Cómo hacerse héroe

Cómo hacerse héroe

estela moreno

12/04/2017

Yo de niño quería ser héroe y quería serlo de una forma rápida y milagrosa como en los cuentos. Volar y esparcir un polvo luminoso que nos hiciera a todos buenos y felices. Tenía un sentido mágico de la vida. Todo se podía hacer pero alguien tenía que hacerlo y ese alguien quería ser yo: el héroe.

Ellos hacían cosas grandiosas como detener un meteorito que iba a destruir la tierra o bajar a un gatito de un árbol. Ese es el trabajo que yo quería para mi.

Le hablé a mi madre de mis aspiraciones profesionales y me dijo:

-Los héroes no existen. Al menos si piensas en ellos como Batman o Capitan Trueno. Hay profesiones arriesgadas si es lo que buscas: bombero, policía, astronauta…

-No, eso no me gusta, dije bajando la cabeza y apretando los morros enfurruñado.

-A veces no se puede elegir, Miguel, quizás algún día tengas que entrar en la empresa en la que trabaja tu padre…y no será malo, ya verás.

Cuando me quedé solo extendí sobre mi cama todos los tebeos que tenía. Busqué en el armario mi capa de Superman. Acerqué una silla a la ventana. Era verano pero a esa hora, todavía no hacía mucho calor, se notaba una ligera brisa. Puse un pie en el alféizar, luego el otro. Mi corazón latía tan fuerte que no podía oír nada más. Mi madre, abajo, movía los labios y los brazos gesticulando con fuerza. Miré la “S” bordada en el hombro izquierdo de mi capa.

No fue tan grave, había poca distancia al suelo y caí en un colchón de hojas secas.

“Se podría haber matado”, gritaba mi madre.

Me rompí un tobillo pero todo lo demás fueron rasguños. Estuve en el hospital tres semanas. Me dijeron que en “observación” y un psiquiatra venía a observarme todos los días.

Cuando llegué a casa y entré en mi habitación, escayolado todavía y con la promesa hecha de volver a visitar al loquero tres veces por semana, empecé a llorar. Habían desaparecido todos mis tebeos. En su lugar, libros viejos. En las portadas se leía: “Fuenteovejuna”, Lope de Vega, “La dama boba”, “Moby Dick”, Herman Melville, Chéjov, Bradbury, Baroja, “Luces de Bohemia”, “Bartleby, el escribiente” y muchos más. Abrí uno de ellos y en la primera hoja, escrito a mano, decía: “Miguel Jiménez” y así en todos. Eran los libros de mi padre.

Tardé en perdonarle pero mi orgullo quedó restablecido cuando valoré el gran regalo que me había hecho pues al disfrute de leerlos se añadió el placer de comentarlos con él.

Hay momentos en la vida en los que suceden cosas y luego uno es capaz de recordar siempre lo que estaba haciendo ese día. Fue en abril, acababa de cumplir 16 años, estaba mirando -por aquella ventana de mi habitación- que empezaba a florecer el peral, había caído una ligera llovizna y olía a tierra mojada. Sonó el teléfono.

Mi padre murió en el trabajo. De un infarto de miocardio. De un día para otro.

En su empresa sabían que nuestra situación económica no era buena y me ofrecieron un empleo. Entré de mozo de almacén.

Estudié lo que tenía que estudiar para ascender y tener un puesto mejor. Cuando me hicieron Jefe de Personal me despedí de mis sueños.

Con el tiempo me empezó a gustar. Hacía bien mi trabajo, procuraba ser útil y ayudar. Lo más duro era tener que rechazar o echar a alguien. Siempre les hablaba directamente a los ojos y les decía que en esta empresa no podía ser pero que habría otro sitio en el que encajarían mejor. La mayoría de las veces nos dábamos un apretón de manos y siempre se llevaban una dirección hacia donde poder encaminar sus pasos.

Un día ocurrió algo que me superó. Había que despedir a tres trabajadores competentes, listos y con grandes cargas familiares a sus espaldas. Por su edad, sabía que no les volverían a contratar en ningún sitio. La decisión me pareció injusta y caprichosa.

Me llamaron a la reunión de la Junta Directiva. Allí me expusieron los hechos que ya conocía y yo les expliqué nuevamente los míos.

El Director –que hasta entonces siempre me había hablado con intermediarios-, me miró directamente y me dijo “debe Vd. hacerlo”

Por un momento vinieron a mi cabeza los comics de Superman, Batman, Spiderman… y quise tener alas o una capa pero recordé que, en su día, no fue una buena experiencia. Una gran sonrisa iluminó mi cara y el director la entendió de otra manera:

-Bien, lo hará mañana mismo.

-Quizás haya que saber manejar la capa, susurré.

-¿Qué está Vd. diciendo?

-¡Oh!, que preferiría no hacerlo.

-No se trata de lo que Vd. prefiera, es una orden.

-Preferiría no hacerlo, repetí.

-Vamos, vamos, Don Miguel, le aseguro que tendrá una recompensa… en un futuro.

-Preferiría no hacerlo.

El Director, enrojecido, se giró hacia el Jefe de Departamento.

-Bien, pues será Vd. el que lo haga.

-Preferiría no hacerlo, contestó el Jefe de Departamento.

Y lo mismo ocurrió con el Administrador y con el Gerente.

El Director gritó “se suspende la sesión” y escapó de allí como temiendo contagiarse.

La Secretaria, que estaba fuera, le vio salir corriendo. Se acercó a la sala de reuniones. No se oía nada. Se acercó más, poniendo su oreja en la puerta. Al momento, se apartó de golpe porque -ahora sí- se escuchaban fuertes aplausos y ¡bravos! y hasta creyó entender que alguien decía “eres igualito que tu padre”.

Dedicado a Herman Melville y a Superman.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS