Como todos los días, pasaba un señor por la misma vía camino a su trabajo. Era un hombre decidido, tenía una mirada profunda, una sonrisa encantadora y una actitud positiva ante toda calamidad.Vestía un traje muy elegante, sin arrugas, sin manchas, sin suciedad. Llevaba un maletín que hacia juego con el color del traje, y unos zapatos perfectamente lustrados en los que se podía ver el reflejo de su integro ser.
Era un hombre distinto de los demás, pero no por su mirada, ni por su expresión, tampoco por su forma de vestir. Lo que hacia diferente a ese hombre de los demás, era su clara satisfacción con su vida, con lo que tenía, y más importante aún, con lo que hacía.
En el pasado, él era un joven inseguro, acongojado y confundido, Un joven que no tenía idea de lo que debía hacer con su vida, y que nunca se tomaba en serio ese tema pues en realidad no tenía nada que decir. Que veía como sus familiares y amigos elegían su destino mientras él solo vagaba en un mar de caminos que no lo llevaban a ningún lado, pero que lo tentaban en cada momento a hundirse de lleno en ese laberinto, gastando energía y perdiendo tiempo.
El joven estaba desesperado, se sentía impotente por no poder tomar las riendas de su vida. Su familia no dejaba de sugerirle cosas, y ya sin alternativas, decidió aceptar la ayuda de su padre, que le aconsejó seguir sus pasos. El muchacho trabajó como vendedor por corto tiempo para asegurarse de que ese camino lo iba a satisfacer. Su padre le decía repetidas veces que iba a ganar mucho dinero, y que todos lo respetarían, pero el joven no estaba seguroo. Sentía que estaba a punto de entrar en uno de esos caminos equivocados del enorme laberinto, y sabía que una vez trazado, no podría borrarlo nunca.
Sabía que si hacía lo que le decían los demás podría llegar a ser un hombre adinerado, poderoso y respetado, pero entendía también que esas cosas no eran lo único imporante, y que si no se sentía feliz, nada valía la pena.
Un día, ese muchacho decidió dialogar sobre ese tema con una persona que pensó que podía ayudarle, él mismo. El joven tomó asiento y empezó a cuestionarse así mismo sobre su vida y lo que debía hacer con ella. El diálogo no parecía avanzar, pues mientras escribía una serie de preguntas para luego contestarlas, terminó perdiéndose en el papel, enamorándose del bolígrafo y escribiendo todo lo que de fluía de su mente. Escribió y escribió por varias horas sin contemplación, hasta que su bolígrafo dejó de escribir y lo despertó de ese sueño que parecía no tener fin. Cuando se percató de que no había terminado sus preguntas, notó que había llenado su cuaderno con cientos de palabras, una tras otra. Se dio cuenta de que siempre había tenido la habilidad de escribir, y que no era la primera vez que llenaba todo un cuaderno de historias y relatos.
El muchacho reviso nuevamente lo escrito en el cuaderno. Sólamente había escrito una pregunta, «¿Qué debo hacer por el resto de mi vida?». El joven soltó una carcajada con asombro y concluyó que de todo lo escrito, aquella preguta era lo único que carecía de sentido. La verdadera pregunta no era qué debía hacer por el resto de su vida, sino qué quería hacer por el resto de ella.
OPINIONES Y COMENTARIOS