Un día más tras el volante. Un día más de tráfico y de ver las mismas calles una y otra vez. Son las doce de la noche y recorro mecánicamente la ciudad esperando tener suerte con alguien que necesite que lo lleve a su hogar. En la radio se escuchan las mismas canciones y sobre las banquetas duermen las mismas personas. La ciudad es igual, todas las noches. Aquí nada cambia.

Soy taxista, llegué aquí después de servir más de 15 años en la policía federal y como en el día hay tantos autos por la ciudad, prefiero trabajar de noche, pienso que tengo más probabilidades de atrapar a algún pasajero a esta hora. Me gusta observar las luces, las calles tranquilas y escuchar el silencio en una ciudad que casi nunca duerme.

El teléfono suena en mi bolsillo, lo tomo y veo que un número desconocido me llama. Contesto, es un hombre. ¡Por fin, algo de suerte!. Me ha dicho que afuera del motel La conquista, se encuentra una joven esperando transporte. Cuelgo y me apresuro con la esperanza de que ningún colega me gane este trabajo.

Cuando llego veo a una chica de unos veinticinco años sentada en la jardinera, está recargada en la pared, es pálida, parece enferma, bajo del auto y me apresuro para ayudarle a subir, tiene el cabello enmarañado y el maquillaje corrido. Con dificultad se levanta y me empuja cuando la toco.

Le he dicho que le llevaré a casa, al parecer no me escucha y trata de huir. ¿Qué le ha pasado? Apesta como el infierno. Cuando se calma, repito que soy el taxista y que la llevaré a casa, la tomo del brazo con dificultad para que me rodee el cuello y a trompicones hago que suba a la parte trasera del auto.

Cuando estoy en mi sitio seco el sudor en mi frente, volteo para mirar a la pasajera, sus ropas están mal puestas, trae un vestido que deja ver demasiada de su piel bronceada, me doy cuenta que sólo tiene calzado un zapato y está echada de bruces en el asiento. Parece que duerme, pero estiro una mano y toco su muñeca para comprobar que sigue con vida.

Respiro profundo. Cuando me incorporo a mi asiento, un auto rojo pasa volando a mi lado con la música a todo volumen, dentro de él dos jóvenes se pierden en la obscuridad de las calles. Miro a mí alrededor buscando a alguien, tengo que averiguar dónde vive ésta joven.

Giro la mirada de nuevo a la chica cuando escucho que el contenido de su bolsa se derrama en el auto, ella ni se inmuta con el sonido y sigue durmiendo, me estiro y trato de guardar sus cosas de nuevo: dinero, papeles, y una identificación; leo la dirección y la pongo de nuevo en su sitio.

Con mi destino en mente arranco el auto que cobra vida al primer intento, conduzco lentamente pensando en la joven, es mayor que mi hija y seguramente su familia se estará preguntando donde está. En el semáforo esperando el cambio de luces veo de reojo el mismo auto rojo de antes, está detenido en una esquina tratando de convencer a una chica para que se una a la fiesta con ellos, le ofrecen una bebida, ella la toma gustosa y luego sonriente se va con ellos.

Las luces cambian y arranco a mi destino, pero no puedo dejar de pensar en los jóvenes del auto rojo, me parecen un poco sospechosos. Me encamino al retorno y armado de valor decido seguirlos para averiguar a dónde se dirigen.

No me es difícil encontrarlos de nuevo en la soledad de las calles, apresuro el paso y alcanzo a ver como entran a las instalaciones del mismo hotel donde recogí a mí pasajera hace un rato, ella se remueve en el asiento cuando escucha la música que proviene del auto rojo. Masculla algo entre sueños y vuelve a dormir.

Nuevamente apago el motor del auto, trato de concentrarme y averiguar qué es lo que están tramando esos muchachos, pero un alarido de miedo me saca de mis pensamientos, cuando giro la cabeza veo como una chica trata de huir despavorida del lugar, cada vello de mi cuerpo se eriza, hay algo familiar en ella, corre mientras gira la cabeza para ver si alguien la sigue, el corazón se me acelera y las manos me sudan y en ese momento me doy cuenta, es mi hija ¡joder! y yo que pensaba que estaba segura en casa. «¡No te nos escaparás perra!» gritan los tíos del auto rojo que tratan de alcanzarla.

Bajo del auto y voy tras ella, cuando me mira sus ojos se llenan de lágrimas y trata de huir, pero la alcanzo y la abrazo mientras le doy un beso «¡perdóname papi!» me dice sollozando «ya hablaremos». La coloco detrás mío y me interpongo entre ella y sus perseguidores. «No te metas» me dice uno de ellos, sereno le contesto «yo llevaré a esta niña a su casa». Ellos se abalanzan sobre mi, un puñetazo en el estómago, un golpe en los testículos, un grito, otro puñetazo en la nariz, un sollozo vuelan patadas y gritos por todos lados pero después de pocos minutos logro someterlos. Tomo a mi hija del brazo y corriendo la obligo a meterse al coche para salir pitando del lugar.

Al día siguiente me sorprende el encabezado que reza en los periódicos como primera plana «Asaltan a los hijos del gobernador, buscan a los responsables» en el fondo distingo la foto de la fachada del hotel además del auto rojo.

¡En que lío me he metido!

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