VAYAS DONDE VAYAS SIEMPRE IRÉ CONTIGO

VAYAS DONDE VAYAS SIEMPRE IRÉ CONTIGO

Azahara BG

10/01/2016

Se enamorará, será infiel, le harán daño, será perdonada, volverá a enamorarse, partirá con una mirada, conquistará algún corazón pero en silencio acompañado de una dulce sonrisa como hace de costumbre porque es realmente bella y lo confirman los ojos de todos los jóvenes que se deleitan al pasar por su lado, quizás se casará… y sabe que no querrá  a nadie como le quiso a él.

Mi hermana nunca se caso, a pesar de la presión y las críticas constantes de la familia, sobretodo de papá. Aunque papá era de apariencia firme con nosotras y de pocas palabras,  rebosaba ternura por sus ademanes. Es cierto que por aquel entonces no entendía y no quería aceptar que una señorita pudiera decidir por ella misma no querer casarse con un hombre. Mis padres pensarían que tendría fecha de caducidad esta idea, pero se mantuvo siempre. Tuvo valor por ser una mujer reivindicativa de sus pensamientos y sus hechos. Siempre le admiraré.

Carmen era doce años mayor que yo, guapa pero con un carácter muy difícil. Yo siempre pensé que le hacía más especial el ceño fruncido casi inherente a su fisionomía. Casi, porque  yo era una de las afortunadas por las que sentía debilidad. Mi hermana me adoraba. 

Todo el mundo comentaba el carácter agrio de mi hermana. Cuando se referían a mi madre en el pueblo, no la conocían como señora de Vera sino como “la de la enfadá”.

Calle abajo andan las dos hermanas de camino a la lechería.

– Hermanita, sólo me entenderías tú- dice Carmen llorando. – mírame. Me gusta Jacinta. Le quiero.

No dije nada.

Mi hermana llevaba cuatro años enamorada de la hija de la lechera y de camino a la tienda el amalgama de emociones que tenía acumulado hizo que me confesara la noticia aquella mañana de invierno.

Se quedó petrificada cogiendome del pañuelo que llevaba cubriéndome el cuello y parte de las orejas. Me puse de puntillas y no porque me estuviera levantando con fuerza sino del miedo que ví en su mirada llena de lágrimas y pidiendo a gritos una aliada y confesora.

No tenía ni idea del caos que podía formarse en el pueblo si se enteraran. No era consciente que podían tratar a mi querida hermana de enferma mental en los años cincuenta por amar a una persona de su mismo sexo. Sin ser consecuente debido a mi ignorancia,  sellé mi boca.

Con papá siempre bailábamos flamenco al son de sus palmas y su voz. Todas las semanas nos cantaba una canción nueva, con cuatro palabras nos sentiamos las artistas más especiales, las cantaoras de la casa. Mi padre pasaba más tiempo a mi lado, quizás porque era  la hermana menor . Mamá decía que le volvían loco mis hoyuelos, el izquierdo más pronunciado, y cuando menos lo esperaba me sorprendía con un rápido y tierno beso. Pero era el efecto de aquel beso, mi casi silenciosa risa que le regalaba, lo que le impulsaba a hacerlo.

Mi hermana seguía viéndose a escondidas con Jacinta y yo, mientras, planeando mi boda diez años después de aquella confesión. Hacía tres meses que había cumplido 22 años. En cuanto a secreto de Carmen, sí, seguía siendo la hermanita fiel.

Estaba prometida al joven más atractivo del pueblo. Nos conocíamos desde niños y a menudo jugábamos juntos en el campo al lado del colegio, por el que pasaba un pequeño río. Ni siquiera me gustaba de niña, hasta le veía un tanto necio. Serían los comentarios de la familia lo que hizo que casi me enamorará de él.

Mis padres no tuvieron yerno por parte de mi hermana Carmen. Vieron en mí la esperanza de ser abuelos y cada vez se aproximaba más ese día. Soñaban con oír esa noticia. Expresamente me lo decía mamá entusiasmada como siempre cogiéndome del brazo, con un vaivén que hasta la cabeza se me movía:

– Hija, hija. Ay mira que ilusión, me harás abuela.

– Sí madre.- decía complaciendo a mamá. Mientras, pensaba que no era decisión propia sino de mi madre. Parecía que mamá daba por sentado el hecho y yo no podía obviarlo.

Todos los días Rodrigo me regalaba una flor que cogía él mismo. Parece que no tiene nada de especial, pero partiendo que Rodrigo era alérgico a esa flor que tanto me gustaba, hacía más arriesgada la historia de todos los días. Le esperaba en casa medio riendo pensando la anécdota que me tocaría. Y así día tras día.

Dos meses antes de la boda. Una boda a la que asistía todo el pueblo, y medio del pueblo vecino, ya que la familia paterna de Rodrigo era de allí. Y yo, una tarde dejé de esperar esa flor.

Se congeló mi corazón, se marchitó mi ilusión. ¿Porque realmente era la mía o el deseo de satisfacer a mi madre?

Mirada fija, denota tristeza y alegría, a su vez amor, odio y pérdida. 0bservaba con incertidumbre. Para ella era el hombre fiel que le protegería y cuidaría, iba a quererla como ningún otro. Ella a su vez se sentía responsable, acompañado del placer de serle fiel para siempre. Como una especie de pacto latente que ella interpresaba así, sabía que tendría una deuda de por vida…

Él está postrado en una cama de hospital, débil. Convaleciente. La mira con expresión de seguridad para tranquilizarla, pero en realidad tiene miedo de perderla. Ella, incondicional, sabe que va a quererle siempre, para toda la vida. Ningún hombre estará a su altura porque ella lo ha querido así, desde ese momento. Ella quiere, desea y sueña con protegerle, cuidarle, porque siente compasión por él. Y ella, de pie, firme a pocos centímetros de la puerta de entrada a la habitación  le dice con la voz temblorosa, ojos brillantes  y una tímida sonrisa: “vayas donde vayas siempre iré contigo”.

La niña se llamaba Marie, y se instaló en su cuerpo psíquico Electra, sin avisarle y sin saberlo.

Siempre será el hombre de mi vida, mi padre.

FIN

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