Dos meses gozó entre sus manos y sus pechos la preciada criatura. El tiempo se terminó y había que reanudar. Guardó las ingratitudes en el socavón de los recuerdos y entregó su bebe a quien a partir de ese momento sustituiría su papel.

Tercio su bolso y las angustias al hombro. En cada paso llevaba los latidos del pequeño. ¡Sus pechos henchidos manaban calor, manaban leche! ¡La blusa traslúcida se miraba húmeda!

El aire primaveral se sentía fresco y las hojas de los árboles danzaban a su alrededor en extraño vaivén.

Esperó unos segundos y a lo lejos divisó el pequeño autobús. La suerte abrigó sus pasos, como todo en su vida. Lo abordó y en una de sus sillas, desencadenó con la mirada perdida, el extraño maremágnum que le aguardaba.

El ambiente laboral que conocía, se zambullía en olas de celos, amor, rencor, odio y el más despreciable de los sentimientos, egoísmo.

Ya casi llegaba.

Al doblar la tan anhelada esquina, el aire con olor a flores que rodea la casa se anticipó a su recibimiento.

Calle de la esperanza.

Subió las escalinatas en dirección a la que consideraba su oficina. Quedó estupefacta, al ver que el sitio que ocupaba antes de su parto, lo habitaban extraños personajes que no había tenido oportunidad de conocer.

Se devolvió en dirección a recepción, encontrándose cara a cara con el jefe. La observó un instante, señalando el bufete. Lo miro desconcertada, bien sabia, que ese sitio es muy pequeño comparado con el anterior y las labores a desarrollar, pero igual, conocía quien era su empleador. Avanzaron en silencio y al abrir la puerta, divisó los muebles de la oficina del doctor. ¿Y la suya dónde quedó? Un sudor frío cubrió su espalda. En el centro de ése lugar, había una escalera de madera color caoba a medio pintar que conducía a no sé dónde. ¡Horrible se miraba!

Se sentaron en la sala de juntas y conversaron un buen rato. Luego, le indicó el que sería de ahora en adelante, su despacho.

Escaleras arriba, se veía un pequeño zarzo donde escasamente cabía una persona sentada. Allí, se había tirado casi que con desprecio, todo lo que conformaba su oficina, menos el elegante escritorio. ¡Tristeza infinita y un manto de dolor cubrió su corazón!

Enhorabuena había dejado su belleza angelical al cuidado de una madre. Era especial, pues queriendo serlo no lo logró. En consecuencia, dicho calificativo lo llevaba impregnado en el alma. Lo que consideraba valioso.

El calor bajo las tejas plásticas a la hora del cenit, se tornaba insoportable. No veía el instante de escabullirse para almorzar y encontrarse consigo misma. Necesitaba dialogar, interrogarse y escuchar sus elucubraciones.

Sentada en la silla de siempre en aquel parque, deambuló por los momentos gratificantes de su existencia en aquél lugar. Ingresó hace muchos años y desempeñó con responsabilidad su actividad. Era una vida plasmada en cada hoja, cada retazo de tiempo en el computador. Momentos alegres, tristes y hasta de ira que fueron desgajando la belleza de su existencia. Aprovechó al máximo los instantes de soledad en la oficina. Bonita oportunidad para apresurarse y engrandecer en conocimientos, hasta que un día se hizo profesional.

El andamiaje por el infatigable mundo de los libros, que casi todos desconocían, iba tejiendo paso a paso su dorado futuro. Quería dejarlo todo y ocupar el lugar que merecía por esfuerzo y dedicación. No era la secretaria pegada al chat y el computador. Era una mujer valiente, madre soltera, que se hizo a pulso y con cada gota de sangre y sueños. La pobreza de sus padres y pereza mental de sus hermanos, le había enseñado claramente, que existía un camino de bienestar, dignidad y confort, que si quería, podía hacerlo suyo.

Fijó la mirada en su reloj que marcaba las dos en punto. Hora de regresar. Una vez más, tristeza y desolación. Volver a ese lugar indigno, miserable y que atenta contra la dignidad humana no era nada halagador.

Algo pasó mientras estuvo ausente. Nunca supo con exactitud, si aquella afrenta a su dignidad, fue producto de su condición de mujer, estudiante, profesional o su nuevo rol de madre. De lo que si estuvo segura, que la extraña metamorfosis que asumió sus sentimientos, dieron vuelta total a su manera de pensar, de ver el mundo.

Un suspiro y una vez más, dirigió su mirada al fondo de su corazón y el intelecto al firmamento.

FIN.

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