, también era la oportunidad de darle un cierre a mi carrera, muy afectada, en estos 15 años, los que debieron ser los más productivos en mi profesión.
Desde las altas esferas del regulador venezolano, le indican a la empresa que “era persona no grata”. Nuevamente estaba sin empleo, a una edad difícil, 55 años. El evento de estar nuevamente sin empleo y un robo armado a mi esposa, me colocan en la posición de dejar el país para reinventarme. Escogí España, la tierra de mi madre.
Comenzar de nuevo y esta vez desde el punto donde estaba mi carrera hace 20 años. Como emigrante nadie te conoce profesionalmente y a nadie le importa tu historia. Igual sigue siendo una oportunidad.
Son 40 años de vivencias y comienzos y 1.000 palabras no alcanzan para contarlo todo o expresar mis sentimientos. Solo puedo decir que si tuviese la oportunidad de repetirlos, no les cambiaría nada. Solo incluiría algo más de paciencia y humildad.
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