Eran apenas las ocho cuando Marta subía al tren hacia Madrid, repasando que no quedaba ningún cabo suelto en la organización que había montado: La asistenta estaría ya levantando a las niñas; la vecina las cuidaría al salir del colegio hasta que su marido llegara de Hamburgo con el camión. Había sido una semana difícil, ella trabajando hasta tarde en el proyecto, preparando la presentación a los clientes; y, mientras, Pepe transportando mercancías por Europa. En una ciudad donde vivían desde hacía poco, sin familia y pocos amigos.
Ni en el tren pudo relajarse. Al lado, su jefe ojeaba frenético los documentos. Las ingenuas preguntas que formulaba evidenciaban la escasa atención dedicada al proyecto, que sólo se había podido concretar gracias al entusiasmo que ella había puesto en horas restadas a su familia. Mirando a Pablo, confirmó que él nunca había creído en esta acción. Y no podía comprender ese empeño en acudir ahora a Madrid. Quizá quería ser testigo del rotundo fracaso, y así tener una excusa para despedirla.
No había parado de llover desde que salió de casa. Con las prisas no había cogido el paraguas y el agua había aplastado el pelo que con esmero había peinado esa mañana. Sus zapatos y el bajo de los pantalones estaban empapados. Ahora la lluvia golpeaba con fuerza la ventanilla donde miles de gotas descendían rápidas sobre el cristal empañado.
–¿Cómo coño has evaluado el coste de camiones circulando tres veces por semana? –Preguntó desconfiado.
–¿Las rutas de recogida consideran atascos en horas punta? –Ahora el tono destilaba la convicción de la escasa calidad del estudio realizado.
Marta respondía al bombardeo de cuestiones elevando su voz sobre las muchas conversaciones de móviles que se entrecruzaban en aquel vagón poblado de hombres de negocios.
Al llegar a Madrid la cabeza le estallaba; por desgracia no llevaba aspirinas. En un taxi, bajo el fuerte aguacero, se encaminaron hacia GESMUSA, la empresa de gestión de servicios municipales que iban a visitar.
–No creo que veamos a Don Melchor. El jefe nunca está presente en estas reuniones. Pero nada se decide sin él. Además es un cabrón: no veas cómo aprieta con la oferta económica. Aunque no creo que lleguemos ahí. Nos van a mandar a tomar por culo mucho antes. Si esto acaba pronto, vuelves sola; yo me quedaré a comer con otros clientes –Dijo Pablo. Y ella recordó los rumores del ligue que tenía en Madrid.
Llegaron tarde, mojados y deprimidos y una secretaria los abandonó en una austera sala desde cuya ventana sólo se veía llover. Tras un rato aparecieron un joven jefe de proyectos y un responsable financiero bastante mayor. El joven se excusó: –No hemos tenido tiempo para estudiar vuestra documentación– Marta repartió las copias mientras Pablo hablaba con buen ritmo y tono potente y seguro, aunque sin transmitir un entusiasmo del que carecía. El jefe de proyectos miraba furtivo a su móvil mientras asentía distraído; al financiero se le escapaba alguna cabezada. Las preguntas fueron superficiales y Pablo pudo salir con vaguedades, ocultando su poca implicación, pero sin comunicar el mérito de la oferta.
La reunión languidecía cuando irrumpió don Melchor, su avanzada edad disimulada en un cuerpo atlético y unos movimientos ágiles, y un rostro muy serio donde unos ojos azul metálico lanzaban miradas inquietantes. Antes de sentarse ya estaba hablando. – ¿Habéis entendido lo que estos proponen?–El ejecutivo empezó a resumir y le paró de inmediato. – ¿Han verificado si el vertedero planeado cumple la normativa? ¿Por qué la separación de residuos es multi-etápica?–
Pablo intervino: –Efectivamente, Don Melchor, hemos verificado toda la normativa vigente, nacional y comunitaria– Fue interrumpido secamente: – ¿De qué normativa habla? Sea concreto, por Dios–
Pablo quedó en silencio y los ojos penetrantes se volvieron hacia Marta quien, tras mirar a su jefe, dijo: –Hemos tenido en cuenta el Reglamento de la UE 2312/2007 sobre tratamiento de residuos. La localización está prevista a 5 KM de una aglomeración urbana; el terreno es geológicamente estable, según informe anexo. También hemos calculado el coste de la expropiación y evaluado la contingencia de una protesta social. En cuanto a las etapas de separación de los residuos, he traído en este dispositivo USB unas tablas de las distintas opciones demostrando que la que proponemos es la mejor –
Don Melchor bajó los ojos y recorrió el texto. Marta se animó al verlo lleno de subrayados y algún « ¡Bien!» manuscrito en los márgenes. Entonces sintió por fin el calor del sol penetrando por la ventana.
–¿En la página 18 dice que solo harían falta dos tercios de los camiones?– La mirada seguía sobre ella.
–Hemos usado estadísticas de la UE sobre basura per cápita, y estudiado las cifras de la Agencia Europea del Medio Ambiente sobre distribución, composición y previsiones de residuos. Un algoritmo de programación dinámica ha optimizado los itinerarios.
–¿Quién trabajará en esto? – Don Melchor miraba ahora a Pablo– Tenemos dos licenciados medioambientales senior, dirigidos por nuestro experto en gestión municipal. –La mirada esperaba, sin apartarse de él. – Naturalmente, Marta supervisará–
Ya se levantaba sonriente cuando el financiero intervino: – Tenemos otro proyecto similar mucho más económico– Replicó fulminante: –Pero Montiel, no compares esa mierda de proyecto con éste que es un perfecto proyecto basura– Riéndose del juego de palabras añadió. –Cuando se ofrece algo bueno, el precio no se discute. Anda, Montiel, invita a nuestros nuevos socios a un buen cava, tú que manejas la pasta–
Horas después Marta disfrutaba del atardecer primaveral en una ciudad que hervía de animación. Con un helado en la mano, se detenía en los escaparates mirando la ropa que tendría que comprarse, después de ponerse otra vez a dieta. Pepe ya la esperaba, las niñas acostadas y una botella enfriándose.
Casi había olvidado la despedida del eufórico Pablo:
-¡Qué cojonudamente toreé a Melchor! Habrás visto que es importante preparar las reuniones. Tú estuviste también bien, aunque enrollándote demasiado con tecnicismos. Hacemos un buen equipo. Bueno, te dejo, he quedado a cenar con otros clientes–.
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