–Por favor, dime con sinceridad, como si hablaras con tu propia madre: ¿regresará con vida? ¿por qué no reciben este monto?– preguntó ella, entre sollozos, con una voz ronca, cansada de tanto llorar.
–Lo siento doñita, no puedo responder a eso, mis funciones se limitan a informar las solicitudes del Administrador, soy el Encargado de las Comunicaciones, no puedo negociar montos, a esto se limita mi TRABAJO– Cortó la llamada y profirió unas cuantas maldiciones a quien del otro lado de la vocina, entre respiraciones entrecortadas, solo podía elevar una plegaria y explotar en llanto.
Ese 13 de febrero, como cada mañana, Othoniel Sanchez, a quien llamaban «Otico» por su corta estatura, abrió los ojos de golpe, corazón acelerado, sudor frío en todo el cuerpo, dificultad para respirar y arma en mano apretada al pecho, recordó el sueño que le desvelaba, ese sueño recurrente: Deibis Sanchez, su hijo de cinco años había desaparecido y sonaba la llamada. Volteó a ver a su mujer, una adolescente con buena figura que había sacado de su casa para darle «mejor vida», ella dormía plácida a su lado, sus líneas se dibujaban mientras la brisa que soplaba el ventilador de mesa hacía hondear su camisón. En una camita junto a ellos, el pequeño Deibis, con una sonrisa en el rostro producto de algún buen sueño le hizo regresar a la realidad y retomar la calma; lamentó no soñar bonito y sonreir como lo hacía su hijo en ese instante, lamentó soñar.
Dejó la cama en silencio para alistarse a un día de trabajo que sería movido y productivo, se acercaba el Día de los Enamorados y quería salir a bailar, alcoholizarse y hacer despilfarros con su mujer, su enamorada, que no le dejaba olvidar la fecha, pues la había marcado en el calendario que sin disimulo alguno y oportunamente colocó sobre el retrete, así no lo perdería de vista, Othoniel Sanchez se sonrió. Luego del aseo personal, la ropa impecable y muy bien planchada, el aroma de una buena colonia, peinado perfecto y un café bien cargado, besó en la frente a su heredero y luego en los labios a su musa –Nos vemos mas tarde carajita– ella no abre los ojos pero recibe el cálido beso –Nos vemos papi– le contesta sin moverse.
Otico toma el teléfono otra vez y marca pausadamente.
–Doñita, ¿ya consiguió los «riales»?, mire que el Jefe no acepta menos que Diez Mil Dólares, tiene que entender que esto no es una beneficencia, esto es un negocio–
Había tanto silencio entre ambos interlocutores que Otico sospechó.
–Mire doña, no me venga con que no tienen el dinero, venda uno de esos tres carros que están estacionados en su casa, sí, los tenemos chequeados, ahí llegó una camioneta plateada, mosca si usted, doñita, está hablando con la policía porque cuelgo y le quebramos al muchacho– y esperó la reacción.
–Espera, espera mijo- dijo ella pausadamente -No he dormido desde tu primera llamada anoche, trato de coordinar mis ideas, no hemos llamado a nadie, no tenemos intención de hacerlo, lo queremos de vuelta, lo queremos vivo, estamos buscando el dinero–
«Click», Otico cortó la llamada. –Esta vieja cree que somos pendejos– le dijo a su compañero de labores. –Anda a ver al chamo, llévale agua, que vaina, con esta gente nos equivocamos– Pero ya el trabajo estaba encaminado y no podían arriesgar la ganancia de esa semana, la meta era un secuestro de lunes a jueves, dos secuestros fines de semana, con eso el negocio se mantenía a flote, sobornaban a algunos policías, pagaban la renta telefónica, el alquiler del centro de operaciones, una casa vieja en las afueras de la ciudad, y, se dividían la ganancia de acuerdo al organigrama planteado.
Otico, se había iniciado en el negocio como Recolector, así llamaban a los que capturaban a los «hijitos de papi y mami» como ellos les llamaban, hijos de gente adinerada que previamente habían visto en lugares nocturnos, en las calles o afuera de sus casas; luego, pasó a ser Cuidador y por su buen desempeño, lealtad y compromiso ahora se encargaba de las comunicaciones, hacía las llamadas a los familiares de la víctima; un trabajo que exigía responsabilidad y buen léxico, y él lo había logrado, se había esforzado en escalar varios peldaños para merecer ese puesto, ahora quería el de Administrador, un puesto más lucrativo, para mejorar su calidad de vida y la de su familia.
11pm, Otico está en un bar nuevo de la ciudad, se toma un trago lentamente mientras espera el aviso para dirigirse al centro de operaciones.
–Tenemos trabajo, camioneta verde, vamos en camino–
Paga la cuenta, se despide de algunos conocidos, deja una jugosa propina y piensa en el gustazo que se dará con su mujer a la noche siguiente; se pone al tanto con la labor del día e inicia las llamadas pertinentes para contactar al familiar, la madre en este caso (es un fastidio lidiar con las madres pero es efectivo), también para solicitar el rescate, así que con mente, corazón y voz fría, Otico llama a la mamá de su mercancía a las 3am desde el teléfono del asustado muchacho –No doñita, no soy su gordo… tranquila, su hijo está bien, pero está «secuestrao»–
Y así inicia un día más de labor para Othoniel Sanchez, un día más para demostrar que sirve para ese trabajo, un día más de lidiar con gente obtusa y que le hace sentir a menos, un día más sabiendo que tiene los días contados, un día más de temer que algún otro Encargado de las Comunicaciones le llame y escuche al contestar -Tranquilo mi pana, tu hijo está bien pero…- porque sabe que aunque hoy los tiene a todos fichados, él también es ficha de una empresa llamada Secuestro.
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