Al caer a la realidad me di cuenta que él estaba ahí, trabajando con su computadora, algo transpirado y un tanto nervioso. Me escondí rápidamente detrás de la puerta y me quede observandolo, no quería molestarlo.

Ezequiel es un hombre de 50 años, quien trabaja en una empresa de Turismo en la ciudad de Bahía Blanca. Es el «morocho´´ querido y conocido por muchos. Tiene tres hijos y una esposa, a quienes no ve muy a menudo por su trabajo.

Pero esta historia no comienza en esa oficina, sino que «termina´´ ahí.

Hace 33 años atrás, Ezequiel, un joven de 17 años estaba comenzando a estudiar la carrera que amaba, «Profesorado de Educación Física´´. Iba a cursar día a día con pura pasión y emoción, ya que era la carrera que el anhelo a estudiar desde muy pequeño.

Éste joven, no solo era estudiante sino que también un excelente jugador de fútbol, querido por todos y odiado por aquel que debía jugar contra él, su posición era de delantero, característica por ser rápido y agresivo al momento del ataque.

«El morocho Merechonich´´ conocido más por este apodo que por su nombre, vivía una vida en la que tenía lo suficiente para ser feliz, casa, familia, salud, amigos, estudio y deporte. Y así lo era, estaba viviendo feliz. Por supuesto que esta felicidad no era constante, toda persona tiene sus «altibajos´´, solo que el disfrutaba ambos.

Un día Ezequiel estaba descendiendo del colectivo cuando un hombre de traje negro lo agarro y le mostro un maletín, al dárselo y el joven un poco asustado lo abre e instantáneamente sus ojos quedaron hipnotizados al ver el contenido que este poseía, eran miles de dólares. El lazo entre sus ojos y aquellos billetes se terminó cuando el señor intimidante cerró dicha maleta. Lo miró a los ojos (lo intimidó) y le presentó la oportunidad de irse a jugar a otra ciudad a cambio de ese dinero. Indudablemente el morocho con una sonrisa gigante dijo que sí.

Dejando toda una vida atrás, Ezequiel fue a cumplir su sueño, un sueño que duró 2 años, ya su pierna derecha no aguantó más y se lesionaba muy seguido. Pero entre tanto dolor, conoció a Lola, una joven dos años menor que él, la cual lo enamoró desde el primer cruce de miradas y lo acompañó siempre.

La feliz pareja volvió a Bahia Blanca, donde los padres y amigos del joven los esperaban con los brazos abiertos.

Ezequiel ya tenía 23 años y no había terminado la carrera, las materias que había hecho en sus años de estudio ya no le servían más y sus ganas no eran las de antes.

Convencido de que lo que había estudiado en su momento le podía servir para conseguir trabajo, comenzó su búsqueda. Lo aceptaron sin título, en el club de su vida, « Club Olimpo´´.

Un año después, Lola queda embarazada y a los tres meses junto a una panzota se casaron.

Un 22 de Marzo nace su primera hija, Alma.A pocos meses de haber nacido ya estaba en las canchas acompañando a su padre y su tan amado oficio.

Tres años después, un 28 de Junio nace la segunda Merechonich, Mía, no tan fanática de la cancha pero si de su ídolo, su papá.

Ese año Lola y Ezequiel tuvieron demasiadas peleas. Las cuentas no les daban y debían mucha plata. Con el corazón roto y un tanto angustiado, el morocho tuvo que tomar una decisión, dejo de trabajar de lo que amaba, de lo que aceleraba su pulso y sentía en las venas. Pero, tuvo la inmensa suerte que Matías, su mejor amigo, le propusiera trabajar en una empresa de turismo.

Poniendo a su familia antes que sus sueños, Ezequiel dijo que sí y comenzó a trabajar haciendo viajes, dejando a Lola, Alma y Mía solas.

Comenzó a hacerse cada vez más conocido en su ciudad y en los destinos a donde iba, la forma que tenía de trabajar era única e increíble, incomparable en otras palabras. Pero entre tanta perfección había algo que a Ezequiel le faltaba, y eso era la pasión. No se le notaba pero era en lo único que pensaba, ese «Algún día podré recuperar la pasión´´…Algún día… Esa necesidad que tenía de sentirse vivo y de tener sangre caliente.

En el 2012 llegó el último de la familia, Guillermo. Año duro para el morocho, donde tuvo que tomar muchas decisiones, pensando en su familia por sobre todas las cosas. Fue un momento en donde sus circunstancias junto a la rutina le hicieron ir olvidando poco a poco los sueños pasados, pero ahora tenía nuevos y esas preguntas nocturnas de «algún día´´ ya no existían más.

Ahora:

Al caer a la realidad me di cuenta que él estaba ahí, trabajando con su computadora, algo transpirado y un tanto nervioso. Me escondí rápidamente detrás de la puerta y me quede observándolo, no quería molestarlo. Pero casi sin pensarlo entré.

– Hola pá, ¿cómo andas? -Inmediatamente Ezequiel dejo lo que estaba haciendo, levanto su mirada y acompañada por una sonrisa me respondió.-

-Hija, bien, muy bien (mentía) ¿Qué tenemos para hoy?

-Didáctica de las prácticas gimnásticas. Difícil. (Exclamé acompañado por un gesto de incomprensión)

-Difícil, no imposible.

Comenzó a explicarme el Eje uno, el dos y paramos en el tres, ya se nos habían pasado las dos horas de estudio. El tiempo que compartimos fue su conexión a la pasión que tenía años atrás, esa que tanto lo enloquecía. Es así como nos conectábamos.

Y me encanta mirarlo cuando puedo, porque «cuando le toca´´ sube al avión o colectivo y ya no está. A veces me asusta no volver a verlo.

Lo aprecio, lo observo bien, lo «aprovecho´´ cada instante, veo como combina su trabajo, el viajar, la coordinación y las ventas, con su historia y estudios pasados. Es de los que rompe la rutina y la disfruta, la siente. Ve materias que sabe y otras que no. Enseña y aprende. Él es mi ídolo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS