Su Padre le encomendó llevar a cabo el más oneroso de los trabajos.
Llevarlo a feliz término, le implicaba que ÉL, debía renunciar a toda la incalculable riqueza que poseía, y, hacerse a cambio el más miserable de los hombres.
Sería la única, la soberana como la más irreversible e intransferible de la prueba que debía soportar. El vencerla, le retornaría toda su Grandeza y recuperar su inigualable riqueza.
El Padre le confirió dos únicas herramientas como garantías:
Primera: Depender de ÉL en todo, haciendo Su Voluntad.
Segunda: Obrar su trabajo, escribiéndolo todo sobre la arena del mar.
EL HIJO DEL HOMBRE, aceptó el encargo absolutamente complacido, porque confiaba en la Sabiduría Laboral de Su Padre.
ÉL, que lo había visto actuar innumerables ocasiones, ya conocía por su experiencia propia que Su Padre nunca fallaba. ÉL, siempre cumplía.
Después de caminar por aquel desierto absolutamente inhóspito donde Su Padre lo llevó, para iniciar su encargo; luego de las innumerables horas trasegadas durante los cuarenta días de caminata; en los cuáles ni comió ni bebió nada; enfrentando sí a fieros como implacables enemigos, que arremetieron contra él, buscando que desistiera de seguir adelante con su obra; arribó a la tierra de SAMARIA, a la ciudad de SICAR.
Cansado por el viaje, se sentó junto al conocido POZO DE JACOB. Escribiendo en la arena le pidió a la mujer que llegó a sacar agua:
-Dame de beber.
La mujer maravillada por la propuesta como por la forma inusual de aquél Hombre, de escribir en la arena; atinó a responder:
-¿Me pides agua a mí para beber, sin conocerme?.
ÉL, escribió otra vez:
-Te conozco perfectamente. Si conocieras el don de Mi Padre, y quién te escribe: “Dame de beber”, tú le pedirías, y ÉL te daría agua viva.
La mujer mayormente sorprendida le dijo:
-Señor, no tienes con qué sacarla, el pozo es hondo, ¿De dónde pues tienes el agua viva?.
Volvió a escribir en la arena:
-Cualquiera que beba del agua del pozo volverá a tener sed. Quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás.
La mujer le habló:
-Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed ni venga aquí a sacarla.
De nuevo escribió:
-Ve, llama a tu marido, y ven acá.
Nuevamente sorprendida le dijo:
-No tengo marido.
ÉL, escribió:
-Verdad has dicho mujer porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido.
Aquella mujer abriendo exorbitada sus ojos exclamó:
-Señor, me parece que tú eres Maestro.
El Maestro se fue de allí hacia el Mar de Galilea.
Divisando a quienes ejercían en él la pesca se sentó en la orilla a escribir en la arena:
-Simón Pedro y Andrés, venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
Ellos, leyendo el escrito, dejaron sus redes y, lo siguieron.
De la misma manera escribió en la arena los nombres de:
-Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, seguidme.
Mucha gente de Galilea que igual leía sus mensajes escritos en la arena lo siguió, también de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del río Jordán.
Viendo aquella multitud, subió al monte y se sentó para escribir una vez más. Se acercaron sus primeros alumnos elegidos. ÉL, les esculpió:
-Bienaventurados seréis cuando por mi culpa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Escribiendo otra vez en la arena completó la selección de sus primeros 12 alumnos escogidos:
-Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, el publicano; Jacobo hijo de Alfeo; Lebeo, llamado Tadeo; Simón, el cananita y Judas Iscariote.
Luego les encargó, enviándolos de dos en dos:
-Id a las ovejas perdidas y enseñadles como os he enseñado. De gracia recibisteis, dad de gracia.
Les escribió tres sentencias máximas:
-Os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas.
-Seréis odiados por todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ese recibirá conmigo la gloria.
-El discípulo no es más que su Maestro ni el siervo más que su Señor.
Sus enseñanzas crecían cada nuevo día, permaneciendo por espacio de tres años y medio.
Sanó toda clase de enfermos y alimentó a millares de menesterosos.
Cumpliéndose su tiempo de llegar al final de su trabajo, les escribió, en tres ocasiones distintas:
-Debo entrar a Jerusalén en breve, padecer mucho por causa de los poderosos como de los principales del pueblo, quienes me odian porque les escribo la verdad; ser muerto por ellos y resucitar al tercer día.
Sus alumnos no lo entendían; pero ÉL, sí sabía lo que les escribía.
En la ciudad de Betania, antes de entrar a Jerusalén, estando cenando en la casa de su amigo Lázaro, a quien había resucitado; María, una de las dos hermanas de su amigo; llegó ella con una libra de perfume de nardo puro, ungió sus pies y los secó con sus cabellos.
ÉL, les escribió:
-Para el día de mi sepultura, ella ha guardado esto.
Seis días después fue apresado, entregado por treinta monedas por uno de sus alumnos, y luego muerto, después de haber sido molido y torturado inclementemente su cuerpo. Fue colgado en un madero, en medio de dos ladrones.
Antes de expirar, apareció escrita en el madero, con la tinta de su propia sangre, su última enseñanza:
-Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Todos se estremecieron por el asombroso temblor que sacudió los cimientos de la tierra.
Cumplidos los tres días, de acaecida su aciaga muerte, como lo había prometido y también escrito, resucitó, apareciendo ante sus alumnos:
-Yo soy el que soy. Estoy con vosotros todos los días; hasta que ustedes, siendo los más pequeños, entren conmigo para recibir de Mi Padre, toda mi riqueza que vamos a compartirles.
Por su ejemplo, deben igualmente venir a mí, otros alumnos, también traídos por Mi Padre.
-Bienaventurados sois porque a Mi Padre le ha placido daros Su Gloria.
-Padre Amado, he cumplido con tu encargo. FIN.
OPINIONES Y COMENTARIOS