Un plato que se sirve frío.
Por fin llego al aeropuerto de la Ciudad de México, sobra decir que el tránsito es apocalíptico. Al bajarme del taxi pienso, a quién se le ocurre una cita a las 2:30pm en el aeropuerto, para mi significa cruzar toda la ciudad desde el poniente y esta es la segunda vez en menos de dos semanas que el colombiano me cita aquí; la respuesta es obvia, sólo a él. La noche anterior tuve un presentimiento y respaldé toda la información del disco duro de la computadora de la empresa, nunca se sabe el día ni la hora.
Trataré de disimular que le he perdido el respeto al colombiano, como persona y por supuesto como jefe. La empresa carece de una estructura formal y de línea de mando clara, nadie sabe quién es su jefe, como ejemplo: yo tengo tres y los tres me dan órdenes que normalmente se contraponen. Es una empresa de consultoría de estrategia y gestión del cambio, pero bien podría usar alguna de sus metodologías para mejorar internamente.
Recuerdo bien lo que me dijo el presidente, un británico que fue quien me contrató: eres un experimento. Con su barba blanca y acento inentendible parecía salido de una historia de piratas de Salgari. Un experimento sí, en el que no hubo un método, en el que nadie tomó notas de qué iba bien o qué mal, y en el nadie se ocupó del sujeto usado en el experimento.
En Abril del año pasado me asignaron un nuevo jefe, ahí empezó la pesadilla. Una nueva jerarquía impuesta por el pirata británico, así dice mi padre «todos los británicos son piratas, ven algo que les gusta y lo toman»; todo porque al pirata le pareció un buen detalle que un payasito se pusiera a cantar canciones rancheras en una cena informal, Ya con este payasito me había enfrentado más de una vez antes de esa fecha, él fue director y quiso tratarme como un subordinado. Mi tolerancia a los imbéciles se ha desgastado con el tiempo.
Del colombiano no tengo claro a qué juega, a ratos usa al payasito como su aliado y otras lo pisotea, como al resto del equipo. Ha permitido que el imbécil este aproveche cualquier oportunidad atacar y hacer saberme saber no soy bienvenido en su equipo. La vida real no es como dicen en las aulas ni en los libros de liderazgo. Eso de “sólo son negocios, nada es personal» es una falacia.
De El Padrino me quedo con la frase que Michael Corleone dice a Tom Hagen «Tom, no dejes que nadie te engañe. Todo es personal, cada pedazo de mierda que un hombre tiene que tragar a diario en su vida, es personal. Lo llaman negocios. Pero es todo lo personal que puede ser. « El mismo Tom Hagen que ordenó el caballo decapitado en la cama del productor de cine por haber negado un favor a Don Vito Corleone. La vida no es como debería ser, la vida es como es.
La reunión con el colombiano es corta y según lo previsto el experimento conmigo llega a su fin. Hablamos de las lecciones aprendidas durante el mismo, pero tengo la sensación de que mis palabras le entran por uno oído y salen por otro. También es mi caso, poco me interesa lo que tenga que decir, siempre hizo las cosas a su manera. Trato de leer entre líneas ¿Fue suya la decisión? ¿Lo habrá consultado con su jefe? ¿Quién es su jefe?.
Siento un alivio difícil de expresar con palabras, prefiero el estrés de buscar trabajo a tener que seguir aguantando al payasito imbécil. Recibo unos halagos del colombiano por mi profesionalismo, tal vez esperaba que me pusiera loco como lo hice cuando quitó crédito por una venta; lo importante para mí es haber negociado un mes de sueldo sin tener que trabajar para esta peculiar empresa. Ahora soy libre para buscar otro trabajo o incluso otra carrera.
En el taxi de regreso a casa recuerdo la primaria, allá en los años setenta, no hubo una cruzada por detener el acoso escolar como la existe hoy. En el caso de que algún crápula abusaba de otro niño, había de 2 sopas: liarte a golpes o decirlo a la autoridad escolar. Lo sé bien, pasé por ahí. Mismo caso cuando el payasito imbécil se cobijó en el organigrama para atacar. Un sábado por la noche me habló al móvil para gritarme que algo no le parecía. En un par de meses podré cobrarle esa y otras cuentas pendientes, ya sin la inmunidad organizacional que lo ha protegido.
Desde aquel día en el aeropuerto, tengo un rencor y sentimiento de revancha hacia el payasito. Está claro que él no ordenó mi salida, aunque seguro no se opuso; tampoco creo que haya sido el colombiano, en aquella breve plática en el aeropuerto estaba muy preocupado por hacerlo parecer yo me iba. Estoy seguro que fue a mi tercer jefe, un canadiense de apellido griego pero anglosajón hasta los huesos. Fue él quien en mi último día oficial pidió a colombiano llamarme para pedir expresamente “por favor no envíes un correo de despedida a toda la organización”.
He comentado esto de la revancha con familiares y amigos, nadie está de acuerdo. “No gastes tu tiempo ni energía en sentimientos negativos” y “qué vas a ganar” figuran entre los argumentos con más votos. ¿Qué voy a ganar? Muy simple: sacar varias espinas por este y otros abusos de imbéciles a los que he tenido que aguantar en las empresas donde he trabajado. Le llaman negocios, pero todo es personal, tal y como dice Michael Corleone.
Sin embargo la justicia divina existe, en días recientes me enteré que al payasito lo degradaron de gerente a consultor y le quitaron el bono correspondiente; también estoy terminando una llamada en la que me avisan que al canadiense lo echaron ayer por la tarde sin mayor explicación. Ya puedo ir en paz.
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