_ ¡¡Aaaaayyyy!! -chilla la niña- ¡Mamá, ten cuidado, me haces daño!

_ Lo hago despacio. Eres una quejica -replica la madre cepillando con delicadeza el pelo y recogiéndolo en una cola de caballo.- ¡Qué sabrás tú de dolores, loquita!

La niña hace una mueca que simula una sonrisa mientras encoge los hombros y frunce el ceño en un gesto de dolor cuando su madre fija la coleta con la goma.

Quería una niña para peinar coletas y trenzas, poner diademas y pasadores. Me ha salido rana, piensa al contemplar su reflejo en el espejo. Desde muy pequeña dejó claro que le gustaba el pelo suelto y sólo se dejaba peinar para la clase de baile por obligación. Termina de sujetar el moño con horquillas y vuelven los lamentos.

 _ ¡Cuidado que me las clavas!

_ ¡Exagerada! Acabo ya pesada. ¿Ves? – prende la última y le estampa un beso en la coronilla – Ya está, protestona. ¡Con lo guapísima que eres con el pelo recogido y no me dejas nunca peinarte.

_ Qué sí, qué sí… – refunfuña divertida la muchacha que en el fondo está encantada con el elogio de su madre. Coge la bolsa de baile, se despide con un beso y se va sin antes escuchar el repetido Ten cuidado al cerrar la puerta.

_ Me estoy quedando sin niña – suspira resignada.

Se sienta en el sofá a esperarla mientras ve la televisión tomando un café.

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