Como cada mañana Valentina bajaba corriendo por la calle que cruzaba el barrio de “La Colina” donde vivía con su madre Carmen y su hermana Pepa. Envuelta en una gruesa chaqueta de lana luchaba contra el viento helado que soplaba con fuerza. Era diciembre, diciembre de 1942. La ciudad, al sur de Francia, estaba ocupada por las tropas alemanas. Eran tiempos muy duros.
Valentina acababa de cumplir 16 años. Llevaba unos meses trabajando en casa de los “Fournier”, una familia reconocida y acomodada en la ciudad y que últimamente se estaba enriqueciendo con el mercado negro. Desde el principio de la guerra solo se podía comprar comida presentando los tickets de racionamiento que entregaba el gobierno francés cada mes a las familias y que solo permitían pequeñas cantidades por persona. Los más pudientes procuraban adquirir, además, alimentos sin tickets en establecimientos con pocos escrúpulos que los vendían a precios de escándalo. Aunque ilegal este mercado negro era muy corriente.
Los “Fournier” tenían una tienda de alimentación y ropa. Ellos también permitían la compra sin tickets con unos beneficios suculentos. Valentina entró en esa casa para limpiar la vivienda, la tienda, lavar, planchar, ayudar a la cocinera, servir a los señores y ayudar en el negocio subiendo genero desde el almacén.
En la casa vivían los señores Fournier, el hijo mayor Pierre, su mujer Jeanne y Michel el hijo menor. Trabajaba de las 7 de la mañana a las 8 de la noche por un sueldo de miseria y un plato de comida y eso no era lo peor… Desde el primer día la señora Fournier, que llevaba las riendas de la casa y del negocio, le dejó muy clara la situación.
- – Veamos niña, ¿cómo te llamas?
- – Valentina
- – ¿Qué modales son esos? Tienes que contestar: “Valentina, Señora” ¿Está claro?
- – Sí señora.
- – Bueno, aquí te llamarás Marie. Es el nombre que les hemos puesto a todas las sirvientas que han pasado por aquí y tienes que estar agradecida que te demos trabajo ya que ni siquiera eres francesa. ¿De dónde vienes, de esa chusma española que vive en la Colina?
- – Sí señora, pero no soy chusma. Además allí la gente es buena.
- -¡Cállate! ¡Esto es increíble! Te prohíbo opinar, lo que yo digo y lo que yo hago no se discute. ¿Vale?
- – Sí señora.
- – Aquí tienes un uniforme, puedes estar contenta, es nuevo y de tu talla. Quiero que vayas siempre bien limpia y el pelo recogido.
- – ¿Vale?
- – Sí señora
Estaba claro, Valentina – Marie a partir de ese día iba a ser una “esclava” a merced de la señora. La niña estaba asustada y desde ese instante se sometió sin rechistar a su tiranía. En su casa era necesario el poco dinero que le daban cada semana, incluso aprovechaban algunos de los alimentos caducados que la señora Fournier le regalaba, insistiendo en su generosidad.
Ese día de diciembre llegó, como siempre, puntual al trabajo. Los señores Fournier y Michel estaban disfrutando de un buen desayuno, pan tostado con mantequilla y mermelada, bizcocho, leche y café, un lujo en esas fechas. A Valentina se le hizo la boca agua, hoy solo había tomado un vaso de leche al que añadía agua para que diera más de sí. A ver si esta noche se podía remediar.
Después de saludar, rápidamente bajo al cuarto de las escobas a cambiarse. Al instante se le echó encima la señora dándole ordenes. Empezó para “Marie” el duro día de trabajo.
Primero vaciar la ceniza de todas las estufas de la casa, salvo en el dormitorio de Jeanne, que se levantaba tarde. Luego barrer toda la casa y la tienda y si era necesario fregar de rodillas el suelo de madera con un cepillo jabón y agua, aclarar y secar. Ayudarle a la cocinera a pelar verduras, matar pollos y fregar cacharros. Ir cargada al lavadero, donde durante más de dos horas tenía que enjabonar y restregar Planchar, si tocaba y guardar la ropa. Subir del almacén harina, azúcar, latas, quesos, ropas…y colocarlo en la tienda. Prepararle el baño a Jeanne y ayudarle a vestirse soportando su tiranía. No eran raros los insultos, los gritos reprochándole que la camisa o la falda estuviera mal planchada y pisoteando la ropa en un ataque de rabia.
Tampoco Michel, con su corta edad, era muy bueno con ella. Aprovechaba cualquier ocasión para reírse de la pobre niña, gastarle bromas pesadas, tirar café o mermelada al suelo para que tuviera que fregar de nuevo el suelo, esconder cosas y acusarla de robar…Una pesadilla.
Solo Pierre y el señor Fournier la trataban bien, dentro de sus posibilidades y es que en esa casa ellos no tenían ni voz ni voto. Pierre intentaba evitarle los estallidos de su mujer o consolarla cuando la veía llorar y el señor Fournier le daba, a escondidas de la señora, chocolate, galletas o leche para compensar. Siempre le dedicaban una sonrisa, una palabra amable.
“Marie” no se podía ir a casa hasta recoger la cocina después de la cena de la familia, reponer el género en los estantes de la tienda y sacar la basura en un gran bidón.
¡Entonces llegaba el momento de su venganza!
El bidón estaba abajo en el almacén que daba a un callejón trasero. Muchas noches colocaba encima de la basura una bolsa con alimentos o ropa. Iba cambiando según los días: queso, mantequilla, leche, pan, unos calcetines … Poquito cada vez para no levantar sospechas. Era tanto lo que había allí abajo que la señora Fournier no se enteraba. Sacaba el bidón al callejón donde su hermana Pepa la esperaba para llevarse la bolsa. Luego Valentina volvía al almacén, se cambiaba y subía para despedirse de los señores.
En casa escaseaban los alimentos y gracias a estos “regalos” Carmen conseguía poner en la mesa un plato de comida decente para sus hijas.
¿Eso era robar o era hacer justicia?
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