Mientras que yo martilleaba la carpeta que tenía sobre las piernas, miraba de reojo el maletín de piel que había dejado sobre el suelo. Observaba los bordes doblados hacia fuera producto del paso del tiempo. Unos filos de metal dorados desgastados. Y un cierre intacto gracias al cuidado que le había proferido durante treinta años.

El pequeño y frágil papel que tenía entre los dedos tenía marcado el C110 y en una de las pantallas electrónicas que tenía justo enfrente un galimatías de letras y números que me desconcertaban. Pero estaba claro que aún me quedaba bastante tiempo allí porque la única letra C que distinguía estaba seguida del 52.

Y aproveché todo ese tiempo para que fueran desfilando cada uno de los retazos vividos en la última semana.

Cuando recibí el email comunicándome la fatídica noticia en primer lugar todo me dio vueltas. Acto seguido busque motivos, para enseguida tratar de encontrar la justificación de la utilización de aquel medio para darme aquella noticia. ¡Qué impersonal! ¡Qué falta de escrúpulos! . Al otro día todo quedó aclarado, si, pero esta vez para mal.

Muchas mentiras pasaron por esa semana con un regusto amargo. Miedo, cobardía, rabia y orgullo mucho orgullo. Frases esquivas a mi mujer, a mis amigos, a mis vecinos. Engaños uno tras otro para justificar mis salidas de casa un poco más tarde o mis llegadas mucho más temprano. Paseos por la calle fijándome en todo como nunca antes lo había hecho. Quedándome con las pequeñas cosas que se nos escapan casi siempre. Y sin saber bien, ni tener claro, que hacer.

Todo estaba reciente y las heridas ponzoñosas tardarían en cicatrizar. Tantos años de lucha. Tantos desvelos por hacer las cosas bien y cumplir con mi obligación sin discutir apenas. Tanta y tanta bilis tragada que me habían hecho polvo el hígado literalmente. Y ahora aquí estoy, como un número más, acompañado de una letra. ¿Qué será de mí? ¿Qué será de mi familia?

Mil imágenes fueron recorriendo la habitación de la memoria. Entre ellas algunas felices. Comidas, algunas risas con los que me acompañaron en el viaje. Premios a la labor desarrollada, gratificaciones, las menos eso si, pero sobre todo el grupo humano que creamos que sirvió para hacer más llevadera la labor.

Uno tras otro mis pensamientos hicieron que me olvidara de mí alrededor y cuando me quise dar cuenta un zumbido fuerte y un número en grande C110 se iluminó en la pantalla. Mesa 15 indicaba. Me costó trabajo encontrar la mesa y cuando lo hice una señora de edad casi al limite de la jubilación y mirándome por encima de unas gafas de pasta rosas que poco le pegaban me hizo una señal con la mano para que me sentara. ¿Por qué no contrataran a gente más joven para hacer este trabajo?.

Dejé mi maletín sobre el suelo mientras intentaba intercambiar una sonrisa que casi no fue correspondida.

  • – Buenos días
  • – Buenos días
  • – ¿Trae el modelo 108?
  • Lo puse sobre la mesa, mientras me empequeñecía sobre la silla tan
    incomoda que me había tocado. Lo leyó en silencio, por delante, por
    detrás y casi de lado. Y de repente me espetó sin más:
  • – Señor Hernández, tiene usted un buen currículo. Pero me temo que con sus estudios y ese bagaje le va ser difícil encontrar un trabajo como el anterior.
  • Una loza grande y plomiza como las que aparecen en los dibujos animados
    me aplastó contra el suelo. Pero una vez recuperado le contesté:
  • – ¿Algo habrá no? Y si no parecido. Tenga en cuenta que con las carreras de Economía y Derecho no hay…
  • No me dejo terminar y de sopetón me soltó:
  • – Mas de lo que usted cree y menos puestos disponibles de los que piensa. Le sugiero que considere marcar con una equis más posibilidades dentro del mercado laboral que ahora mismo está muy saturado de demandantes y limitado de ofertas.
  • – Bien ponga las equis que crea conveniente. Lo que más quiero es dejar de pertenecer a la empresa más grande España.

No le hizo mucha gracia mi comentario y repartió cruces en todos los huecosque le parecieron. Una vez acabada la tarea, le estampó un sello a la copia del interesado y lo dejó sobre la mesa deseándome suerte. ¿Suerte? . Me despedí sin mucho cariño de la señora o mejor llamarle bruja y salílo más pronto que pude porqueme asfixiaba aquel lugar.

Ya en la calle saque el móvil, mire la hora, las trece y treinta, busqué la agenda, llame a mi mujer y cuando contestó sin más rodeos le dije:

-¿Qué estas haciendo? Prepárate que vamos a ir a comer a un buen restaurante. Tenemos que hablar mucho y decidir muchas cosas.

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