A mi vecina le secuestran todos los días, su tiempo, su mente y su cuerpo. Es indiferente para el jefe que le paga la mensualidad, invisible para la compañera que se sienta a su lado y algo cobarde para la que se cree ser superior a ella.

Algunas noches no duerme pensando en el día siguiente, la misma rutina, personajes desdibujados que presentan un cuadro de estrés, una furia desatada permanente, una mente perturbada llena de infelicidad, con signos claramente de tiranos del pasado, acomodados dentro de la zona de confort.

Mi vecina piensa que la sociedad se cubre con una máscara que encarna un legado vanidoso y sin sentido, donde el verdugo es el capital que impone la esclavitud del trabajo. Ella dice que vive en un panorama lleno de despojos y lo compara con el sufrimiento cotidiano, la envidia, el caos personal y la intolerancia.

Mi vecina afronta nuevos desafíos día tras día, semana tras semana y año tras año. Es brillante en su trabajo, creativa y humilde, pero solo lo sabe ella. Algunos, no se darán cuenta de lo que tienen hasta que su grito quede en la memoria de todos… cuando el final trascienda.

Un día a la salida del trabajo se encontró con un amigo al que no veía desde hacía una década. El chico había estado enamorado de ella en la adolescencia. El aspecto de éste era espectacular. Se dedicaba al cine y cuidaba tanto su imagen que ella no lo reconoció. Mi vecina quedó estupefacta cuando él la saludó y le dijo que era Paco Martos, el que se sentaba junto a su prima Rita en segundo de BUP.

Decidieron entrar a un café, que estaba justo al lado, donde trabajaba y allí se pusieron al día. Paco era un actor español muy conocido, disfrutaba de la fama y se veía satisfecho con lo que hacía, al contrario que mi vecina.

Ella le contó la lucha interna que vivía día tras día y la desesperación de no poder hacer aquello que más le gustaba. Él se dispuso a ayudarle, ofreciéndole un puesto en su empresa como experta en redes y poder tenerla cerca para recuperar el tiempo perdido, pues él seguía enamorado de mi vecina. Aceptó su propuesta encantada y probó suerte.

Ayer me la encontré en la Estación del Norte. Ahora, mi vecina del quinto divisa un mañana con futuro, me cuenta que la jornada se acorta con saludos matutinos y breves sonrisas de complicidad, y que ya no se siente esclava de la soga que la ataba, ha mitigado las asperezas y las espinas de las palabras de los peones del dinero y dice, que esta noche ha dormido mucho mejor y espera un hijo en primavera.

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