De la casa de bajareque habitada por Doña Sinforosa Garrido, provenía un olor dulzón típico de la descomposición de los cuerpos, que anunciaba su muerte. El hijo menor, un reconocido artista plástico, luego de identificar el cuerpo desapareció sin participar en el acto fúnebre.

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El caso fue asignado al agente Fajardo. Este desde niño jugaba a ser investigador junto a un juguete con la figura de su héroe “Sherlock Holmes”, que luego perdió en el parque y nunca pudo recuperar. Su única pista fue justamente ella, “Doña Sinforosa”, que muy cerca del lugar negaba con la cabeza haberlo visto. Ese día, entre lágrimas juró que llegaría a ser un gran investigador.

Según el protocolo solamente debía firmar en señal de aprobación, pero él estaba decidido a hacer una completa investigación.

Analizó las actividades y el entorno de la occisa, tomando nota en una libreta de bolsillo:

Ella se dedicó por más de 40 años a recoger objetos en el vertedero de desechos, que luego vendía. Desde muchos años atrás vivía sola y en los últimos meses prácticamente no salía de la casa.

La tragedia siempre acompañó su vida. Su esposo desapareció en un accidente minero; su hija mayor se fue a estudiar lejos y no volvió; el segundo hijo desapareció en la tragedia de Vargas del año 99. No existía denuncia formal por ninguno de los casos y por ende tampoco una investigación. Resaltó en negrillas esta última información.

Por el avanzado estado de descomposición del cuerpo no se practicó la autopsia, y casi de inmediato fue cremada. Por lo que no tenía un cuerpo para examinar.

Con esos aspectos en mente guardó la libreta y se fue a inspeccionar la casa. Esta parecía una extensión del vertedero de desechos, con montañas de objetos y basura por todos lados e insoportables olores.

Estando en la cocina escuchó un ruido, giró para comprobar si estaba solo mientras su mano se movió hasta empuñar el arma. Dudaba entre avanzar o mantenerse quieto, cuando fue sorprendido por un fuerte golpe en la cabeza y filosas navajas que cortaban su piel.

Con la mano exploró las dolorosas heridas, luego miró hacia abajo donde un gato pardo amenazaba con lanzarse a un segundo ataque, pero luego retrocedió y corrió hacia un patio interno de la propiedad.

Siguió al gato con la mirada hasta verlo entrar a un hoyo en la endurecida tierra. Caminó hasta ese lugar observando que era profundo. Revisó por los alrededores encontrando una disimulada puerta en el suelo, que abrió y entró sin dudarlo.

Se encontró con un largo pasillo que conducía a varias habitaciones, como si se tratara de una casa subterránea. Con cautela entró en la primera habitación, donde había una impresionante colección de todo tipo de objetos de poco valor, que en su mayoría eran inservibles. Seguramente Doña Sinforosa los había “rescatado” de la basura.

Abrió varios envases grandes de plástico de los muchos que había en la habitación. El corazón le dio un vuelco cuando en un cúmulo de viejos juguetes identificó a su antiguo amigo “Sherlock Holmes”. Revisó una marca en la espalda para comprobar que era el suyo y aferrándose a él no pudo contener las lágrimas.

Con el entusiasmo de haber recuperado a su “héroe” continuó junto a él, como lo hacía de niño. Cuando revisaba algunas cartas de poco interés encontró una del hijo menor. Este le recriminaba que acumular “basura” era más importante que su familia, por lo que tal como lo hicieron su padre y hermanos se iría, y no volvería mientras ella viviera. El contenido de la carta activó su instinto de investigador.

A continuación escuchó un ruido al final del pasillo y se asomó desde la entrada de la habitación. Observó la tenue luz de una lámpara que llevaba una mujer de avanzada edad. Ella halaba una carretilla llevando lo que parecía ser un cuerpo, y entró en la única habitación que tenía puerta. Pasó poco más de media hora en su interior y al salir  la dejó abierta.

El agente se asomó sigilosamente a la habitación, pero el sonido de los pasos de la anciana y el maullido del gato lo obligaron a entrar. Cargado de adrenalina fue a un rincón con el arma en una mano y su juguete en la otra. A pesar de la poca luz pudo ver que en la habitación había una mesa de ocho puestos. La temperatura era tan fría que la sentía llegar hasta sus huesos, como la de una congeladora de alimentos.

Vio a la anciana pasar con una humeante sopa que sirvió a los comensales que esperaban ya sentados. En un extremo de la mesa había un hombre de unos 50 años; a la izquierda una pareja de ancianos y una mujer; a la derecha una joven y un varón de menos de 30 años, luego estaba el artista plástico. Este último le generó una macabra sospecha.

Luego de servir a todos, llenó un plato en el extremo vacío de la mesa y se sentó. No había tomado la primera cucharada cuando el gato una vez más maulló, y ella se levantó para atenderlo.

El agente resbaló en el congelado piso y tropezó con lo que rápidamente identificó como el plato del gato. Trato de moverse a otro lugar para evitar quedar al descubierto, pero el gato corrió al rincón a esperar la comida, dejando salir un fuerte maullido.

La anciana vio al intruso y se abalanzó sobre él, no  para golpearlo, sino para arrebatarle el juguete –es mío –le dijo. Ella luchó con fuerza para quitárselo y este de manera instintiva la empujó, haciéndola caer al piso.

Al verle el rostro notó que era Doña Sinforosa. Dirigió la mirada al resto de las personas en la habitación. Estaban todos muertos tal como lo imaginó al leer la carta. La falsa muerte de la anciana permitió el regreso de la última pieza de su más preciada colección, su propia familia.

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