Son las seis y treinta de la mañana, Mérida se despierta todos los días a la misma hora, abre sus ojos mira al techo y analiza por qué todos los días son iguales, pasan diez minutos, son las seis y cuarenta, ella se levanta, se dirige al baño, toma una ducha, cepilla sus dientes y se alista para un día más; prepara café y se encanta con su olor, uno de los placeres que disfruta entre el tedio diario, se mira al espejo asegurándose de que no falta nada más, y empieza su viaje.

De camino al trabajo observa todo a su alrededor, es la lluvia, el tráfico, el humo que sale de los automóviles, la gente en sus vehículos, las personas que van con rostro de desesperanza en los autobuses, y no puede evitar imaginar cual es el destino de cada uno y que los hace tan desdichados. Se pregunta si ella tendrá la misma expresión en su rostro y se espanta con ese pensamiento.

Mérida llega a su destino, son las ocho y un minuto, se sienta en su escritorio que se reduce a dos metros cuadrados, y siente que ella también se reduce con él, toma su café y bebe un sorbo tras otro mientras mira un punto fijo dejando que sus pensamientos la saquen de la realidad, piensa en sus sueños de niña, en sus deseos, en los viajes que ha querido realizar, en los proyectos que tiene pendientes piensa en el arte, en la música, la literatura y la tristeza la rodea, siente un aire de nostalgia y luego la golpea de frente la realidad de nuevo, recordándole cuál es su presente.

Día tras día Mérida hace lo mismo en su trabajo, contesta llamadas, responde correos, atiende los clientes, redacta documentos y se resigna a su realidad. A medio día toma un pequeño descanso para tomar su almuerzo, llena sus pulmones de aire fresco y trata de relajarse, aprovecha su tiempo para leer y rara vez conversa con algunos de sus compañeros, no es de su agrado hacerlo pues le recuerdan la realidad, y eso es algo de lo que ella quisiera escapar. Es la una de la tarde su jornada laboral vuelve a empezar, casi que a regañadientes ella vuelve a su escritorio.

Ahora se encuentra sentada en el baño y se dice a si misma que no puede creer que día tras día se siente en ese baño a pensar en todo lo que podría estar haciendo en ese momento si no estuviese en ese lugar, podría estar bailando, escribiendo, conociendo gente nueva, oliendo las flores, disfrutando de los hermosos arboles pero no se quiere emocionar con sus pensamientos así que toma aire suficiente, se levanta y vuelve a su sitio, ya se siente parte de él como si fuese una cosa más. Su tarde no tiene nada de extraordinario, siempre es igual, solo que a diferencia de la mañana en la tarde no bebe café.

Tic tac, tic tac faltan dos minutos para las seis de la tarde, ella espera ansiosa y el sonido del reloj se vuelve más agudo para sus oídos, el tiempo pareciera detenerse y volverse más tedioso, el sonido en la calle se vuelve pesado, la gente está terminando sus jornadas laborales. Tic, tac son las seis en punto, Mérida siente un alivio en su cuerpo, toma su bolso y su saco de Lana, toma una gran bocarada de aire, suspira y por dentro piensa ¡He sobrevivido un día más! Pero este deja-vu tiene que acabar, no quiero sobrevivir, ¡quiero vivir!

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