Cada día voy a la oficina y todo es igual. Es un trabajo entretenido, se conoce gente y está a pie de calle , con lo cual podemos distraernos con el devenir de la gente.
El puesto de policía está justo enfrente y ya os conozco a casi todos. Unos más jóvenes, otros más viejos. Sonrientes, serios. Amables, y no tanto.
Hoy han llegado nuevos agentes. Mi oficina ha estado muy concurrida pero aún así he podido fijarme en tí. Imposible no hacerlo. 1’80 de estatura, robusto, moreno y unos increíbles ojos verdes.
Han pasado varios días pero todavía no he podido conocerte. Tus compañeros suelen pasar a saludarme. Tengo curiosidad.
Otra semana entera de oficina. El mismo ordenador, la misma ventana, el mismo refresco de cola a la misma hora. Y tu. Ahí enfrente. Tan cerca y tan lejos. Mi motivación para venir cada mañana.
-Hola. Venía a saludarte. Soy nuevo y no conozco a mucha gente. Mi compañero me ha dicho que te gusta esto.- El sonido de la lata de cola sobre mi mesa me hizo darme cuenta de que era real, no estaba soñando. Estabas aquí. A medio metro.
-Hola. Muchas gracias. Tus compañeros me tienen muy mimada. Soy la única chica y me cuidan muy bien. – Mi cuerpo temblaba como una hoja arrastrada por el viento.
Después de un buen rato de conversación, tuviste que marchar. Pero fue divertido. Supe muchas cosas de tí, aunque me quedé con las ganas de saber muchas más. Pero, todo llegaría, seguro.
Cada día, a la misma hora venías a verme. Tu visita era el momento más bonito del día. Tu voz. Tus ojos. Y la sensación de sentirme deseada.
– Buenos días, morena. Esta noche vamos a salir todos los compañeros. Danos un toque si sales y te tomas una copa con nosotros.- No era él, si no su superior. Supongo que a él le daba vergüenza.
Y esa noche empezó todo. Quedé con mis amigas. Les rogué y supliqué para que saliéramos. Después de ir de bar en bar nos hicimos las encontradizas. Ahí estaba él. Mis amigas me dieron la razón. Eran los ojos verdes más hipnóticos y maravillosos del mundo.
El destino quiso que se pusiera a llover y él se ofreció a llevarnos a casa en coche. De una en una fuimos dejando a mis amigas, hasta quedarnos solos. Seguía lloviendo, pero ese coche ardía de deseo.
Parados en un semáforo sucedió. Sonaba Antonio Orozco en su radio. Me miró fijamente y me besó. Y fue dulce. Tan dulce que todavía hoy sonrió cuando lo recuerdo. La canción decía así: FUE LA VERDE LUZ, QUE SALE DE TUS OJOS, ESA LUZ. No podía estar más acertado.
Faltaban manos y sobraba la ropa. Torpemente nos besamos, nos abrazamos, nos tocamos. Parecíamos dos adolescentes escondidos, por miedo a ser descubiertos.
Desde esa noche de noviembre todo cambió. Nos veíamos en el trabajo, con sonrisas tontas y mensajes en el móvil. Por las noches nos amábamos, como dos locos. Pude aprender cómo era cada centímetro de tu piel, a qué sabían tus labios. Fuiste mi amigo/amor/amante. Lo fuiste todo.
Y un día se acabó.
No he vuelto a ver tus ojos verdes. No he vuelto a escuchar tu voz. No te he dado el último beso, ni te he amado por última vez. No te he querido suficiente,todavía.
Cada día voy a la misma oficina. Veo las mismas caras, uso el mismo ordenador, miro por la misma ventana. A la misma hora me tomo un refresco de cola. El trabajo es entretenido, pero hace mucho que no he vuelto a sonreir.
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