Mi barrio años ha, era de casas de gente de trabajo, todas con lindos jardines y bien cuidadas. Las calles eran de tierra con zanjas donde croaban ranas y sapos.

Cabe destacar que los chicos que iban a la escuela un par de años y listo, cuando sabían firmar a los varones los mandaban a trabajar y a las mujeres aprender a coser y bordar.

Que yo recuerde había dos excepciones. Carmen que era Maestra Normal y yo que estaba cursando el Comercial.

Iba de Carmen todas las tardes para ayudarla con sus alumnos.

Quería ser maestra, pero el mandato familiar fue Secretaria Comercial.

Carmen se mudó y me dejó sus alumnos, yo tenía 14 años.

Tuve que lidiar con alumnos de varias edades, algunos casi como como yo, que me miraban con ojos de enamorados, los mas pequeños revoltosos y juguetones.

Me encuentro con algunos y recuerdan anécdotas, como la de Osvaldo que hoy es pastor evangélico y me agradece como le enseñé a leer pausando coma, punto y coma, punto seguido, punto aparte, levandando la vista y contando uno, dos, tres, cuatro.

Carmencita que hoy tiene un comercio grande y lo maneja con las matemáticas rudimentarias que ha aprendido en mis clases.

Josecito, al que su madre me rogaba que aprendiese porque si no su padre, lo pondría en un internado de curas.

Luisito que hoy regentea un salón de fiestas, inteligente y rebelde para estudiar.

Hubo muchos, de algunos cuesta recordarme, a veces subo a un colectivo y el chofer no me quiere cobrar boleto ¿no se acuerda de mí señortita? soy fulano, tengo que mirarlo muy bien para recordarlo.

Mi trabajo me gustaba, y creo no lo hacía mal, los chicos aprendían.

Hay toda una generación que sabe leer y escribir gracias a la Señorita Amalia.

Este trabajo lo hice por unos años, era mi vocación, quería ser Maestra, pero terminé siendo Secretaria Comercial.

Claro con el cambio salí favorecida económicamente y tenía otro nivel.

Vestía bien, salía cada mañana muy arreglada con mis trajes sastre, blusas de seda, zapatos de taco alto y carteras de cuero, hacia el centro de la ciudad.

Aprendí mucho en ese nuevo trabajo, maduré.

Tuve la ocasión de conocer gente muy importante. adquirí modales de «señorita bien».

Pero añoraré por siempre el comedor de casa lleno de caritas de niños ávidos de aprender, que rompían los tapizados de las sillas y pinchaban con el compás la gran mesa, que hoy descansa, en el galpón de los trastos viejos.

A la larga me tomé la revancha, con mis hijos criados, ya mayor estudié para tener el Mandato Catequístico y ejercí por 17 años como catequista, era otra cosa lo que tenía que trasmitir. Pero creo lo hice bien.

Porque después de todo, a mí me gusta enseñar.

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